La pandemia sigue su curso y, entre tanto, la Administración ya no sabe qué medidas imponer para que el impacto en la salud y en la economía sea el menos grave posible.

Nadie quiere ser el que dé la mala noticia de ordenar el cierre total. Pero tampoco quiere nadie verse señalado por permitir que la hostelería siga con su horario habitual. Así que ahí andan los gobiernos de todos los colores, haciendo pruebas. Con su “sí pero no” constante y mareón, metiendo la puntita na más. Sólo que esta puntita cada vez es más una puntilla letal.

Este lunes se conocía que Galicia ha ordenado a partir de mañana miércoles y hasta el 17 de febrero el cierre total de la hostelería y de las actividades no esenciales a partir de las 18:00. Por su parte, en la Comunidad de Madrid entraron en vigor ayer lunes las nuevas medidas: cierre de la hostelería a partir de las 21:00, con los servicios de delivery operativos hasta las 00:00 de la noche. 

En los bares madrileños están permitidas las reuniones de, como máximo, cuatro personas y se acabaron los encuentros en domicilios con no convivientes. Medidas muy similares a las instauradas en el País Vasco. Porque, aunque los partidos políticos se sigan empeñando en distraernos con sus guerras, al final están haciendo todos más o menos lo mismo. 

Sólo son medias tintas a la desesperada. Un intento de atajar una inundación repartiendo flotadores de patitos para que parezca que se está haciendo algo, porque decir “sálvese quien pueda” queda feo.

Los hosteleros, que cada vez están más cabreados, miran de reojillo el movimiento de insumisión de parte de la hostelería italiana, Io Apro (yo abro), donde algunos establecimientos están desobedeciendo las restricciones y abriendo en horario habitual. En España aún nadie ha dado un paso al frente, aunque algunos creen que no sería raro ver una reacción similar en nuestro país, como apuntaba José F. Peláez en esta tribuna publicada en EL ESPAÑOL.

Yo no lo veo tan fácil. De hecho, en Italia el movimiento no está teniendo la acogida esperada. Para tomarse la ley por su mano, la hostelería no sólo necesita unir fuerzas e ir todos a una y que pete lo que tenga que petar. También necesita contar con la complicidad de la población civil. 

Es muy fácil ser revolucionario cuando no se tiene nada en juego, y aquí nos jugamos bastante. Para empezar, la salud de uno mismo. Para continuar, es bastante probable que cuando las autoridades entrasen a desalojar un local que debería estar cerrado, no sólo responda por esa rebeldía el hostelero. Las cabezas de turco nos gustan bastante.

De entrada, en el caso madrileño, estar en un bar a las 22:00 responde a saltarse dos medidas: el bar tendría que estar cerrado a las 21:00 y tú en tu casa a las 22:00. Así que no creo que haya muchos dispuestos a pagar el café tan caro.

No solucionamos nada con la insumisión, pero tampoco con este horario de meriendacena. Los hosteleros hacen llamamiento a sus clientes para que adelanten sus horarios de la cena (los entiendo, ¿qué otra cosa les queda?), pero si se impone el cierre de la hostelería a las 21:00 no es para que nos volvamos belgas de repente y salgamos todos a llenar los bares a las 18:30 y a tomar el gintonic a las 20:00. Porque si eso pasara, sería cuestión de semanas que el cierre se adelantase más y más.

Lo que hemos de pedir son medidas de verdad y estas sólo se mueven en tres términos: ayudas, exención de impuestos o permitir trabajar en horario normal. Como la tercera parece que es la menos viable por razones obvias, sólo nos quedan dos.

Y diría más. Si no hay recursos para la primera (la de las ayudas), al menos permite la segunda. Porque no es lo mismo tener que dar dinero si no lo tienes, que dejar de recibirlo cuando ahora mismo no lo mereces. Y cobrar impuestos por realizar una actividad que no estás permitiendo desarrollar ni es ético ni es socialista ni ayuda a la gente. Ésa a la que os encanta apelar cuando se está de campaña electoral.

Ya pagaremos impuestos cuando podamos volver a trabajar, pero para volver a trabajar hace falta salir vivo de ésta, así que no apretéis tan fuerte, que nos ahogáis.