
Fotograma de la película de David Lynch 'Una historia verdadera' (1999).
El cine de Lynch retrató la neurosis americana que explica el éxito de Trump
Los escándalos sexuales que atesora Donald Trump no han impedido que los votantes religiosos se hayan decantado por él.
La muerte de David Lynch ha traído un extraño consenso. Si bien el director de cine dejó su huella con películas de corte onírico y surrealista que no eran del gusto de todo el mundo, parece que no hay una sola persona que no se enamorase de Una historia verdadera.
El argumento era bien sencillo. Un hombre peleado con su hermano, cuando se entera de que este ha enfermado, sale corriendo a verle en lo único que tiene, una cortadora de césped. Subido en ella, recorre 500 kilómetros entre Iowa y Wisconsin.
Aunque eran hechos reales, la historia podría ser un relato de dirty realism de Carver, Bobbie Ann Mason y compañía. Un universo, el de toda esa gente del Medio Oeste introvertida con problemas para expresar e incluso entender sus emociones, que como castellano profundo nunca me ha resultado nada lejano.
De hecho, hay otra historia real, también con cortadoras de césped por medio, que desde que la escuché por primera vez me cautivó bastante, porque también la podría haber escuchado en Palencia o en Lugo.
Se trata de la cortadora de césped del cantante de country George Jones, posiblemente, el número uno del género. Como era amigo de la botella, su mujer le escondió las llaves de todos los coches que tenían en casa. Así que para ir al bar no le quedó más remedio que desplazarse en la cortadora de césped.

Donald Trump junto a dos miembros de Village People durante el mitin de la victoria celebrado este domingo en el Capitol One Arena de Washington D. C. EFE/EPA/Will Oliver
Recorrió diez kilómetros. No tienen nada que hacer frente a los 500 de Alvin Straight, el de la película de Lynch, pero su impacto posiblemente fue mayor.
En Nashville, hoy, sigue habiendo murales en las calles en honor a esa cortadora de césped. Pintadas que recuerdan a las del IRA en Belfast, pero en honor de algo mucho más épico y edificante que el nacionalismo: lo que es capaz de hacer un hombre para seguir bebiendo.
Hay hasta carreras organizadas en cortadora de césped en honor a la hazaña. Una réplica de la John Deere original es el reclamo principal del museo que lleva el nombre del cantante en la capital de Tennessee.
Es una anécdota tan famosa que el autor del fabuloso Cocaina & Rhinestoones, un libro que cuenta el matrimonio de Jones con la también leyenda del country, Tammy Wynette, se las ha arreglado para no mencionarla en todo el libro. Solo le dedica unas líneas indirectas cuando tiene que explicar cómo el cantante llegó a explotar la historia en los 90 hasta el punto de hacer un videoclip en el que salía con su famosa cortadora de césped.
El matrimonio de ambos artistas y sus desavenencias han sido una de las grandes intrahistorias de la escena country de la segunda mitad del siglo XX. En este libro lo que queda claro es que Wynette fue una santa varona –así como Shirley Ann Corley, la segunda esposa de cuatro que hubo en total–, Jones desaparecía días, semanas enteras, en las que no hacía otra cosa que beber de bar en bar.
Para que parase de una vez le recetaron Lubrium, una benzodiacepina empleada como medicamento contra la ansiedad, que se supondría que mitigaría los síntomas de su adicción, el síndrome de abstinencia. Ocurrió lo contrario.
Sin beber, la medicación iba bien, pero si bebía, potenciaban el efecto del alcohol, de forma que necesitaba mucho menos para caer inconsciente, y por eso recurrió también a las anfetaminas. Un cóctel cien por cien legal, prescrito por sus médicos. Como consecuencia, en 1973, le diagnosticaron cirrosis. Graciosamente, afrontó el disgusto bebiendo más.
Tras el diagnóstico, Wynette recuerda que se colocaba las botellas en la boca en posición totalmente vertical, las vaciaba enteras en el interior de su cuerpo y a continuación vomitaba a chorro, para, otra vez, volver a hacer lo mismo. Dice el autor que daba la impresión de que estaba intentando matarse asegurándose de estar borracho cuando eso sucediera.
