Image: Daniel Innerarity: Debemos comprender la naturaleza de la UE antes de cuestionarla

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Letras

Daniel Innerarity: "Debemos comprender la naturaleza de la UE antes de cuestionarla"

12 mayo, 2017 02:00

Daniel Innerarity

El filósofo Daniel Innerarity publica el ensayo La democracia en Europa (Galaxia Gutenberg), una reflexión sobre qué es la Unión Europea de hoy y qué podría ser en el futuro.

El Brexit, la crisis económica, los nacionalismos de ultraderecha... los problemas que acucian a la Unión Europea son muchos, pero para el catedrático de filosofía política y social Daniel Innerarity (Bilbao, 1959), existe uno capital: la inteligibilidad, la ausencia de una narrativa que permita a Europa ser entendida y aceptada por su ciudadanía. "El proyecto europeo no avanzará si quienes lo lideran no cuentan con la complicidad de las sociedades. Y para ello hemos de entender lo que está en juego, en qué consiste la Unión Europea, en qué ha cambiado el mundo para que los estados ya no sean la escala adecuada ante determinados problemas", asegura. Ese es el objetivo que persigue en el ensayo La democracia en Europa (Galaxia Gutenberg), una reflexión encaminada a comprender qué es la Unión Europea de hoy y qué podría ser en el futuro. "Cuando digo comprender no estoy pensando en justificar los errores y desaciertos de la Unión, sino estar en condiciones de exigir a la Unión Europea lo que tenemos derecho a esperar de ella, ni más ni menos", afirma rotundo.

Pregunta.-¿Cuál es la causa de que el concepto de Europa se perciba negativamente? ¿Se debe en último término a la ininteligibilidad?
Respuesta.- En primer lugar, hay que tener en cuenta que la Unión Europea representa un conjunto de innovaciones político-institucionales en relación con las categorías políticas que estaban vigentes en la era gloriosa de los estados nacionales. Desde este punto de vista, es lógico que ciudadanos y dirigentes tengamos dificultades en comprender, juzgar y actuar en los nuevos contextos. Por otro lado, hay un conjunto de discursos banales y malas prácticas que dificultan la comprensión del momento en el que vivimos y el papel que Europa tiene que jugar. Debilitadas las diversas legitimaciones de la integración, los únicos relatos poderosos que quedan en pie son las impugnaciones populistas, alimentados por ese juego perverso de "culpar a Bruselas" y, sobre todo, por la evidencia de que no estamos a la altura de los problemas que tenemos que gestionar. En unos momentos en los que la carencia de épica no se ve compensada por una legitimidad funcional, el paisaje se nos ha llenado de referencias negativas.

Los únicos relatos poderosos que quedan en pie son las impugnaciones populistas, el 'culpar a Bruselas'"

P.- Existe una queja de falta de conciencia europea, de consenso "continental", pero ¿es posible que exista, acaso lo hay a nivel nacional?
R.- Efectivamente, no. Tengo la impresión de que a veces pedimos a la Unión Europea lo que ni siquiera tenemos a nivel de los estados: una sociedad homogénea, una autoridad indiscutida, una amable cercanía. La acusación de burocratización, distancia y elitismo también se dirige a los estados nacionales. En Estados Unidos la democracia de Washington no atrae menos iras que la burocracia de Bruselas. Esa boutade consistente en afirmar que la UE no sería aceptada en la UE por no cumplir los estándares democráticos exigidos tiene tan poco sentido como afirmar que los actuales estados deberían ser considerados inconstitucionales por no cumplir las condiciones de una estatalidad soberana organizada. Reconozcamos que ambos planos tienen un problema de gobernanza democrática: los estados ya no satisfacen nuestras expectativas y la Unión todavía no las satisface. Dilucidaremos este problema cuando acertemos a identificar lo que unos y otros están en condiciones de proporcionarnos.

