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El Hospicio Calvo Sotelo de A Coruña, actual IES Rosalía Mera

El Hospicio Calvo Sotelo, construido en 1942 forma parte de una red de edificios de esta tipología que se desarrollan en España durante la etapa de posguerra y autarquía. En la actualidad, el edificio alberga el instituto Rosalía Mera.
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La dualidad dibuja simplificaciones. El blanco y el negro, el placer el dolor o la alegría y la tristeza se configuran como opuestos dentro de la realidad de la ética humana de tal manera que facilitan la interpretación de ciertas realidades. Sin embargo, la liquidez mutante del contexto social combina diferentes formas de comprenderla que, además, se relacionan de formas diversas y variables. A veces, la recurrencia a conceptos opuestos permite un análisis productivo, como un ejercicio en el que un punto de partida ingenuo se enriquece hasta determinar una conclusión enormemente reveladora.

“La naturaleza ha dispuesto a la humanidad bajo el gobierno de dos maestros soberanos, el dolor y el placer. Y solo a través de ellos podemos definir qué debemos hacer, así como qué deberíamos hacer” Jeremy Bentham

El filósofo y economista, Jeremy Bentham construyó una filosofía moral determinante en algunas tipologías arquitectónicas, el utilitarismo. A través de este pensamiento se establece que la mejor acción es la que produce más felicidad a los individuos involucrados multiplicando la utilidad. Estableciendo este concepto como base Bentham desarrolla la arquitectura del panóptico o casa de inspección, como modelo de control en el que todas las emociones del hombre son posibles bajo el juicio de una moral utilitarista. 

“El panóptico, contrariamente, ha de ser comprendido como un modelo generalizado de funcionamiento, una manera de definir las relaciones del poder con la vida cotidiana de los hombres. Sin duda Bentham lo presenta como una institución particular, bien cerrada en sí misma. Se ha definido con frecuencia como una utopía de la reclusión perfecta […] Pero el panóptico no ha de ser comprendido como un edificio onírico: es el diagrama de un mecanismo de poder referido a su forma ideal; su funcionamiento, abstraído de todo obstáculo, resistencia o fricción, puede ser representado muy bien como un puro sistema arquitectónico y óptico: es de hecho una figura de tecnología política que es posible y que se ha de desprender de todo uso específico” Michel Focault. Vigilar y castigar

La estructura inherente al concepto de panóptico alberga adaptaciones diversas, es decir, define un conjunto de ideas capaces de construir morfologías diferentes. No se trata de aplicaciones puras, de hecho, el proyecto original se plantea como una utopía. La singularidad de las adaptaciones arquitectónicas respecto de la utopía es que, en cierta medida, se convierten en referencias líquidas capaces de impregnar cualquier planteamiento cercano. De esta forma, algunas tipologías toman elementos de la utopía que pueden verse reforzadas por el contexto histórico-cultural. 

Foto: Nuria Prieto

El proyecto de una vivienda establece una serie de parámetros determinados por el cliente que la solicita, pero si la escala de esta se desborda funcionalmente, se producirá una transformación tipológica asociada a planteamientos utópicos. Al mismo tiempo, algunas utopías encajan con ciertos contextos históricos, especialmente con aquellas formas de gobierno que buscan la reorganización social de forma imperativa. La idea del falansterio o el panóptico sirven de precedente utópico para la definición de la vivienda colectiva más abierta, es decir, aquella en la que habitar es sinónimo de compartir absolutamente todos los espacios salvo los estrictamente esenciales. Esta organización residencial representa una estructura que se puede adaptar a diversas tipologías que comparten conceptos comunes respecto al hábitat colectivo como una cárcel, un colegio mayor, un internado, un hospicio, una residencia o un monasterio. Si bien en cada uno de ellos, los usos y las condiciones morales que definen su atmósfera son completamente diferentes entre sí. 

El Hospicio provincial

En julio de 1942 se presenta en A Coruña el proyecto para el Hospicio Provincial Hogar Calvo Sotelo, promovido por la diputación provincial. El autor de la propuesta fue el arquitecto Eduardo Rodríguez-Losada Rebellón (1886-1973), un profesional no sólo conocido por su labor como proyectista, sino también como compositor musical (especialmente de óperas y sinfonías) y personalidad del mundo cultural coruñés. Rodríguez-Losada es autor de edificios muy representativos de la ciudad que se caracterizan por su estilo ecléctico y su desbordante decoración como la Casa Escudero, la Casa Cortés o la Casa Escariz. La obra del Hospicio no es una propuesta ajena al arquitecto ya que en 1929 había desarrollado una propuesta no construida para realizar un edificio de esta tipología en los terrenos de la Granja Experimental. La propuesta de 1942 es más compleja, y enmarca los análisis que Rodríguez-Losada habría desarrollado durante el proceso de realización del proyecto de 1929, en un contexto político-social muy diferente: una dictadura militar y moral católica. Este contexto influye de forma definitiva en el desarrollo de un proyecto para un hábitat colectivo en el que la formación no sólo se basa en el aprendizaje de conocimientos, sino también en la adquisición de un conjunto de valores éticos y la construcción de una nueva sociedad que se inscriba en los principios del nacionalcatolicismo impuesto por la dictadura militar. 

