Llevo un tiempo en crisis con una receta. Receta de la que yo me creía soberana porque la bordaba. Receta no receta porque es ese plato que haces a menudo, le tienes tan bien cogido el punto que no deparas en si le pones 100 o 200 gramos de patatas, si la pizquita de sal es 1 gramo o medio o si lo dejas cinco minutos al fuego ni a qué intensidad. Todo va a ojo. Lo haces en piloto automático y siempre sale bien.

Pues llevo un tiempo en que la tortilla de patatas no me queda bien y esto me está frustrando. No tengo ningún deparo en verbalizarlo y a media comida suelto un “no me ha salido buena” o “cada día la hago peor” dejando al que come conmigo con cara de no saber si darme la razón y ofenderme o quitármela por halagarme y también ofenderme por cuestionar mi criterio.

¿A mí de qué me sirve decir que me ha salido una comida muy buena si yo sé que me ha quedado mal? Prefiero reconocer un error que no hacerlo y quedar como que tengo el paladar de hormigón.

Cocinillas

Cada vez que fracaso en esa receta que yo tenía muy interiorizada, que yo sentía muy mía, me siento Sergio Ramos tirando aquel penalti en que envió el balón a Sebastopol. Y no lo digo porque me apetezca mandar a Sebastopol esa tortilla imperfecta que acabo de hacer, que también.

¿Le gustó a Sergio Ramos fallar ese penalti? Supongo que no. ¿Dejó de tirar penaltis por haber fallado? No. Así que, aunque lo que me apetezca sea tirar ese plato tan lejos como el balón de aquel penalti y poner a Dios por testigo de que nunca más volveré a pasarme ni un minuto en la cocina haciendo una tortilla que ya no sé hacer, lo que saco en claro es que no puedo dejar de hacerla. Al contrario. Ahora tengo un nuevo reto: reconquistar esa receta.

Pensando en cómo conseguir que me quede como me quedaba antes, tengo claro que hay que contar con que hay cosas incontrolables, como que los ingredientes tengan siempre las mismas características (es obvio que no puede ser). También he analizado que con el tiempo y la confianza que me daba tener esa tortilla muy conseguida, iba haciendo modificaciones poco a poco. Es normal, pasa en todas las disciplinas: cuando controlas algo, a veces le metes variaciones y florituras. Estaría bien hacer un balance para saber si en alguno de esos pasos que he modificado hay algo que falle.

Y, sobre todo, me he dado cuenta de que es altamente probable que la culpa de todo esto la tenga la atención. Mejor dicho, la falta de atención que le ponemos a lo que damos por hecho. A lo que conocemos y controlamos.

Hacer cada día el mismo recorrido con el coche no te exime de accidentes. De hecho, por probabilidad es más normal que si tienes un accidente con el coche sea haciendo el recorrido que haces cada día. También es posible que si tienes un accidente en el trayecto que recorres cada día, sea por tu culpa, precisamente porque como lo haces cada día, tu atención baja y tu velocidad aumenta.

Exactamente es lo que hago cuando cocino algo que sé hacer porque lo he hecho mil veces: me pongo a pensar en otras cosas, aprovecho para hablar por teléfono mientras cocino, contesto Whatsapps que tengo pendientes, me pongo a ver stories de Instagram hasta que se acaben los stories de todo Instagram o intento hacer en tiempo record algo que, por pura lógica, no tiene atajos. Y, claro, ahí viene la torta, que no la tortilla.

Es normal, por otra parte, que esta receta me haya dicho que no me aguanta más. Que si sólo tengo ojos para el teléfono y ya no le dedico el tiempo que necesita, ella se va. Y yo, que la sigo queriendo mucho, la pienso reconquistar.