Image: La reina en el palacio de las corrientes de aire. Milleniun 3

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Novela

La reina en el palacio de las corrientes de aire. Milleniun 3

Stieg Larsson

19 junio, 2009 02:00

Stieg Larsson. Foto: Queen International

Traducción de Martín Lexell y Juan José Ortega Román. Destino. Barcelona, 2009. 854 páginas, 22’50 euros

La tercera entrega de Millennium roza la perfección narrativa al combinar con una rara precisión elementos de la intriga policiaca, la novela negra y las tramas de espionaje. La reflexión moral y política disipa cualquier ilusión de banalidad. Larsson no se conforma con producir entretenimiento. Sus personajes no son estereotipos de dudosa credibilidad, sino seres humanos atípicos y marginales, inadaptados que se enfrentan a hombres tan vulgares y estólidos como Eichmann, representantes de esa odiosa normalidad que sólo revela ocasionalmente su naturaleza monstruosa. La personalidad del sueco Stieg Larsson (1955-2004) refleja una absoluta despreocupación por los formalismos sociales, que explica su identificación con los temperamentos iconoclastas. Larsson maltrataba su salud con 60 cigarrillos diarios y comida basura aliñada con vodka, mientras ejercía un periodismo de investigación orientado a denunciar las actividades de la extrema derecha sueca y europea. Un infarto puso fin a una carrera que incluía un ambicioso manuscrito, elaborado en las horas sustraídas al sueño. Millennium es una brillante trilogía que ha trascendido el ámbito de la literatura. Adaptada al cine la primera entrega (Los hombres que no amaban a las mujeres), ya constituye un fenómeno social que recuerda el impacto de El nombre de la rosa (1980).

Larsson se inspiró en Pipi Langstrump para crear a Lisbeth Salander. Aunque es más fácil relacionar a Stieg Larsson con el personaje de Mikael Blomkvist, periodista de mediana edad, tenaz e independiente, con problemas de sobrepeso y aficionado a saltarse todas las reglas para llegar hasta el fondo de un asunto, el malogrado Larsson es Salander. Al igual que la extraña criatura de Astrid Lindgren, Larsson mostró toda su vida un espíritu justiciero que se manifestó en su lucha contra el racismo y la violencia de género.

En La reina en el palacio de las corrientes de aire, Mikael Blomkvist (otro tributo a Lindgren, pues el niño detective que acompañaba a Pipi Langstrump se llamaba Kalle Blomkvist) se enfrenta al terrorismo de Estado. El servicio secreto sueco contrata a antiguos miembros del KGB para vigilar a políticos y sindicalistas, pero pactar con el diablo tiene un precio. Las operaciones especiales convierten al Estado en cómplice de crímenes y desapariciones que escarnecen a los derechos constitucionales. "La Sección" es un pequeño grupo de agentes que realizan su trabajo, apoyándose en la información proporcionada por Zalanchenko, desertor del KGB y padre de Salander. Blomkvist descubrirá su existencia e intentará sentar a sus integrantes en el banquillo de los acusados. Arriesgando su vida, utilizará todos sus recursos para desenmascarar la miseria que se esconde detrás del Estado de Bienestar sueco, la imagen más benévola de un capitalismo basado en el pacto social, pero con el mismo trastero de inmundicias que cualquier país democrático.

No hay que engañarse. Blomkvist no es el centro del relato. Con su cuerpo diminuto y tatuado, su constelación de piercings y sus tendencias neuróticas y antisociales, Salander le roba todo el protagonismo. Mientras Blomkvist rastrea las alcantarillas de la política, Lisbeth se debate con sus propios fantasmas. Hija de un monstruo y hermana del psicópata Ronald Niedermann, su estilo de vida es una objeción permanente contra una sociedad que habla de democracia y derechos humanos, mientras sus servicios secretos recurren a la tortura y las desapariciones forzosas. Salander no es una activista política. Hacker de inagotable ingenio, fumadora sin mala conciencia, anoréxica autocomplaciente, bisexual, promiscua y motera, su rebeldía no tiene otro objeto que impedir a los canallas dormir tranquilos. No sueña con un mundo más justo. Se lo prohíbe su escepticismo. Sólo pretende ajustar cuentas con el pasado y escupir al presente.