El hospicio es una figura tipológica peculiar, ya que, pese a su aparente carácter contemporáneo basado en una lectura social del pensamiento colectivo, en realidad, existe ya en los pueblos de la antigüedad como institución sostenida con fondos del estado. El emperador Trajano ya había establecido centros de este tipo durante su mandato, aunque este sistema de protección social no llegaría a España hasta el siglo XVII. Con el auge de las asociaciones filantrópicas decimonónicas, comienzan a multiplicarse los hospicios en municipios de menor tamaño y, habitualmente, vinculados a órdenes religiosas que se encargaban de su funcionamiento. Durante la posguerra, en la primera etapa de la dictadura conocida como la autarquía, se ordenó la construcción de varias de estas instituciones a lo largo del país, especialmente en núcleos pequeños. Estos nuevos hospicios tenían la voluntad de recoger a aquellos niños y niñas sin hogar, pero en muchos casos incorporaban también áreas de formación con talleres para permitir a los internos contar con un oficio antes de abandonar la institución. Además, y debido a la componente moralista de la educación bajo la dictadura, los centros incorporaban una capilla y formación en el espíritu nacional, así como religioso. 

En Galicia se desarrollaron dos proyectos de esta tipología: el Hospicio de Pontevedra (promovido por la diputación de esta provincia) proyectado por Robustiano Fernández Cochón en 1941 y el Hospicio de A Coruña ‘Hogar Calvo Sotelo’ (también promovido por la diputación provincial). El primero, no fue construido, pero el segundo sí. A pesar de sus diferencias, ambos parten de una organización similar, si bien en A Coruña las condiciones de la topografía generan dos situaciones: la aparición de sótanos para regularizar la cota, y la disposición de los muros de los pabellones para proteger del viento y favorecer el soleamiento.

Foto: Nuria Prieto

Una organización sobria

La organización del centro solicitaba la separación de los niños y niñas por edades: 0-1 año (edad natal), 1 a 3 años (edad infantil), 3 a 7 (preescolar), 7 a 15 (edad escolar). Siguiendo esta pauta, se crean los diferentes pabellones que en Pontevedra dibujan una forma de ‘H’, mientras que en Coruña se organizan en torno a dos atrios (deformando la H) a través de dos pabellones transversales paralelos a la vía principal (actual c/Archer Milton Huntington) y tres longitudinales. Los pabellones transversales se disponen centrados con respecto a las calles que dan a ellos, de tal forma que el acceso principal sirve de fondo perspectivo a la calle Venezuela. De esta organización inicial se produce una modificación y es que uno de los cierres no llega a ejecutarse de tal manera que, de los dos patios, uno de ellos queda abierto hacia el mar lo que derivó en una ligera ampliación del pabellón transversal extremo. Así, la planta es simétrica, salvo por esta leve variación lo que permite un mayor orden y control de todas las funciones que tienen lugar dentro del edificio. A pesar de ello, el pabellón central se singulariza, no sólo por constituirse como pieza de acceso, sino porque incorpora los usos comunes de tipo administrativo y celebrativo como la capilla y salón de actos. Esta singularidad se manifiesta a través de un leve ensanchamiento de la crujía en este bloque central. Además, ambos patios se encuentran con el terreno a través de arquerías que permiten circular por el exterior a pesar de la lluvia.  Pero esta no es la única conexión entre los pabellones, sino que interiormente se establecen conexiones derivadas del programa funcional. El espacio reservado para el taller de formación, donde se enseñarían oficios se sitúa en una de las crujías extremas de tal forma que pueda tener cierta independencia dentro del volumen.

via GoogleMaps

La estética del edificio representa la ética de la función. Comparando esta obra con otras de Rodríguez-Losada se aprecia un ejercicio de desnudez ornamental lo que prioriza la percepción del orden formal y especialmente, el ritmo rígido de los huecos. El arquitecto define dos tipos de huecos únicamente: estrechos de proporción vertical y anchos, de proporción horizontal y que ocupan el doble que los primeros. La disposición de los huecos responde a las funciones interiores. Estos, además, incorporan un recercado, que, junto con las sencillas columnas planas impostadas y la escalera imperial, dotan de cierta monumentalidad y significado al acceso, pero todo el conjunto se caracteriza por una rígida y sobria sencillez lingüística que define la atmósfera moral que tiene lugar en su interior. Se trata de un proyecto singular en la obra de Rodríguez-Losada, ya que, a pesar de utilizar una estructura de hormigón y materiales habituales en su obra como la teja y los enfoscados, la ausencia de ornamentación como argumento lingüístico de la estética del edificio resulta muy singular. 

Olvidar caminos o recorrerlos

Tomar una decisión es un acto deliberado que dibuja un camino, pero también un escenario de abandono, es decir, de olvido voluntario. La arquitectura sirve de herramienta para sustentar algunas decisiones al margen de su fundamentación. La filosofía que construye un determinado concepto moral establece un conjunto de principios que toman forman a través de la arquitectura, la cual es capaz de trasladarlos hacia una dimensión atmosférica determinante en el comportamiento social. 

“Percibía la oposición entre el mundo como mecanismo y el mundo como organismo, entre la naturaleza muerta y la naturaleza viva, entre la ley y la forma. Cada línea de las que escribió como naturalista iba encaminada a ponernos ante los ojos la figura de los que deviene, ‘forma esencial que viviendo se desenvuelve’. Sentimientos, intuiciones, comparaciones, inmediata certeza interior, exacta fantasía sensible, tales eran los medios con que se acercaba al misterio de las inquietas apariencias” Oswald Spengler sobre Goethe, La decadencia de Occidente. Vol I

Quizás las decisiones dibujen caminos que, sean acertados o no, han de ser transitados para descubrir las emociones que provocan en quien se aventura en ellos. En la historia de la arquitectura, algunos edificios aparecen como tránsitos obligados para comprender una época, sin embargo, albergaban en su interior la capacidad de cambio y transformación necesarias para alterar sus trayectorias conforme al sentir de un tiempo.

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