Image: Dionisio Ridruejo, zarza ardiente

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Opinión

Dionisio Ridruejo, zarza ardiente

Los Alucinados

26 abril, 2000 02:00

Dionuisio Ridruejo, por Julián Grau Santos

Dionisio Ridruejo se equivoca como falangista, se equivoca como poeta, se equivoca como combatiente de la División Azul y se equivoca como vivo, ya que su verdadera vocación era de muerto.

En cierta ocasión Camilo José Cela presentaba un libro de Dionisio Ridruejo, con éste delante, como es natural, y Camilo empezó así: "Este desmedrado mozo que aquí veis no ha hecho otra cosa en la vida que equivocarse".

Aparte lo insólito de la ocurrencia, veamos su verdad. Ridruejo era un hombre menudo, más bien bajo, con esa clase de insignificancia llena de energía y nervio, más su abierta inteligencia. En cuanto a las equivocaciones, Ridruejo, por exceso de honestidad, se hizo falangista bajo una fascinación, y luego se exilió él mismo en su interior, o le exiliaron, y fue siempre un ejemplo de coherencia moral e incoherencia vital. La vida tiraba de él como un alcohol o una mujer, pero su lucidez no se entregaba nunca, y se hizo poeta adrede, con más aparato técnico que inspiración o don verbal. Ni siquiera sus compañeros de generación, los poetas de la Falange, creyeron nunca demasiado en sus versos, tan ostensiblemente perfectos y tan poco emocionantes.

De modo que Dionisio Ridruejo se equivoca como falangista (muy cerca del nazismo hitleriano), se equivoca como poeta, se equivoca como combatiente de la División Azul y se equivoca como vivo, ya que su verdadera vocación era de muerto. La tuberculosis y la bizarría contribuyen a hacer de él una miniatura romántica.
DR, soriano de catadura mística, tenía algo de zarza ardiendo y todo su fuego juvenil lo puso en la Falange, en el fascismo. Pero no era él quien se equivocaba, sino el fascismo, como luego ha demostrado la historia.

Dentro del grupo de lo que sería el Movimiento, su cómplice más cercano era Serrano Suñer. Algunos españoles estuvieron en Munich, cuando el gran olimpismo a mayor gloria de Hitler, y Ridruejo volvió fascinado: "Ellos lo están haciendo de verdad, aquello es grandioso. Nosotros sólo jugamos".

De modo que se hace nazifascista por un espectáculo, él tan intelectual. Nunca o casi nunca estuvo en el frente, durante la guerra civil, y como tenía ese hueco épico en su vida, quizá por eso se fue a Rusia a acabar con el comunismo. Pero sólo vio nieve, panienkas y la sangre de otros. La suya propia sólo la veía en los esputos de la tisis, esputos que iba dejando en la blancura de la nieve como un Pulgarcito trágico -su menudencia física-, aunque no pensaba volver, quizá porque había ido allí a eso, a purgar y morir. Se identificaba con los nazis por el antijudaísmo, pero acabaría en la democracia cristiana, porque en el soriano hecho de zarza ardía siempre la fe.
Una vez le llevó a Franco todo un esquema sindicalista que había hecho para sustituir aquel espantajo del sindicalismo vertical. Franco lo vió todo muy detenidamente, escuchó al poeta y le dijo:

-Lo que los obreros necesitan, Ridruejo, son bicicletas.

Y, efectivamente, se repartieron bicicletas para que los obreros no tuvieran que ir a la obra o la fábrica quizá en alpargatas, quizá en invierno, quizá pisando barro con los pies descalzos. El sentido social de Franco sólo llegaba hasta la bicicleta.

En los primeros sesenta, cuando se proclamó una cierta Ley de Prensa más o menos fraguista y más o menos inverosími, "Abc" inauguró esa Ley con un artículo de Ridruejo. Gran acierto periodístico, dado el fabuloso prestigio moral del exiliado interior que sólo había llegado a eso, a príncipe de exilios. De entre sus libros prefiero los Cuadernos de Rusia, Diario de una tregua, su obra sobre Castilla la Vieja y sus memorias fragmentarias.
-Me ha costado mucho hacerme una prosa, Umbral.

No era un lírico, en prosa, sino un admirable maestro de la precisión. Yo le visitaba en su casa de la calle Ibiza, y por entonces estaba traduciendo, con ayuda de su mujer, el Cuaderno gris de Pla. Toda la casa estaba alfombrada de folios dispersos que el escritor iba tirando al suelo a medida que los producía. Una vez le pedí un prólogo para mi Larra y nunca me lo hizo, pero tampoco me lo negó. La tisis, el trabajo y la muerte le desmedraron para siempre, por utilizar el adjetivo que utilizó Cela. Era prodigioso oírle hablar sobre poesía, sobre política, sobre cualquier cosa. Era un teorizador de gran atractivo, aunque sus teorías solían quedársele en el aire. En su última Feria del Libro tenía una botella de whisky debajo del mostrador. Lo necesitaba. Estaba ya sin energías ni para un autógrafo. Conservo, al margen de su obra lírica, un poema que hizo a la manera de González Ruano, cuando ambos se aburrían en Sitges. Ruano, a su vez, hizo un poema a la manera de Ridruejo: es mejor lo de Ruano como plagio y como verso.

Una de las primeras fascinaciones de Dionisio había sido Eugenio d'Ors. Cuando hablamos de él me dijo:

-Hoy sólo me produce ternura.

A algunos escritores los encontraba invertebrados. Él era un animal muy vertebrado, pero nunca supimos bien qué animal. Sí un hombre bueno, pugnaz y decente. Ahora creo que se ve mejor la definición de Cela, lo del "desmedrado mozo" que he dicho al principio. Nunca hizo otra cosa en la vida que equivocarse noblemente. Vivió entre la pobreza y el amor. Quizá la política le atraía como épica, pero no era un político fáctico. Sólo un ideólogo, que en realidad es más. Su sino es común a todos los intelectuales de la Falange que venimos glosando aquí. El fracaso, la equivocación, las dotes prodigiosas y la realización truncada. ¿Es que aquello podía terminar de otra forma? Todos vivieron la Falange como un romanticismo, quizá fue un romanticismo. Pero la verdad brutal e insospechada de lo que estaban haciendo se la sirvió Hitler con su guerra y su Dachau. Ridruejo murió joven, según el esquema romántico, y hoy es para mí un perfil de moneda cartaginesa, muy trabajada, un amigo imposible, pero nunca un maestro.