Image: Plácido Domingo

Image: Plácido Domingo

Música

Plácido Domingo: "Seré el primero en saber cuándo tengo que retirarme, el público no engaña"

16 julio, 2010 02:00

Plácido Domingo, como Simon Boccanegra, en la Staatsoper de Berlín. Foto: Monika Rittershaus

Octubre de 2009. Staatsoper de Berlín. Plácido Domingo afronta como barítono el Simon Boccanegra de Verdi. 25 minutos de aplausos le abren una doble edad de oro: la profesional y la humana. La primera recorriendo el mundo con el nuevo y apoteósico rol y la segunda superando un cáncer, “el papel más importante de su carrera”. Ahora llega al Real de Madrid, como Ulises, cargado de experiencia y de conocimiento, para afrontar el Simon Boccanegra -en lujoso segundo reparto- de Jesús López Cobos y Giancarlo del Monaco. El Cultural ha hablado con el maestro sobre su futuro como cantante y director, y sobre su pulso emocional al borde de los 70 años.

Se había preparado para el rol de su carrera y ha terminado encarnando el papel de su vida. Plácido Domingo (Madrid, 1941) pronosticó hace una década que la parte de barítono de Simon Boccanegra, una de las óperas más profundas y maduras de Verdi, le llegaría en su último año sobre los escenarios. Sin embargo, el pasado mes de octubre, cuando su hazaña como corsario genovés fue recibida en la Staatsoper de Berlín con 25 minutos de aplausos, su agenda operística seguía comprometida hasta 2014. Venía de celebrar el 40 aniversario en la Arena de Verona, le esperaban en Londres para un Tamerlano y había de acudir a Shanghai para los fastos de la Expo Universal. Acababa de grabar Amore infinito, sobre poemas de Karol Wojtyla, y tenía pendiente el segundo Boccanegra en Nueva York. Había alcanzado el punto más álgido de su temporada verdiana cuando el pasado 13 de febrero, la inusitada forza del destino sorprendió al tenor durante un concierto en Tokio en forma de dolor abdominal. Sólo unas horas más tarde, en Nueva York, le localizaban un pólipo canceroso en el colon. “Ha sido sin una de las batallas más duras que he librado”, recapitula, sereno, Domingo al comienzo de su cita con El Cultural. “Fue una experiencia dolorosa, pero igualmente gratificante y satisfactoria. Salí ganando de todo aquello”. Le operaron el 2 de marzo en el Hospital del Monte Sinaí, en las antípodas del Central Park donde tiene la oficina su hijo Álvaro, que custodia su agenda como los nibelungos el anillo, y que nos cuenta que “la palabra cáncer le cayó a plomo, aunque se mantuvo entero en todo momento, como en los ensayos del papel más importante de su carrera”.

La intervención fue limpia, precisa, certera. Los internos le prescriben seis semanas de reposo y revisiones periódicas cada 30 días. Eso sí, el ritmo de trabajo después del alta dependería sólo de sus ganas. Sólo así se explica que, ajeno a las lecciones que el propio tenor ofreció a Homer Simpson durante uno de los capítulos de la serie, donde le enseñaba a “cantar tumbado”, reapareciera a tiempo para el estreno del siguiente Simon Boccanegra. Esta vez en Milán, la ciudad donde murió Verdi, y a instancias de su colega Daniel Barenboim. “Quitando algunas funciones canceladas para el Verdi -cuenta Domingo-, lo más triste de mi ausencia fue perderme el Tamerlano de la Royal Opera House”, donde la frustrada expectación que desató el tenor madrileño, que celebrará el próximo año cuatro décadas de su debut londinense, obligó al teatro a rembolsar el 20% del precio de las entradas.

Precisamente vestido del sultán Bajazet lo recuerdan en Madrid, donde ofreció hace dos temporadas unas sesiones magistrales del repertorio händeliano. Acostumbrado a descorchar las temporadas de las grandes casas de ópera del mundo, Plácido Domingo está convocado este jueves como parte de la pirotecnia que pondrá fin a la era de Jesús López Cobos y Antonio Moral al frente del Teatro Real. Lo hará, por cuestión de fechas, en calidad de falso segundo reparto, acompañado por Angela Gheorghiu en una revisión de la producción de 2002 que firma Giancarlo del Monaco y que se estrena mañana.