P.-¿Cómo se podría explicar simplemente el concepto que plantea recurrentemente de Europa como "democracia compleja"?
R.- La primera complejidad de la Unión procede del hecho de que intervienen tres lógicas -la de los estados, la intergubernamental y la transnacional- y sería absurdo esperar la solución a nuestros problemas de la supresión de alguno de estos planos o de su completa subordinación. La agenda de Europa debería despedirse completamente de la semántica de la armonización y la unidad para transitar hacia la gestión equilibrada de constelaciones complejas. Y debería hacerlo en un momento histórico en el que es más imperiosa la necesidad de entender la democracia como poder compartido: con gobiernos subnacionales y con instituciones supranacionales. La complejidad no es complicación sino multiplicidad de interacciones entre sus elementos, de un modo no-lineal, imprevisible y emergente. Tenemos que acostumbrarnos a jugar a un juego menos intuitivo, en el que hemos de comprender la lógica, extraña para la mentalidad nacional, de las interdependencias, las soberanías compartidas, los riesgos y las oportunidades comunes o los intereses vinculantes.

P.- Apunta como una clave del fallo de diagnóstico la confusión de democracia europea con democracias nacionales, ¿qué las diferencia?
R.- Muchos de los equívocos a la hora de pensar la integración europea proceden de lo que podríamos llamar "errores de traducción". El primer desafío que tenemos que afrontar es de tipo cognitivo y consiste en concebir la integración europea sin categorías estatales. La analogía con el estado nacional es equívoca tanto si hablamos del estado nación como modelo al que la Unión debería aspirar o como realidad de la que no puede despegarse. Por supuesto que la UE está compuesta de estados, pero su naturaleza es malinterpretada siempre que se la reduce -conceptualmente o en la práctica- a una mera agregación de estados. El hecho de que la UE no sea propiamente un estado no significa que se limite a mediar entre los estados y que de ello reciba su legitimación. El error básico es entenderla Unión Europea como la mera proyección en otra escala de las categorías del estado nacional o como la reorganización de espacios ya existentes, en lugar de como la configuración de un espacio nuevo y una entidad política diferente.

P.-¿Deberíamos reinventar un nuevo concepto de democracia "compleja" o readaptar la nacional existente?
R.- De la actual crisis europea no se va a salir con soluciones de ingeniería financiera o constitucional sino con nuevos significados; es menos una cuestión de voluntad política que de comprensión de lo que realmente está en juego. Estamos ante una crisis que debe ser bien diagnosticada, de manera que los conceptos básicos de la democracia sean repensados en el contexto de esa nueva realidad compleja que es la Unión Europea y en un mundo globalizado en el que están teniendo lugar profundas transformaciones sociales y políticas. En el trasfondo de los debates acerca de la UE está siempre la disputa acerca de la naturaleza de la democracia. Pero conviene no olvidar que debemos comprender la naturaleza de la UE para poder responder a la cuestión de su democraticidad y para poder cuestionarla. Si la UE fuera susceptible de una democratización convencional, entonces no habríamos necesitado crearla; para los requerimientos de una democracia ya teníamos a los estados nacionales. Tuvo que haber algún déficit en el nivel de los estados nacionales para que surgiera la idea y la necesidad de inventar otro nivel de gobernanza.

La Europa del futuro se parecerá más al modelo medieval que al de Westfalia"

P.-¿Qué innovaciones conceptuales serían más necesarias para el buen funcionamiento democrático de Europa?
R.- Entender Europa requiere conceptos audaces, como han de serlo también sus procedimientos de gobierno. Es posible que la Europa del futuro se parezca más al modelo medieval que al de Westfalia, más a las soberanías compartidas, acuerdos institucionales diferenciados e identidades múltiples que a la concentración de poder, jerarquía, soberanía e identidad definida que caracterizaron la época triunfante de los estados nacionales. Se entiende mejor la Unión Europea si la concebimos como una entidad política sin un demos coherente, sin límites territoriales definidos y como un poder sin una finalidad identificable.

