Papeles de un erudito
Primer Número de papeles de Son Armadans
El día en que se pierde para siempre a un amigo es humano recordar, con toda la viveza de que seamos capaces, algún momento pasado en su compañía de la que no podremos disfrutar nunca más. El día en que muere un escritor cuya obra hemos frecuentado, puede que alguno de sus títulos, de sus párrafos, de sus personajes o de sus versos, contribuya a hacernos presente todavía su figura, aun sabiendo que no cabe esperar de su pluma ninguna obra más.
A comienzos de los 60, y con motivo de un número especial de "Papeles" dedicado a Silverio Lanza y que yo mismo le propuse elaborar, Cela me nombró secretario de redacción de la revista. Era el año 62. A partir de ahí mantuvimos una estrechísima colaboración que se vio reforzada dos años más tarde cuando me pidió que fuera su secretario personal. Camilo ya había publicado parte de sus obras más importantes, Pisando la dudosa luz del día, Cancionero de la Alcarria, La familia de Pascual Duarte, Pabellón de reposo, Viaje a la Alcarria y La colmena, por citar algunos.
Fue entonces, y al poco de comenzar a trabajar con él, cuando creó la editorial a partir de un ofrecimiento que le hicieron a Camilo la familia de constructores Huarte -tan acomodada como popular-. Así surge Alfaguara. Aunque Camilo era un escritor independiente al que se le rifaban las editoriales, con este proyecto realizaba un viejo sueño. Era un hombre muy leído, tenía un gran conocimiento de la literatura y tenía muy claro lo que le gustaba y lo que no. Admiraba a Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, Azorín... De sus compañeros contemporáneos de profesión admiraba muchísimo a Ana María Matute y a Rafael Sánchez Ferlosio. Pero sobre todo él quería darle a Alfaguara una orientación hacia lo que llama "libro herramienta", es decir, diccionarios, bibliografías.... Sobre la poesía tenía las ideas muy claras: "la poesía no vende, Antonio", me decía. Pero sí se venden las antologías, le contestaba. Y eso fue lo que hicimos. Publicamos a Umbral, a Vázquez Azpiri, y por supuesto a Cirlot, Celaya, Miguel Hernández...
La vida literaria de Camilo en los 60 estuvo repartida entre la editorial, la revista, sus colaboraciones y sus libros. "Papeles" fue durante toda esa época algo muy importante para él. Era su tribuna más libre y a ella nos dedicamos en cuerpo y alma hasta que consideramos que su tiempo había terminado. Las revistas tienen una vida, y cuando esa termina o se mueren, o las matas. El corazón de "Papeles" deja de latir a finales de los 70. Hasta entonces, Camilo delegó en mí y practicamente todo el peso de la publicación lo soportaba yo gozosamente. Publicamos especiales sobre Rubén Darío, Miró, Picasso... para él era capital porque cumplía lo que llamaba "la función social de la literatura". De sus cenizas nacerá Papeles de Iria Flavia.
Los sesenta también fueron el disfrute de su entrada en la Academia: El sillón Q de la Real Academia Española le colmó de felicidad.
Es curioso. Cela es, ha sido -aún me cuesta hablar de él en pasado- un escritor prolífico. Sin embargo, necesitaba mucho tiempo para pensar las obras. Le daba vueltas y vueltas y no porque no tuviera claras las ideas, todo lo contrario. Para San Camilo 1936 estuvo varios años meditando su corpus principal. Pero tuvieron que transcurrir muchos días y muchas noches antes de que se sentara a escribirla. En cinco meses la había terminado. Esta década se caracteriza por un parón en su producción de novelas -salvo San Camilo 1936 y Tobogán de hambrientos-, pero sigue activo como escritor. Aunque se le reconoce sobre todo por su narrativa, Camilo es, ante todo, un poeta. De hecho, comenzó su andadura literaria como poeta. Los primeros años de la guerra civil le inspiraron los versos de La dudosa luz del día, que se publicó años más tarde. En los sesenta apenas escribe poesía, salvo Viaje a U.S.A. Toda su obra queda recogida en Poesía completa, editada hace un lustro, con prólogo firmado por Valente.
Poesía, narrativa, viajes... yo creo que a Camilo, lo que más le gustaba escribir, dónde más cómodo se encontraba, era en los textos de difícil publicación, cosas raras, disparatadas... Y prueba de ello es una obra que a mí me parece genial: Mrs. Cadwell habla con su hijo, de 1953. Le gustaba investigar, divertirse con el lenguaje que dominaba a la perfección, tenía una gran intuición. Para el lenguaje Camilo era único, podía escribir sobre lo que quisiera. Era un erudito.
Puedo decir, sin titubear y sin recurrir al brillo de los premios, que Camilo ha triunfado porque supo cultivar sus tesoros literarios. Supo sacar partido de ellos. Pero eso lleva entrega y tiempo. Cela escribió mucho, pero podía haber creado una obra propia mucho más ambiciosa. El único problema que yo le veía, durante todos los años que trabajamos juntos, es que se dispersaba mucho: era un estudioso de los eruditos, empleaba parte del tiempo de su obra de creación en estudiar a otros. Y esa labor aún no se le ha reconocido.
Por supuesto que en el tintero se me quedan recuerdos. Pero ahora, mi pluma, que recibió orgullosa los elogios de Cela, se queda seca. La tinta lleva hoy un justificado luto.
Leer otros capítulos
1. Qué sola la mañana...
2. El latido del aire
3. Aquellos años cuarenta
4. Papeles de un erudito
5. La voz tras la mordaza
6. El testigo de Arrabal
7. De muchos y de buenos amigos
8. El Nobel, para uno de Padrón
9. El escritor y su personaje
10. El narrador: cómo se hace una novela
11. También era un poeta
12. El escritor oficial, el poeta auténtico
13. En el corazón de la novedad
14. Tres obras y dos versiones
15. Un canto a la supervivencia
16. Al cine desde el respeto
17. Galicia de ida y vuelta
18. Cautivos en la isla
19. Vuelta a La Alcarria
20. Dama oscura
21. La casa de la Vida
22. Profesor de energía