Hazañas numerológicas
-La convalecencia, ¿la ha vivido como un susto o como una lección?
-Digamos que he aprendido la responsabilidad de la vida. Que no es sólo cuidarte por tu propio beneficio, sino también por el de la gente que te rodea y que te quiere. No soy quién para dar lecciones de medicina, pero me gustaría alzar la voz para que la gente se hiciera exámenes médicos periódicos. Todos los que puedan. Una colonoscopia a tiempo o un examen cardiovascular te pueden salvar la vida.

-Después de todo, ¿la experiencia lo ha humanizado?
-Naturalmente que sí. Por un momento te llegas a plantear que todo lo que has levantado, por lo que has luchado, puede irse de un plumazo, en menos de lo que tarda en caer un telón. Y eso coloca a cualquiera en su sitio.

-Siempre ha dicho que “no podía no creer en Dios”. ¿Se reafirma en la negación?
-Cuando vives un momento así, no puedes evitar rezar, pedir, invocar a algo superior. Yo lo llamo Dios y otra persona lo puede llamar energía. Lo que no es posible es obviar esa presencia. No podría concebir la vida sin pensar que hay alguien que organiza todo esto.

Lo dice quien recientemente fue canonizado por la BBC como el mejor tenor de todos los tiempos. Encabezaba el ranking por encima de Caruso y Pavarotti, no por capricho editorial sino de acuerdo a la numerología de sus hazañas. Domingo es el único tenor que ha superado el umbral de los 130 roles, ostenta la ovación más larga de la historia (80 minutos y 101 telones durante uno de sus Otellos en Viena), ha inaugurado en diez ocasiones la temporada en La Scala, en otras 18 la del Met, tiene 101 óperas grabadas, ha conseguido ocho discos de oro y ha cubierto una pared con nueve premios Grammy. Recientemente, la crítica le condecoraba con un Brit Award por su grabación de Tristán e Isolda de Wagner a las órdenes de Antonio Pappano.

-Resulta desconcertante que hace poco se rindiera ante Tristán. “No puedo y punto”, le escuchamos decir.
-Lo cierto es que no he cambiado de parecer. Créame que Tristán no es el mismo desde el escenario que en el estudio de grabación. Es un rol peliagudo que podría haber acortado mi carrera. Se canta con mucha fuerza, hay que sudarlo, imponerse a la orquesta y, de pronto, tener el mismo coraje para mantener unos pasajes muy pianos, pero de mucho tonelaje.

-A propósito de Wagner, ¿se pasará por Bayreuth ahora que no está el nieto?
-Me encantaría. Es pronto para hablar de un Siegfried o un Parsifal, que es lo que procedería, pero por ahora sigo manteniendo buenas relaciones con la dirección del festival.

Boeing 321 Domingo
-Que la música es indisoluble de la política quedó claro en los fastos por la caída del Muro. Apareció de improviso para hacer bailar a los altos mandatarios...
-(Risas) Fue muy gracioso ver a los políticos dando palmas al ritmo del Aire berlinés. Es una de las cosas que me gustan de mi trabajo, tener el privilegio de codearte con personas de cualquier posición. La música me ha abierto todo tipo de puertas.

-¿Le veremos algún día en los despachos de una casa de ópera española?
-El año que viene termino mis contratos con la Ópera de Washington y la de Los Ángeles. Me han ofrecido renovar, pero tengo que reflexionar sobre ello. Me encuentro en un momento vocal muy bueno, y gestionar un teatro lleva mucho tiempo. Pero todo es posible.

No es una frase hecha, sino la constatación de un estilo de vida que ha conseguido hacer de la inquietud una maquinaria casi perfecta, que le permite cumplir con sus compromisos en tres sitios al mismo tiempo. No en vano ya existe un Boeing que lleva el nombre del tenor, que el próximo mes de enero cumplirá 70 años. Aún sigue creyendo eso de que ser tenor es ser galán.“Todavía soy capaz de defender el papel en la distancia del teatro. Pero cada vez soy más padre de héroes que héroe a secas”. Para la ocasión le tienen preparada una gala por todo lo alto en el Teatro Real. “Antonio Moral sabía que yo no quería pasar mi 70 cumpleaños en otro sitio que no fuera Madrid”.