P.-¿A qué se debe este repunte de los nacionalismos en Europa y hacia dónde nos conduce?
R.- Las divergencias de intereses se han convertido en discursos contrapuestos y, lo que es más grave, han estabilizado asimetrías de poder. La actual renacionalización de la política europea muestra hasta qué punto hemos sido incapaces de interiorizar nuestra mutua interdependencia, a la que debemos muchos beneficios pero también algunas obligaciones. No habrá solución a la crisis institucional de la Unión mientras no gane un discurso diferente que logre convencer de que los estados miembros ya no son autárquicos, sino interdependientes y por tanto obligados a la cooperación.

P.- Tras el Brexit y con el auge euroescéptico, ¿está en riesgo real el proyecto europeo?
R.- Todo lo que ha precedido a la convocatoria de un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea ha sido un cúmulo de dislates políticos (demagogia, irresponsabilidad, vergonzosas concesiones) salvo en un aspecto: ha conseguido politizar un asunto que estaba dormido en la plácida necesidad de los mecanismos indiscutibles. No llegan buenas noticias de Europa y por eso me permito llamar la atención sobre una de ellas, aunque tal vez solo sea un efecto no pretendido de una mala decisión: que a partir de ahora va a haber menos excusas para situar las políticas europeas en ese limbo que las protegía de la decisión de los europeos. Vuelve la política a la Unión Europea, aunque no sea gracias al dinamismo de sus instituciones sino inducida por la presión del populismo. Puede que un día tengamos que agradecer a los británicos su contribución a politizar la Unión Europea. Se lo reconoceríamos más si se quedan que si se van, y valoraríamos más que se quedaran pudiendo haberse ido.

P.-¿La victoria de Macron, que defiende el más completo programa europeísta, cómo puede repercutir en la Unión Europea?
R.- Macron era no solo el más europeísta de los candidatos sino el único europeísta, al mismo tiempo que era consciente de que la UE tiene mucho que mejorar. El problema es que de la actual crisis de Europa no se va a salir con liderazgos unipersonales, sino con un trabajo paciente de reflexión y liderazgo compartido. Es muy importante el resultado de las próximas elecciones en Alemania, pero el eje franco-alemán, en una Europa de 27, nunca será lo que fue en otros momentos de la historia reciente con menos miembros en la Unión.

El eje franco-alemán, en una Europa de 27, nunca será lo que fue en otros momentos de la historia reciente"

P.-¿Cuál de las cinco vías propuestas por Juncker en su Libro Blanco considera la más deseable y cuál la más posible?
R.- Lo ideal sería que avanzáramos todos al mismo paso, pero en política lo ideal sirve de muy poco; lo posible es una integración diferenciada, algo que no es por cierto muy distinto a lo que ahora tenemos, con Schengen, el euro, las cooperaciones reforzadas, etc. Entre todas las políticas necesarias, destacaría completar el edificio del euro, que es claramente una moneda inacabada, de hecho ahora pagamos las asimetrías entre un orden monetario europeo fuerte y unos derechos sociales y democráticos débilmente constitucionalizados. Los mercados especulan sobre las divisiones que perciben cuando la gestión intergubernamental es caótica. Hace falta, por tanto, avanzar en la mutualización de los riesgos económicos y completar el sistema monetario con una autoridad reconocible. Es urgente reequilibrar la deliberación política y la realidad de los mercados. Europa es un proyecto interesante también por lo que tiene de ensayo por construir un espacio en el que se reconcilien lo político, lo económico y lo social.

P.- Más allá del deseo, ¿cree que el modelo europeo podría ser algún día exportable a nivel global?
R.- Las prácticas de gobierno de la Unión Europea cultivan una serie de disposiciones de alcance universal: la facultad de ver la propia comunidad con una cierta distancia, la aceptación de las limitaciones, la confianza mutua, la disposición a cooperar, un sentimiento de solidaridad transnacional. Europa no es ejemplar por una superioridad de algún tipo, sino porque el espacio público europeo es un caso representativo del hecho de que la mayor parte de las decisiones políticas no pueden adoptarse sin examinar su consonancia con los intereses de los otros. En ese sentido Europa puede considerarse como paradigma de la nueva política que está exigiendo un mundo interdependiente. El proceso europeo de integración política es una respuesta inédita, tal vez un día ejemplar, a las circunstancias que condicionan actualmente el ejercicio del poder en el mundo.