José Fernández, en la piel de Hemingway.

José Fernández, en la piel de Hemingway.

Teatro

La catarsis de Hemingway en nuestra Guerra Civil: de ‘mercenario’ a activista

El Teatro del Barrio estrena 'Hemingway. Enviado especial', un monólogo que evoca la evolución moral del escritor en España

4 septiembre, 2022 01:31

“La grandeza es la maratón más larga; muchos se inscriben, pocos sobreviven”. Una frase que terminó siendo profética y lapidaria para el propio Ernest Hemingway, que fue quien la pronunció. Un gigante con pies de barro que puso término a su vida por su propia mano de manera grotesca y trágica. Cogió su escopeta y se descerrajó un tiro en la cabeza. Fin. Así terminaba una vida excesiva, tormentosa, en la que el hombre debió de convivir con un fantasma (el de sus traumas arrastrados) y un personaje (el cimentado a base de poses bravuconas y los éxitos literarios primerizos).

La cita la toma con toda intención Mario Hernández para encabezar el monólogo que le ha dedicado al autor de Fiesta. Titulado Hemingway. Enviado especial y protagonizado por José Fernández, metido en la piel del novelista, se centra en uno de los capítulos legendarios de su biografía: su cobertura de nuestra Guerra Civil, tan envuelta en polémicas y visiones contrapuestas, que van desde los que ensalzan su valentía y compromiso con su época a los que lo tildan de timador del reporterismo, por escribir, a su modo de ver, desde la barrera de los clubs nocturnos de la capital.

El texto de Hernández, que se estrena este domingo en el Teatro del Barrio, busca en parte desmentir esta -a su juicio- falaz percepción del corresponsal Hemingway.  “Visitó muchos frentes de batalla, hay un sinfín de anécdotas que le sitúan en el frente de Teruel, en las retiradas de las tropas republicanas (uno de sus mejores cuentos, El viejo del puente, así lo demuestra) y en la batalla de Casa de Campo, entre otras”, alega Hernández. “La leyenda, según quien la cuente, le da incluso un papel activo adiestrando a soldados republicanos en el uso del fusil, y sobrepasando siempre los límites que un reportero de guerra no puede nunca saltarse”.

Lo cual, añade Hernández, “no quita que, por supuesto, visitara todo bar posible, se bebiera todo el alcohol que le pusieran y encontrara, cerrara y abriera Chicote, y montara juegas en su habitación del Florida. Era Hemingway, y también sabía que eso era lo que se esperaba de él”. Del personaje al que aludíamos: el cazador, el aventurero, el macho alfa, el farrista redomado…

['Siempre nos quedará Pamplona': Jasón da una vuelta de tuerca a Hemingway]

Para componer su pieza, Hernández, que ya estrenó en el Teatro del Barrio El pecado mortal de Madame Campoamor, ha empleado sobre todo las crónicas que elaboró durante la contienda, a las que ha sumado fragmentos de Por quién doblan las campanas, su novela sobre el encontronazo del 36, que algunos ven como -paradójicamente- una españolada por su carga melodramática y lacrimógena. Hernández, en cambio, la describe como “una americanada”. “Da una visión tan profundamente americana y romantizada de la guerra que la convierte casi en un western. Pero como siempre en Hemingway, tiene diálogos increíbles, y fragmentos de una poesía y una hondura magistrales, de los que sí nos hemos servido”.

La obra, con puesta escena sobria (apenas hay atrezo: un puro, una máquina de escribir y una escopeta) arranca en su último con vida, en 1961. Hemingway, que ya ha decidido poner término a su amargo presente, nostálgico de los tiempos mozos en París, de los parabienes generalizados hacia sus libros, de sus días soplando en la plácida Cuba, rememora también sus andanzas en aquella España incendiada por un conflicto cainita.

Un momento de Hemingway. Enviado especial

Un momento de Hemingway. Enviado especial

Las escenas se suceden al ritmo de sus evocaciones, que tienen como base las crónicas. “Forman un fresco vivísimo del conflicto”, apunta Hernández. El momento en que su ubica su peroración le aporta un valor extra: “La sinceridad que nace del hecho de saber que en pocos minutos acabará con su vida hace que comparta con el espectador una visión mucho más sincera sobre sí mismo, de su hipocresía pero también de creciente conexión con el pueblo español, como nunca antes hubiera hecho”.

Un pueblo que en un principio quería -de algún modo- explotar para mayor gloria propia (marcar una nueva muesca en su revólver aun a costa de él) pero al que poco a poco se va apegando emocionalmente. Así lo ‘narra’ Hernández en su trabajo dramatúrgico. “Su compromiso político era más bien superficial, era antifascista, sí, pero odiaba también el comunismo. La guerra, al principio, no era para él más que una buena historia. Pero a través de sus escritos, de sus crónicas de guerra, muchas de ellas exageraciones, alguna que otra incluso inventada, poco a poco se va apreciando que el sonido de la batalla, la excitación por el combate, deja lugar a una preocupación cada vez mayor por las víctimas de la guerra, por la injusticia de España. Su ansia de fama y gloria rivalizaba con su carácter más humano crónica a crónica”. Una transformación muy teatral, pura catarsis griega.