-¿Hay feeling con Mortier?
-Sí, yo creo que sí. Lo conozco de hace muchos años. Hemos coincidido en algunos proyectos, tampoco muchos. Pero hay comunicación y muchos proyectos sobre la mesa.

-En una entrevista para The Guardian se insinuaba que podría aprovechar la fecha para una retirada por todo lo alto.
-Tiene su gracia que el periodista de The Guardian insistiera tanto en mi retirada. Me decía que era un momento muy oportuno, precisamente ahora que iré con Simon Boccanegra a los Proms. Creo que es una decisión que sólo me corresponde a mí tomar. Seré el primero en darme cuenta de que mi hora ha llegado.

-¿Cómo lo sabrá?
-La cara del público nunca engaña. Yo sigo firmando contratos para dentro de tres o cuatro años, pero eso no significa que los vaya a cumplir todos. La vida te puede cambiar en dos años. Las caras de la gente, en dos minutos.

-¿Significa eso que se tomará la vida con más calma?
-Espero que el ritmo de trabajo siga siendo el mismo. Pero me he propuesto cuidar algunos aspectos. Me he perdido parte de la vida de mis hijos, que afortunadamente me lo han perdonado. Y no querría que eso mismo sucediera con mis nietos. Quiero verlos crecer.

-Dicen que allí adonde va se lleva los apuntes de Il Postino, la ópera de Daniel Catán que estrenará en septiembre en Los Ángeles.
-Los llevo siempre encima porque es una obra compleja. Melódica, pero compleja. Con permiso de Catán, me he permitido definirla como un Debussy suramericano. Estoy convencido de que gustará.

-Además de un Rigoletto para la televisión, que grabará también en septiembre, encontramos varios podios. ¿Qué curiosidad le ha llevado a los atriles?
-Tengo interés por la batuta desde que mis padres cantaban zarzuela, y yo les rellenaba la orquesta con el piano. También tuve mis devaneos en el conservatorio de México, con el maestro Igor Markevich, para luego centrarme en mi carrera como cantante. De momento canto más que dirijo. Pero algún día será al revés.

La generación perdida
-¿Qué le queda por hacer?
-Nada. Y todo. A mis 69 años necesitaría tres vidas para poder realizar todos mis sueños. Puede que un día me falten las fuerzas, pero nunca la ilusión.

-Usted mismo se ha encargado, a través de Operalia o el Centro de Perfeccionamiento del Palau de Valencia, de buscarse un sucesor. ¿Cómo explica entonces la generación y media de vacío entre usted y sus posibles herederos?
-Nunca lo había pensando de esta manera. Pero es cierto. Después de Luciano [Pavarotti], José [Carreras] y yo los nombres se dispersan un poco hasta llegar a Ramón Vargas, José Cura, Marcelo Álvarez, Marcello Giordani, Roberto Alagna... Sí, está un Shicoff, un Franco Farina, un Armiliato. ¿Pero qué ha pasado con Ermanno Mauro y tantos otros? Es un misterio.

-Cuentan que José Carreras lo llamó antes de la operación, y que usted le fulminó con una frase de las suyas...
-Los médicos me habían dado todo tipo de esperanzas. Y justo después me llamó él. Le dije: José, ya lo entiendo todo.

El fin de una etapa

Dice Jesús López Cobos que Simon Boccanegra es una de las partituras más humanas y profundas de Verdi, que el compositor fue perfeccionando con el paso de los años. La que se verá en el Teatro Real, desde mañana y hasta el 29 de julio, es la segunda versión, que contiene varios pasajes de lucimiento para el director, “que no se limita a acompañar la partitura”, explica el músico zamorano. La batuta de López Cobos y la puesta en escena de Giancarlo del Monaco -que juega con los contrastes: por un lado, un vestuario majestuoso del quattrocento; por otro, una arquitectura de “inspiración hitleriana” con la que se acentúa el carácter dictatorial del Dogo)- servirán de despedida al tándem creativo integrado por el maestro López Cobos y su director artístico, Antonio Moral.