Image: Tres tratados de armonía

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Ensayo

Tres tratados de armonía

Antonio Colinas

12 marzo, 2010 01:00

Antonio Colinas. Foto: J.M. García

Tusquets, 2010. 328 páginas, 19 euros


Lejano y difícil se antoja hoy el arte de la armonía. Se diría que desterrado para siempre de un mundo como el nuestro, en el que se imponen la prisa, el desconcierto y el ruido de las rutinas eficaces. Y, sin embargo, agazapado en rincones humildes de la existencia -en la respiración lenta de la tierra mojada, en un viento cálido- surge a veces como un destello de plenitud, para trastocar el ritmo agitado de nuestros días y devolverlo a su sereno compás, haciendo que nos sintamos de nuevo en casa. Así sucede en la obra del poeta leonés Antonio Colinas (La Bañeza, 1946), premio Nacional de Literatura. Su singular belleza no nace de la sofisticación técnica ni del efectismo verbal, sino de la franqueza con la que persigue las huellas de ese arte y se asoma a esos espacios donde se alberga el misterio simple de las cosas cotidianas: lugares sencillos y momentos rotundos que tantas veces ha sabido captar en sus versos y que son también los que comparecen en la prosa poemática de los aforismos que componen este volumen.

En él, Colinas añade un inédito Tercer tratado de armonía a sus dos entregas anteriores, cerrando un espléndido ciclo literario iniciado hace algo más de 20 años, que ahora se muestra asimismo como un ciclo vital: el que llevó al autor de su lugar de origen a la isla de Ibiza y, de ahí, de regreso a sus raíces, a sus tierras del noroeste.

Modulados por el hondo simbolismo de este itinerario personal, los tres tratados anudan poesía, pensamiento y experiencia en un conjunto de reflexiones que transmiten simultáneamente una visión filosófica, una poética del mundo y una sincera lección de vida. Vemos así cómo confluyen los diversos trazados de la obra y tienden a resolverse las dualidades presentes en ella conforme se despliega su ritmo triádico: el recorrido del autor por las rutas de la mística española, tan pregnante en la última parte del primer Tratado de armonía (1991), en el que se exploraban de manera fecunda los paralelismos entre nuestra mística y la oriental, o la despedida de las "noches azules" del mediterráneo, al término del Nuevo tratado de armonía (1999), se evidencian como pasos que preparan la tarea de "restaurarse" a sí mismo cumplida en el tercer libro, coincidiendo con ese regreso del poeta a lo propio, para restaurar la casa de sus antepasados. Este sencillo viaje, que tanto recuerda al machadiano "ligero de equipaje", se hace viaje interior y convierte a toda la obra en un rico memorial de signos que, contando en un estilo deliberadamente sencillo el encuentro del autor con paisajes habituales y lugares imprevistos, con autores clásicos y textos raros, con músicas sublimes y sonidos menores, rescata ese acorde oculto del mundo que la experiencia poética -como la mística- siempre trata de hacer presente. El sosiego del texto quiebra el curso vertiginoso de los apuros inmediatos en que anda enredado nuestro afán y nos recuerda que no dista tanto de nosotros esa otra forma de vivir, donde fluye el silencio en vez del griterío consumista, donde basta el murmullo del mar para sentirse bien.

Así, Colinas vuelve a sacar el alma del hombre contemporáneo de su negrura, para encalarla con la luz de la palabra poética. Su convicción de que la literatura puede sanar recorre todo el texto. También una indisimulada nostalgia del origen, de comunión con una naturaleza idealizada. Pero nada de ello reduce el valor de sus tratados a la condición de meros libros de autoayuda. Simplemente pone de manifiesto de qué forma tan esquiva nos visita esa plenitud y qué efímero resulta el logro de la armonía. Reconstruimos hogar en el poema, pero el mundo se vuelve a teñir de dualidades. En esa tensión existimos, pues nos constituye tanto como la aspiración a resolverla.