
Pepito en el bar Candela. Foto: Jacinta Delgado
El Candela, un feudo para flamencos en plena Movida
El periodista Jacobo Rivero reconstruye la historia del mítico local de Lavapiés, que acaba de reabrir sus puertas hace solo unos días, en el libro 'Candela'.
Más información: Camarón en unas nuevas grabaciones inéditas: un directo en Oviedo resucita al "Picasso del flamenco"
En los años 80 "el flamenco estaba desatado de creatividad y en un estado pletórico de convivencia entre artistas", cuenta Jacobo Rivero (Madrid, 1974) en Candela, libro publicado por la editorial Altamarea. Bajo el elocuente subtítulo, "Memoria social de un Madrid flamenco", el periodista desentraña la historia del mítico local ubicado en la calle Olmo, esquina con calle Olivar, de Lavapiés, apoyándose en los testimonios de cantaores como Israel Fernández, que vivió en el barrio, guitarristas como Josemi Carmona, miembro de Ketama, y La Quica, maestra bailaora, entre otros testigos de aquella efervescencia.
Uno de los indispensables fue Pablo Tortosa, que encontró el local en 1982, año en el que abriría sus puertas. Miguel Aguilera regentaría el bar y Tortosa coordinaría las actividades de la peña El Chaquetón en la cueva de abajo, de la que aún se recuerdan sus mesas con tablero de mármol y las sillas de enea. Pero la convivencia se desgastó muy pronto y Aguilera, que pasaría a ser más conocido como Miguel Candela, se quedó al frente del establecimiento en solitario.
Durante los cuarenta años que permaneció abierto, fue uno de los principales puntos de encuentro para los flamencos en la capital. En aquellas noches que normalmente acababan con los primeros rayos de luz de la mañana siguiente era habitual encontrarse a Paco de Lucía, al Agujetas, al Güito, a José Mercé, al Cigala, a Carmen Linares o a Enrique Morente, que a veces solo iba a jugar al ajedrez y llegó a bajar a la cueva, territorio reservado para los más selectos, en zapatillas de andar por casa.
Hay quien no olvida que una mañana, acabada la juerga, una multitud de gitanos esperaba a Camarón en la puerta para que tocara y bendijera a sus niños. Pero el Candela era, más allá del flamenco, un espacio de intercambio en el que también tuvieron cabida Sabina, Almodóvar, Fernando León de Aranoa, Lenny Kravitz...
"Su personalidad era indisociable de la zona donde había germinado", apunta oportunamente el autor. A pesar de la gentrificación, Lavapiés conserva una identidad multicultural que conecta con la raíz flamenca. Destino habitual de familias procedentes de Extremadura y Andalucía, propició el intenso desarrollo de este arte, pero también albergó a inmigrantes africanos, que convivieron en las noches del Candela con pintores, escritores, cineastas, actores, periodistas, okupas, sindicalistas…
Rivero resalta el compromiso social de muchos artistas, que actuaron en centros okupados y en festivales contra los despidos y el cierre de fábricas
Rivero se hace eco del compromiso social de muchos artistas flamencos, que formaron parte de movimientos subversivos a través de actuaciones en centros okupados y en festivales para recaudar fondos contra los despidos y el cierre de fábricas. Este tipo de acciones eran el resultado de una complicidad vecinal que se había fraguado en las peñas, los tablaos históricos como Casa Patas y las escuelas como Amor de Dios. Recuerda el autor que la capital fue el escenario de "la profesionalización" del flamenco. "A partir de 1982 se comienza a pagar bien a los artistas", leemos, y estos espacios contribuyeron a su puesta en valor.
Lavapiés era el epicentro de lo que algunos denominaron la Movida flamenca, simultánea a la explosión de color que impulsaron las bandas irreverentes del momento. "La gente del rock iba a la Vía Láctea, al Rock-Ola, a los garitos de Malasaña; pues para los flamencos eso era el Candela de Lavapiés", explica Antonio Benamargo. Y añade que era un feudo para los guitarristas, por más que allí, claro, también se cantara y se bailara.

Tertulia taurina celebrada en el Candela, donde Enrique Morente, el tercero por la izquierda, era un habitual
Ahora bien, el Candela era, de lo flamenco, "lo más underground", matiza el que fuera mánager de Morente: "Tenían un toque jipi, digamos que los 'flamencos neoclásicos' iban a otros sitios". Las Bodegas Alfaro en la calle Ave María, el Chenel en la calle Atocha y La Soleá en la Cava Baja eran algunos de esos espacios.
Además de Morente, cliente habitual del Candela, Ketama es la banda que mejor representa el mestizaje del local. Su formación tuvo lugar en plena eclosión del Nuevo Flamenco de los 80, corriente que, tras los seminales álbumes de Lole y Manuel (Nuevo Día, 1975) y Camarón (La leyenda del tiempo, 1979), alumbraría proyectos tan disruptivos como los que pusieron en marcha Kiko Veneno con Pata Negra, Martirio con Jarcha o la banda La Barbería del Sur.

Las discográficas que apostaron por esta renovación musical tenían sede en Madrid, tal y como resalta Rivero, que en este libro presta mucha atención al sello Nuevos Medios y a enclaves determinantes como la tienda de discos Discoplay.
Tras la repentina muerte de Miguel Aguilera en 2008, el Candela siguió abierto catorce años más, pero la pandemia acabó devorándolo. Casi todos los entrevistados en este libro coinciden en que al final se masificó –incluso había un portero en la puerta– hasta perder buena parte de su esencia. El Candela, no obstante, acaba de celebrar su reapertura. Los socios, entre los que se encuentran el actor Unax Ugalde y el productor de cine Enrique López Lavigne, prometen respetar el carácter que le dio la fama.
El libro de Rivero no solo es una gran retrospectiva de la historia del local, sino también una reivindicación del arte del cante, el toque y el baile en Madrid, tal y como defiende el musicólogo Pedro Lópeh en el prólogo. Y es que la capital, asegura, siempre ha sido una de las grandes plazas del flamenco en nuestro país.