Garabatos de Clarín en uno de los libros de su biblioteca

Garabatos de Clarín en uno de los libros de su biblioteca

Letras

Leopoldo Alas, realista romántico

La doble condición de Leopoldo Alas, Clarín, como crítico literario y como novelista, permite aproximarse a su obra de un modo indirecto: a través de lo que él piensa de otros escritores

13 junio, 2001 02:00

La doble condición de Leopoldo Alas, Clarín, como crítico literario y como novelista, permite aplicar a su persona y a su obra uno de los modos indirectos de aproximarse a un escritor: observar qué piensa de otros escritores y qué juicio le merecen éstos. Pues el crítico literario no reserva tales estimaciones al área de lo privado: por ejercicio propio, tiene la obligación de hacerlas públicas.

Desde muy joven, Clarín se abrió camino como periodista, y en el curso de su vida fue publicando numerosos libros y folletos, y centenares de artículos (ensayos, revistas, paliques), muchos de ellos de crítica literaria. Como autor de novelas y de cuentos, aunque entre estos pueda hallarse gran variedad de especies, se adhirió Leopoldo Alas al realismo, de cuya variante extrema (el naturalismo postulado por Emile Zola) fue Clarín, en España, el intérprete más lúcido. La Regenta -se dice y se repite- es una novela "naturalista", y lo es también en muchos aspectos Su único hijo, más orientada hacia el "espiritualismo" del fin del siglo (para mí lo estaba ya, prematuramente, la primera novela).

Releyendo al crítico para comprender mejor al novelista, se echa de ver la persistencia con que valora aquel a escritores dignos de su atención según sean más capaces, o menos, de probar estas virtudes: interioridad (frente a exterioridad), grandeza (frente a perfección limitadora), poesía (frente a prosaísmo).

Por Emilia Pardo Bazán sentía Clarín al principio un respeto táctico y, pronto y en espiral, aversión creciente. "es una mujer completamente prosaica", escribía

Por vía de ejemplo breve, recuérdese cómo enjuiciaba el crítico Clarín a algunos novelistas españoles de su tiempo, entre los cuales podía contarse él mismo, con pleno derecho, desde la aparición de La Regenta.

Reseñando la novela Mana y María (1883), de su amigo y coterráneo Armando Palacio Valdés, acusaba la preferencia de este por "lo más exterior, lo formal", la parte política y literaria del misticismo de una novicia; y en comentario a novela posterior halla que Palacio Valdés "peca de prudente", teme lo excesivo y contiene sus ímpetus.

Por Emilia Pardo Bazán sentía Clarín al principio un respeto táctico y, pronto y en espiral, aversión creciente hacia su apego a lo exterior y su elusión de "los recónditos rincones del alma propia". "No le gusta soñar en voz alta", escribía. Y en otro lugar afirma: "es una mujer completamente prosaica; creyó que el realismo era la prosa de la vida fielmente expresada, y de ahí el preferir para sus novelas la copia exacta del mundo... sin poesía".

A Galdós, tan admirado y paso a paso estudiado por él, le aconsejaba Clarín el sondeo en los interiores de las almas; le hacía notar la "apariencia retórica" de los soliloquios ensayados en Realidad (1889), y descubría con asombro que Galdós, aun en los momentos de emoción, nunca deja de ser "llano, corriente y hasta muchas veces algo difuso": "no se exalta". Le consideraba el novelista menos "lírico" posible. (Y no le faltaba razón: Galdós atrae a sus sempiternos aficionados con otros resortes: la vitalidad de los personajes, la dinámica de la acción, la amenidad del relato, la gracia del lenguaje coloquial, el recurso a la Historia; rara vez con el resplandor natal de unas pocas palabras verdaderas).

A Galdós le aconsejaba Clarín el sondeo en los interiores de las almas. nunca deja de ser "llano, corriente y hasta muchas veces algo difuso: no se exalta"

Con frecuencia, en estos y otros comentarios, habla Clarín de aquellos escritores que le valen como modelos de intimidad, magnanimidad y altitud poética: Goethe, Heine, Richter y los románticos alemanes, Hugo, Stendhal, Baudelaire, Flaubert, Zola, Amiel, Renan, Tolstoi. Y, sin perjuicio del estudio y cultivo de las técnicas de la novela experimental, invoca una vez y otra un romanticismo perenne-anhelo de infinitud investido de energía satírica, penetrante observación de la realidad e inteligencia crítica.

Sergio Beser definió la primera novela de Leopoldo Alas con estas palabras claras y puntuales:

"La Regenta es un estudio de una concepción romántica de la vida, pero situada en un marco realista, y es este marco el que convierte el libro en novela. Esa puesta en escena realista comporta como exigencia la situación en un lugar y tiempo históricos y, a su vez, ese lugar y tiempo históricos, sitúan a la protagonista en un mundo social que rechaza y ridiculiza los comportamientos románticos. El conflicto entre la subjetividad de la protagonista y el mundo social, actuando como impedimento insalvable para la realización de aquella, se establece como núcleo temático de la obra".

Algo parecido cabe decir de otros protagonistas de la narrativa de Leopoldo Alas: de Pipá, el pillete harapiento capaz de sentir al Dios bueno y transfigurar la realidad más áspera en reverberante fantasía; del probo oficinista Avecilla, que se siente culpable de la imaginada prostitución de su hija por haberla llevado a una feria y haber accedido a tocar la pantorrilla de "la mujer gorda"; de Aquiles Zurita, el candoroso krausista inerme ante los avances del positivismo; de doña Berta, la madre sacrificada, encarnación del ansia de "idealidad en la realidad" del romanticismo penúltimo; de Bonifacio Reyes, el sonámbulo que, hundido en un pequeño mundo inmundo, va en busca de la fe y la redención a través de su único hijo; de Juan de Dios, el sacerdote enamorado en silencio de una joven enferma y que solo llega a hablarle y oír su voz cuando porta hasta el lecho de su agonía los sacramentos; de Jorge Arial, que se abre a la luz de la creencia al perder la visión; de ``la Ronca", del "cura de Vericueto", de "Vario", de "el Torso" (personas), de "El Quin" y de "la Trampa" (un perro y una yegua, como antes "Cordera", una vaca). Personas o animales humanados, criaturas que sufren y que hallan refugio en la compasión del narrador y de sus lectores.

Así definía Baudelaire, hacia 1846, la esencia del romanticismo sobreviviente: "intimidad, espiritualidad, color, aspiración a lo infinito". Y sin embargo, o por eso, era de la gran urbe moderna, de la ciudad doliente con todos sus estragos, de donde espigaba el poeta las flores del mal.

Así también, entre la prosa del mundo y a vueltas con ella, se obstinaba Leopoldo Alas en afianzar -en sus ensayos, sus novelas y sus cuentos- la interioridad, la grandeza y la poesía. Romanticismo realista. Realismo romántico.