Todo esto se arregló en 1975, pero metiéndose en otro problema peor. Firmó un contrato de representación con Shug Baggot, un traficante de drogas que le introdujo en el consumo de la cocaína. Lógicamente, ese mismo año, también se divorció. A base de rayas perdió el poco oremus que le quedaba.
No aparecía en sus conciertos, se suspendieron casi tantos como los que llegó a dar, le apodaron No show Jones por las cancelaciones constantes. En 1979, fueron 54 shows a los que no se presentó. Llegó a poner ese mote en la matrícula del coche.
Sus paranoias eran terroríficas, las deudas hicieron peligrar sus contratos discográficos. En la gala de los Country Music Awards de 1981, trató de escapar para no salir al escenario, fue el propio público el que logró retenerle para que no huyera.
"Al igual que con el músico country George Jones, los fans de Trump creen su discurso sobre la honestidad y los valores familiares pese a tener un historial sexual tumultuoso"
En el camerino, le regalaron un reloj con diamantes incrustados y lo tiró a la basura ahí mismo, como si fuera un bicho. Cuando por fin intentó cantar, no fue capaz, le falló la voz, salió corriendo por el lateral del escenario y desapareció completamente. Ese era su día de gloria.
Se metía la cocaína delante de todo el mundo, como si fuese lo más natural del mundo. Persuadido de los problemas que podría traerle, ideó un método mucho más efectivo. Iba con la coca machacada en el bolsillo de la camisa y, con una pajita que sobresalía, iba esnifando a discreción mientras hacía sus quehaceres, su vida normal.
Es obvio que, al margen de sus divorcios, tampoco fue un buen padre para sus hijos. Tampoco se puede decir que fuera malo, recordaba su segunda mujer. El problema era que no era padre.
No estaba nunca. O no podía estar: cuando nació su hija le pusieron una camisa de fuerza y le encerraron en la celda acolchada de un psiquiátrico para que dejara de beber. Los críos le eran indiferentes. Años después, como excusa, el cantante dijo que el trato que les daba, o el no trato, se debía a que tenía que ahorrar emociones, que se guardaba todos los sentimientos para las canciones.
Y funcionó. La gente se las creía. Las que hizo como dueto con Wynette venían potenciadas por la prensa rosa, que informó pormenorizadamente de su desastroso matrimonio.

Los músicos country Tammy Wynette y George Jones, en una imagen de archivo.
Pero en su línea personal, la línea dura, hablaba del desamor, de rupturas, de infidelidades, pero siempre con el dolor de echar de menos a la familia rota. Una ironía cómica, teniendo en cuenta cómo se comportó con las suyas.
Pero conectaba con su público. Es más, en sus últimos años, echaba pestes por cómo el country, al mezclarse con tendencias comerciales o estilos modernos, estaba perdiendo su esencia, lo que él le daba a su público: "honestidad".
No hace falta forzar mucho los hechos para ver en ese romance de Jones con sus fans parte del éxito de Trump.
El flamante nuevo presidente reincidente de Estados Unidos también tiene un historial sentimental tumultuoso.
También hace gala de esa "honestidad".
Él mismo reconoció en un libro en cuyo título había un presagio, El arte del regreso, cuánto le gustaban las mujeres. Durante años, cultivó fama de playboy.
En el mayor escándalo sexual americano de este siglo, el de Jeffrey Epstein, también salió el nombre de Trump y unas declaraciones suyas de 2002, "se dice que [a Epstein] le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas son bastante jóvenes", no dejaban margen de duda.
Pues bien, nada de esto ha impedido que los votantes religiosos se hayan decantado por él. Tanto los evangélicos como los católicos, los dos credos más numerosos.
Más motivos tendrían para darle la papeleta en las elecciones, pero para que alguien llegue a ser el candidato susceptible de recibir esos votos religiosos tiene que pasar muchas pruebas. Y es llamativo que el que lo haya logrado, y encima triunfe por segunda vez, sea un genuino follador torpemente bronceado.
Esa pulsión de la mentalidad estadounidense, entre lo psicótico y la neurosis, es tan fascinante como estremecedora. Leo que las características del cine de David Lynch se definen por la dualidad entre el bien y el mal, lo inexplicable y perturbador, sueños y realidades paralelas en el contexto de la América profunda. Vamos bien si estas características definen perfectamente la actualidad.
*** Álvaro Corazón Rural es periodista.