El pudin de cabracho por el que querrás visitar este restaurante en Somo

El pudin de cabracho por el que querrás visitar este restaurante en Somo

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El pudin de cabracho por el que querrás visitar este restaurante en Somo con un ticket medio de 25€

Bueno, bonito y barato. El Rompeolas de Somo tiene todo para triunfar: una cocina de calidad, con producto y a precios muy accesibles y un local enorme a un paso de la playa.

Más información: El restaurante escondido entre prados cántabros donde comer carne de primera a muy buen precio

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Somo es playa larga, esa que tiene vistas a toda la bahía de Santander. Es lugar de ver pasar a decenas de surferos con las tablas al hombro y una buena colección de restaurantes por los que vale la pena cruzar a esta orilla del mar.

Hablar de gastronomía en esta zona, es hacerlo de tradición, de anchoas, de regalos del mar y de la tierra. Ya sea en Somo o en las aledañas Pedreña y Suesa, comer bien es un requisito indispensable. Y lo cierto es que se hace de manera sobresaliente.

En reductos como el Bar Pepe, con su pincho de tortilla y mejillones en salsa. En las Quebrantas con esos platitos de marisco que vuelan a la hora del aperitivo o con las hamburguesas por las que muchos hacen cola en The Surfer’s Burger.

Tras un mosaico de una ola, encontrarás un tesoro en Somo

No son los únicos. Allí, a pocos pasos de la playa, está otro imprescindible, el Rompeolas. Lo reconocerás por esa fachada en la que se representa una ola con un mosaico que ya es un icono en esta playa cántabra. Y por dentro, el típico restaurante con zona de bar y barra y un salón muy apañado donde cada día, se reúnen decenas de aficionados a la buena mesa.

Lo decíamos. Bueno, bonito y barato. Con la inflación por las nubes y precios que dan miedo en las capitales, encontrarse un sitio donde se come de cine y se paga poco, es todo un milagro. Y no es que sea el típico sitio de batalla, sino que da calidad a muy buen precio.

Con dos entrantes, un principal, postre y bebida, la cuenta realista se mueve entre los 20 y los 30 euros. Ese equilibrio, en plena zona turística, explica por qué las mesas se llenan día tras día.

El ambiente cambia según la época. En invierno la cosa está más calmada, con grupos de habituales y paseantes que entran después de recorrer la localidad. En verano se multiplica el bullicio, las camareras, muy diligentes, por cierto, van de aquí para allá y se resuelven el comedor en un 'pis pás', al son de risas, familias y los gritos de algún que otro niño.

Aquí hay mucha vidilla. Y conviene saber esto: el mediodía está asegurado todo el año, pero las cenas suelen reservarse a fines de semana y temporada alta. En verano suele estar hasta la bandera, así que si vas sin reserva, improvisando el plan, lo mejor es llegar pronto o armarse de paciencia. Quien logra mesa, repite.

Los platos que marcan la diferencia

Hay recetas que son marca de la casa. La primera, y la que justifica por sí sola la visita, es el pudin de cabracho. Es casero, con sabor a mar... Sencillamente soberbio. El cabracho se nota y la ración es más que generosa, así que si quieres probar más cosas, con media es suficiente. Viene acompañado de una cuantiosa cesta de panecillos de maíz. Si lo pruebas, querrás volver a hacerlo más veces.

Otra sorpresa es su tortilla de patata, que aparece solo por las mañanas. No está siempre, ni figura en la carta, pero cuando asoma en la barra en forma de pincho es un golpe de suerte. Jugosa, equilibrada, de esas que merecerían estar en cualquier ranking de las mejores tortillas cántabras.

A partir de aquí, la carta es un desfile de platos marineros, algunos cántabros, otros mediterráneos y todos, muy logrados. En la carta fija, los entrantes tienen un papel protagonista. Las rabas son obligatorias, fritas al punto y sin grasa de sobra. Les siguen las almejas en salsa verde, los chipirones con cebolla o las zamburiñas a la plancha, que se han convertido en favoritas de muchos.

Gambas al ajillo, pulpo a la gallega, navajas, ensalada de pimientos con ventresca... Y si hay suerte, verduras del terreno. Como unos tomates hermosos que sirven con un poco de cebolla y AOVE o unos pimientos verdes fritos que no quieres que se terminen. Hay también platos inesperados, como unos langostinos al tequila con arroz. Una creación divertida, rica y que rompe con la tradición.

En los platos fuertes no faltan los arroces como el caldoso con marisco, con almejas o mejillones. También carnes como entrecot, chuletillas de lechazo o un clásico solomillo con salsa de queso.

Y después está la pizarra de sugerencias, donde según el día cambia la cosa: verdinas con nécora, garbanzos con marisco... Ahí aparecen también los pescados del día, con la foto del pescador y la pieza recién llegada directa casi del barco. Rodaballo, machote, sargo… lo que el mar ofrezca esa mañana. Se preparan al horno o a la plancha, resaltando la propia calidad del producto.

El dulce final

Rompeolas se despide con postres caseros que se han ganado su propia fama. La tarta de queso es la más buscada. Cremosa y muy equilibrada. No se queda atrás otra de las estrellas, la tarta de la abuela, con galleta, crema y chocolate, que evoca recuerdos de la infancia y se ha convertido en otro de sus imprescindibles.

Hay días en que la carta ofrece leche frita, ese postre tan de aquí, con capa crujiente por encima o incluso un muy buen flan de huevo. Lo mejor es pedir un par y compartir, porque decidirse por uno solo resulta difícil.

Al final uno se queda con esa sensación de haber comido o cenado muy bien, haber pagado -si comparamos con las grandes ciudades- muy poco y haber tomado calidad. ¿Acaso ese no sería el camino a seguir para todos?