Millennium contribuye a rescatar de la marginalidad a los géneros menores. Despreciados por un elitismo que aún discrimina entre "alta cultura" y "cultura de masas", el relato policiaco, la novela negra, el cómic, las series televisivas, las películas de clase B o Z, el pop-rock o el grafiti no pertenecen a la segunda división del arte. Los clásicos necesitan la perspectiva del tiempo. Desde cerca, Dostoievski puede confundirse con un autor de folletines. La posteridad le considera uno de los mejores psicólogos del alma humana. Hace unas décadas, Eduardo Haro Ibars y Emilio Romero mantuvieron un áspero debate televisivo sobre el porvenir de la cultura. Haro Ibars, poeta, letrista y adalid de una "generación maldecida", auguraba que el cómic y el pop desplazarían a la literatura y a la música culta. Periodista agudo del tardofranquismo, Emilio Romero respondía con indignación, asegurando que era obsceno confrontar a Robert Crumb o Mick Jagger con Aristóteles y Beethoven. Ahora se puede afirmar que los dos tenían razón y Millennium lo demuestra. Sería absurdo establecer comparaciones entre Larsson y Par Lagerkvist o el enorme y terrible Strindberg. Al igual que Henning Mankell, Larsson no pretenden reinventar la novela ni explorar los límites del lenguaje. Su única intención es actuar como mero cronista de un presente que nos estrangula. Mankell está más cerca del clasicismo. Larsson es más subversivo. Lisbeth Salander acude a una cita con la justicia con una camiseta de tirantes con las palabras: "I am irritated". Su agresividad es su forma de marcar su territorio y de expresar su desprecio hacia la sociedad biempensante. Mikael entiende que las tachuelas de su cazadora de cuero reproducen el mecanismo de defensa de un erizo acorralado, que indica con sus púas "No intentes acariciarme. Te dolerá".

Larsson sitúa al inicio de cada parte una breve historia de las mujeres en el campo de la guerra. Aunque no hay muchos datos, la historia nos habla de amazonas con un pecho amputado para manejar el arco con más eficacia e incluso de un ejército de mujeres que repudiaban el matrimonio por considerarlo una forma de sumisión. La información es poco fiable, pero Salander ya es tan real como Madame Bovary. Eso sí, no es una víctima, sino una depredadora tan dura y amoral como Sam Spade. Sin remordimientos ni fantasías morales, como el alienígena de Ridley Scott y tan desafiante como Lilith, la primera mujer de Adán, que abandonó el Paraíso porque no deseaba ser esclava y sierva del hombre. Aparentemente, Millennium finaliza con La reina en los palacios de las corrientes de aire, pero como Las Mil y Una Noches enlaza la última página con la primera, dibujando un bucle donde el lector queda atrapado, felizmente aturdido por la impresión de que el tiempo ha interrumpido su trayectoria lineal. Los buenos libros nunca acaban.

El puro entretenimiento

La última entrevista de Stieg Larsson

Larsson concedió su primera y última entrevista a la revista sueca Svensk Bokhandel el 18 de abril de 2004, unos meses antes de morir. Allí anunciaba que sería en la tercera entrega de la saga "cuando se atan todos los cabos y se entiende lo ocurrido", pero que cada uno de los libros "son historias autoconclusas". Larsson se confesaba además un escritor "rápido" y "ocioso": "Escribir historias de detectives es escribir literatura ligera, puro entretenimiento. No es como la propaganda política o la literatura. Si además intentas decir algo con ello… bueno, yo lo he intentado, por supuesto.»