La piscina que tengo al lado está tapada con una lona que hace un pequeño charco. En esa acumulación de agua han empezado a crecer algunas algas y bichillos acuáticos. Las palomas, creyéndose Jesucristo caminando sobre las aguas, recorren a pie esa lona, se mojan las patas y meten la cabeza en el charco. Beben agua y aprovechan para pescar algún que otro bicho. En concreto, hay dos palomas que llevan haciendo esto toda la tarde y no parece que quieran dar por finalizado el festín.

Los pájaros que viven en el pino que me está dando sombra no paran de ir y venir del pino a cualquier parte. Se posan sobre las ramas, arrancan el vuelo y unas veces se van lejos y otras bajan al suelo, picotean algo y vuelven a la rama. Me pregunto si cuando se van más lejos es también para comer y cuánto necesita comer un pájaro.

Mi gato dormita a los pies de la tumbona en la que estoy. De repente, abre los ojos, levanta la cabeza y mira inmóvil en dirección a un arbusto. Corre hacia él, desaparece entre el ramaje y empiezo a escuchar a un pájaro en apuros. De entre las ramas sale un guácharo al que mi gato alcanza y suelta. Luego lo coge y lo deja volar. El corazón del pájaro no es el único que palpita rápido en este patio. Me asusto, me da mucha pena que lo mate y corro para evitar que se lo acabe comiendo. Porque sí, mi gato no es de los que caza para ofrecérmelo a mí, no. Si caza algo, se lo come él.

Cojo a Simón, mi gato, para evitar que le haga daño al pobre pájaro. Lo encierro dentro de casa y voy buscar al pájaro para ver si está bien. Está bien. Así que espero que vengan sus padres a buscarlo antes de que mi gato u otro que pase por aquí se lo acabe merendando.

Para quitarme el susto, voy a la cocina y me pongo una bola de helado de chocolate, como se me hace poco, le añado un chorrito de aceite de oliva y unas escamas de sal. Vuelvo a mi tumbona. Al rato, me levanto a coger unas patatas fritas. Observo la bolsa, ¿quién diseñará las bolsas de las patatas fritas de fábricas locales? Algunas parecen hechas con el Paint. Después, me pongo un agua con gas, sin hielo y sin limón. Más tarde, como un puñado de frutos secos y luego contraataco con una berenjena de Almagro. Y ahora me doy cuenta de que me he convertido en uno de esos pájaros que no paran de ir y venir de la despensa a su rama y nunca dan el aperitivo por acabado.

Mientras tanto, mi gato sigue “castigado” dentro de casa y observa desde la ventana mi trajín. Me lo imagino diciéndose lo injusto que es todo: él encerrado por intentar ganarse el aperitivo y en ese jardín todos están comiendo por aburrimiento. Las palomas saquean un charco, los gorriones se ponen ciegos a migas y su dueña come sin ton ni son como uno de esos estúpidos pájaros.

Ahora sólo espero que no trame comerme a mí.