Pascal Quignard. Foto: Francesca Mantovani

Pascal Quignard. Foto: Francesca Mantovani

Música

Pascal Quignard: "En lo emocional, la música es infinitamente superior a la literatura"

El escritor francés, ganador del Premio Formentor, habla con El Cultural de su polifónica obra y de las renuncias cruciales en su vida.

22 septiembre, 2023 02:39

1994 fue el año de la ruptura para Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948). Abandonó París y su cargo como secretario general de la editorial Gallimard, amén de la dirección del Festival de Ópera Barroca de Versalles. Quignard escapó de la ciudad para abrazar “la soledad radical”. Estaba cansado de convivir, con todas las servidumbres que para el individuo implica conjugar ese verbo. Como su admirado Montaigne, renegó de la corte para cultivar, en su château, la escritura con espíritu libre e independiente.

Desde esta gran renuncia, su obra, poliforme y polifónica, refinada y culturalista, eclosionó. Hoy atesora ya más de una setentena de títulos, con hitos como Todas las mañanas del mundo (1991), adaptada al cine por Alain Corneau. Madrugador pertinaz y enamorado del alba, Quignard es sin duda uno de los grandes santones de las letras galas, aunque él prefiera ser identificado con un cartujo desprendido que todavía toca el piano (el violín ya no puede por la artrosis) y aguza el oído para deleitarse con el canto de los pájaros. Escuchándoles conjura las turbulencias psíquicas (en su dura infancia se cruzaron la anorexia con el autismo) y regocija el corazón. Ahora, con su última novela bajo el brazo, El amor el mar (Galaxia Gutenberg), llega a España para recoger el Premio Formentor.

Pregunta. En El amor el mar se adentra en la Guerra de los Treinta Años, que casi desangra a Europa. ¿Qué deberíamos tener presente hoy de aquel horror?

Respuesta. Que hay más futuro en el tiempo que en la Historia. Que hay más futuro en la vida y la naturaleza que en la guerra y en la ruina incesante. Que debemos escapar de la repetición perpetua de la guerra. Que haciendo la guerra a la guerra no detendremos la guerra.

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P. ‘Armonía’ procede de un vocablo griego utilizado en carpintería para referir el encaje de dos piezas que se repelían. ¿Qué puede aportar la música a la convivencia pacífica?

R. Nada. Al contrario de lo que leemos y de lo que oímos decir en todas partes, las maravillas de la música culta no son en absoluto universales. Son más elaboradas y más intraducibles que los propios lenguajes humanos.

P. En Butes recordaba algo que decía Messiaen: que los pájaros eran “los más grandes músicos del planeta”.

R. Se trata de un misterio nocturno que no pertenece solo a los pájaros. La audición, en el vientre de nuestras madres, precede la visión y la respiración. El ruiseñor espera el momento más oscuro de la noche para lanzar su poderoso y extraordinario canto. Los ornitólogos dicen que es la densidad del silencio lo que lo causa. La música rompería el silencio excesivo, del mismo modo que los sueños romperían el dormir, que de otro modo semejaría a la muerte. En los Vedas indios encontramos himnos de gran belleza sobre ranas que esperan hasta que la oscuridad de la noche sea completa antes de lanzar sus canciones e invocar la lluvia para el mundo.

P. ¿En qué medida la música supera a la literatura como medio de expresión?

R. Es infinitamente superior en el plano emocional. Hablo de la verdadera música. La música sin programa. Toca el corazón sin mediación. La música pura de Mozart, Schubert, Albéniz, Fauré… Hablo de música escrita, como la literatura. Pero para el pensamiento la música no es nada. El
pensamiento es lenguaje, significado.

P. Fue algo así como un monaguillo. Dice que entonces descubrió que no había en el mundo nada más bello que las lamentaciones barrocas.

R. No exactamente pero sí. Pertenezco a un linaje de organistas. Yo mismo empecé a ejercer como tal a finales de los años 60, en un pequeño pueblo a orillas del Loira. Lo que me fascinó fue la misa, un espectáculo total: la muerte de Dios y la sucesión de diferentes emociones que la música acompaña. La extraña danza de ponerse en pie, sentarse, arrodillarse, juntar las manos, bajar los párpados, el cortejo avanzando hacia la valla del coro, el silencio, la boca abierta para devorar al sacrificado… Todo pautado por las miradas y los gestos que se intercambian el cura y el organista, que improvisa a partir de sus gestos.

P. Vivir en sociedad le provoca serios conflictos. ¿Qué es lo que más detesta de la sociedad contemporánea?

R. Me encanta el mundo contemporáneo y sus recientes maravillas: la arqueología, la etnología, el psicoanálisis, el acceso a todas las imágenes, las grabaciones en sublimes discos... Son las asociaciones, las naciones, los grupos, los movimientos lo que me resulta insoportable. Es un rechazo intemporal. O mejor dicho: data del siglo I antes de Cristo. El taoísmo en China, el budismo en India y luego el cristianismo proclamaron un odio irremisible contra la vida social, las cortes, los abusos de los guerreros, la dominación de los príncipes.

P. Como músico, tiene el oído muy refinado. ¿El ruido incívico fue uno de los factores que le determinó a abandonar París en 1994?

R. No, la abandoné por abandonarla. Una noche, el príncipe Gautama se levanta de repente, deja la cama de su mujer, pasa por encima de su hijo que duerme, monta su caballo, sale del palacio, llega al río, se sienta en la orilla, solo, bajo un árbol, contempla el agua que pasa y se convierte en Buda. La palabra ‘éxtasis’ procede de la palabra griega ‘ek-stasis’: salida. Sentarme y leer, esa es mi ‘salida’, mi maravillosa vida. A cada uno, su oración. La experiencia interior, la contemplación de la naturaleza, la sensación del cuerpo totalmente atento, el ejercicio espiritual, el estudio… Tal es la esencia de mis días.

P. Dejó atrás un alto cargo en la editorial Gallimard y la dirección del Festival de Ópera Barroca de Versalles. ¿Qué pasaba por su cabeza entonces?

R. Durante 25 años yo había intentado integrarme en diferentes grupos y colectivos y lo había conseguido. Pero también podía huir, podía recuperar la soledad radical. Siguió la vida privada: divorcio, provincia, tres casas a la orilla del agua, entre bambúes y alisios, donde vivo todavía. Hace ya 29 años de aquello.

P. ¿Se arrepintió alguna vez de aquella decisión?

R. Perdí muchos amigos, mucho dinero, mucho reconocimiento, mucha influencia. Entonces sentía vértigo, sí, pero también me sentía feliz. Como un gato que se reencuentra con la vida salvaje en la orilla. O como un pájaro en la amplitud del cielo.

P. En los 'fastos' del Premio Formentor no le quedará más remedio que darse un ‘baño de sociedad’. ¿Con que ánimo afronta un trance así?

R. Un anciano toma su bastón, sigue el valle, toma el tren con una pequeña mochila y sube a la montaña para saludar a sus amigos ilustrados. ¡San Bruno deja el valle de la Grande Chartreuse, su celda, la nieve, la primavera, y se encamina a Roma, donde el Papa lo llama!