La zona de confort. Da rabia ese término, ¿eh? Pero existe. Está ahí. Se está a gustito. Hay que ver la manía que le tienen algunos a la zona de confort. Venga erre que erre con que salgas de ella. Así, a lo loco. “¡Que salgas de la zona de confort!”. Vale, pero ¿a dónde voy? Porque salir por salir tampoco es plan. Están todo el día con la misma cantinela. A todas horas. Si por ellos fuera, al final instalas tu zona de confort en la zona de la incomodidad. Y eso tampoco es necesario.

El caso es que, aunque yo estoy muy contenta en mi zona de confort, de vez en cuando hago una expedición fuera de ella. Nada, un paseíto. Ir hasta la esquina y volver, que tampoco hace falta fliparse. En la cocina, por ejemplo, ahora estoy saliendo de mi zona de confort una vez por semana.

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Una cosa que estoy empezando a hacer es a usar la olla exprés, así que ya van varias veces este año que la he puesto. Me tensa muchísimo ese cacharro. Siempre me siento un TEDAX cada vez que llega el momento de abrirla, como si tuviera que decidir si corto el cable rojo o el azul. Y al final, ¡boooom, ya está aquí la guerra!

Me doy cuenta de que tengo tres o cuatro recetas que hago bastante, sin contar guarniciones y sopas de lo que pille, y empiezo a no salir de ahí. Al final te aburres de ti misma, y te encuentras con que es justo el día que viene alguien a comer a casa cuando te pones a hacer experimentos a riesgo de que acabe saliendo un desastre.

Para que esto no pase, ni lo de aburrirme de mí misma ni lo de que el día que tenga que hacer algo más especial me pille sin ideas ni práctica, se me ha ocurrido ir haciendo recetas de esas resultonas el día que tengo un poco más de tiempo, que suelen ser los sábados.

No tienen por qué ser platos que requieran una técnica espectacular, pueden ser unos simples boquerones en vinagre que, aunque no tienen mucho misterio, sí que tienen su qué para que salgan suaves, equilibrados de vinagre y tersos, ya que a veces se deshacen. Para darles ese puntito bueno, tienes esta receta de Clara Villalón

Hablando de puntitos, qué difícil me parece el de la tempura en los pescados. En Cocinillas tienes una tempura de lubina que es casi una gabardina, bien esponjosilla y hecha con cerveza.

Hay platos que son propios de restaurantes de esos que son garantía de comer bien. Platos que no te lanzas a hacerlos porque piensas que te van a quedar secos, insípidos o que no vas a saberles dar el toque de sabor que necesitan. Se me vienen a la cabeza las alcachofas con velo de panceta al estilo del restaurante Los Patios de Gijón.

Y si no eres del equipo alcachofa pero sí le das al panceteo, estos huevos a la escocesa con lomo fresco y panceta bien valen una excursión fuera de tu zona de confort. Panceta, lomo y dentro un huevo, con su yemita chorreando. Piénsalo.

Hay que dice que ya que sale del confort, mejor irse lejos. En ese caso, Israel puede estar bien, con este shaksuka. Un plato exótico, pero un sabor familiar —salimos de la rutina pero no mucho— ya que es primo hermano de nuestro pisto.

Algo que me da siempre mucha pereza hacer es repostería. Así que de vez en cuando me meto en esas incomodidades culinarias y preparo algo dulce, que tampoco es mi sabor favorito. Una receta resultona son los eclairs de café. Lleva varias elaboraciones, pero, como dice la editora de Cocinillas, Mer Bonilla, “el resultado de esta receta es un dulce con calidad de pastelería de abolengo”.

Y de lo bien que huele la casa, no os digo ná.