Danza

Akram Khan

"Mis profesores me reprochaban siempre mi falta de pureza al bailar”

1 noviembre, 2013 01:00

Akram Khan. Foto: Laurent Ziegler.

El bailarín y coreógrafo británico encabeza el cartel de Madrid en Danza, que arranca este martes con 23 compañías de todo el mundo. Sobresale el emblemático Ballet Preljocaj de Francia, la formación china TAO Dance Theater, la japonesa Dairakudakan y una amplia representación española: Cesc Gelabert, Teresa Nieto... Khan mostrará 'DESH', una inmersión en sus raíces bangladesíes en la que anuda el tradicional kathat con las técnicas contemporáneas.

Akram Khan (Londres, 1974) se costeaba sus estudios de danza contemporánea en De Monfort University (Leicester) repartiendo pizzas a domicilio. Difícilmente podía pensar entonces que, pocos años después, sería un bailarín y coreógrafo codiciado por los principales festivales de todo el mundo y capaz de reclutar para sus montajes a estrellas como la actriz Juliette Binoche, el artista Anish Kapoor, el escritor Hanif Kureishi, el escultor Antony Gormley... Todos abducidos por su embrujo mestizo (nació en Wimbledon, Londres, en el seno de una familia bangladesí). Esa herencia dual la ha plasmado en buena parte de su trabajo sobre el escenario (Zero Degree, Kaash...). Pero la pieza donde ha volcado una mayor carga autobiográfica y en la que hace una inmersión más profunda en sus raíces es DESH ('tierra natal' en bengalí). Con ella encabeza este año el cartel de Madrid en Danza (actuará el 21 y 22 de noviembre en los Teatros del Canal). "Todo surgió hace 10 años. Tim Yip me preguntó por qué no hacía algo inspirado en la cultura de mis ancestros. En un principio no lo veía claro. Pero luego comprobé que era un desafío fascinante", explica Akram Khan a El Cultural. Tim Yip es el director artístico chino que ganó un Oscar por el sello visual que estampó sobre la película de Ang Lee Tigre y dragón. Él es también quien está detrás de la atmósfera de fábula (levantada a partir de proyecciones y juegos luminotécnicos) que envuelve la confesión íntima de Akram Khan. Porque el bailarín también narra con su propia voz, a la manera de un storyteller, algunos fragmentos de su travesía vital.

Pero por supuesto lo que más hace es bailar, en ese estilo que hibrida el milenario kathat, danza tradicional hindú, y las técnicas contemporáneas. Una apuesta por la confluencia que le ha costado muchos reproches. Cuando era un niño empezó sus clases de kathat espoleado por su madre, que también lo bailaba (aunque el abuelo de Akram, matemático, le impidió hacerlo en público por miedo a que dañase la reputación de la familia). Su profesor de toda la vida, cuando vio que su alumno se desviaba hacia la modernidad, le restregaba la traición. " Me sucedía lo mismo con mi maestro de contemporáneo. Siempre se quejaba de que mis movimientos no se sujetaban a los patrones dictados. Ambos reivindicaban una pureza que no creo que exista. Yo he integrado ambos bailes de una manera orgánica. No ha sido un proceso intelectual. Mi propio cuerpo es el que ha impuesto su verdad".

Así que el joven Khan se fue labrando su propio camino, en medio de la desconfianza de los gurúes que pretendían pastorearlo. Ha llegado muy lejos siguiendo su instinto. Aunque la bipolaridad identitaria aparejada a todo inmigrante todavía le provoca fricciones en su fuero interno. Como la que experimenta cada vez que viaja a Bangladesh. Allí se desplazó a fin de documentarse para DESH. Con su iPhone en ristre, registraba los sonidos del país, que luego afloran en el espectáculo: el tráfico endemoniado, el murmullo relajante de la naturaleza... "Yo me siento un extranjero allí. Igual que en Inglaterra. Donde me siento más en casa es en el oeste de Londres". Lo que sucede es que en la capital inglesa se han complicado las cosas: "La primera vez que reparé en el color de mi piel fue cuando estallaron las bombas en los autobuses, en 2005. Hasta entonces era algo que no había tenido en cuenta. Desde ese instante vivimos bajo un clima de desconfianza que todos, sin excepción, sufrimos".

Su familia es musulmana. Algo que le ha causado algunas tensiones en el entorno donde se ha criado. "La religión puede ser un obstáculo para un artista. Pero yo siempre la he entendido como una pregunta, no como una respuesta. La duda es fundamental para que cualquier sistema de creencias no se oxide. Es un principio que yo me aplico siempre cuando trabajo". La lección la aprendió de Peter Brook, gurú del teatro británico, con el que recorrió el mundo cuando tenía 14 años. Bailaba kathat en su adaptación escénica del Mahabharata hindú. "Él ha sido fundamental en mi trayectoria. Cada vez que le escuchaba hablar sentía que me iluminaba. Todo lo que hago hoy día está marcado por la semilla que plantó él en mi conciencia".

Brook avivó la propensión hacia el sincretismo religioso y cultural de Khan, cuyo último experimento consiste en una alianza con otro consumado heterodoxo: Israel Galván, el bailaor que ha descoyuntado el flamenco y que también ha debido batirse con los guardianes de la pureza en su tierra. "Se titulará Quimera. A estas alturas es muy difícil explicar lo que nos proponemos. No sabemos bien a dónde vamos pero notamos una química que converge". El resultado lo mostrarán en el Festival de Grenoble y después viajarán a Madrid para cerrar, ya en junio, el Festival de Otoño a Primavera. Hay una tremenda expectación en torno a esta fusión de talentos, ambos caracterizados por una visceral individualidad a la hora de asentar sus respectivos personalidades sobre las tablas. Los dos se formaron bajo una férrea disciplina en el flamenco y en el kathat, interiorizaron hasta el tuétano sus esencias, pero luego las han dinamitado con el explosivo de la vanguardia. Sin embargo, ninguno se considera un apóstata. "Yo de lo que huyo es de la teatralización del flamenco", sentencia Galván. "Y yo todo lo veo a través de los ojos del kathat", remacha Khan.

Antes de desembarcar en Madrid, el coreógrafo de origen bangladesí hará escala en Sevilla. En el Teatro Central, el 8 y 9 de noviembre, presentará iTMOi, un guiño a Stravinsky, "que transformó el clasicismo de la música utilizando modelos para provocar emociones en lugar de palabras". La visita a la capital andaluza le servirá para seguir ahondando en su conocimiento del flamenco. A pesar del parentesco que le vincula con el kathat ("son muy similares, en la manera circular de mover las manos, en los giros..."), no termina de arrancarse: "Me veo muy feo cuando lo bailo. Bueno, me veo muy feo de todas maneras [ríe]. No, en serio: no se trata de que me ponga a bailar flamenco. O de que Israel Galván baile kathat. Para bailarlos con hondura hay que dedicarles una vida entera. Lo que nosotros queremos explotar es la energía que mana de ambos". Hasta desencadenar un seísmo emocional en cada teatro.