Eva Yerbabuena y Francisco Velasco durante un ensayo de 'Medea'. Foto: Merche Burgos

Eva Yerbabuena y Francisco Velasco durante un ensayo de 'Medea'. Foto: Merche Burgos

Danza

Eva Yerbabuena se atreve con la 'Medea' de Granero, el maestro que revolucionó la danza española

Rubén Olmo, al frente del Ballet Nacional, recupera en el Teatro Real una pieza que refleja la modernización que trajo el coreógrafo argentino a nuestro país.

Más información: Dramas faraónicos según Philip Glass: el Liceu acoge un nuevo montaje de su ópera 'Akhnaten'

Publicada

José Granero (Buenos Aires, 1936 - Madrid, 2006), símbolo de la modernización de la danza española, protagoniza las funciones del Ballet Nacional de España (BNE) que dirige Rubén Olmo hasta el domingo 19 en el Teatro Real.

Vuelve su célebre Medea (1984) con música de Manolo Sanlúcar, escenografía de Andrea D’Odorico, y figurines y libreto de Miguel Narros sobre la obra de Séneca, una pieza que evoca la revolución que significó Granero para el baile español.

Más allá de su habilidad para juntar pasos, mover grupos o crear ambientes teatrales, a Granero se le recuerda por convertir al bailarín de danza española en un intérprete completo. El maestro Granero era hábil en crear personajes en escena, enriqueciendo la expresividad del bailarín con consejos, correcciones y conversaciones en los ensayos.

A pesar de su altísimo nivel de exigencia, los intérpretes se rendían a su alquimia. Un puñado de artistas se ha enfrentado al reto dramático de su Medea: Manuela Vargas, Ana González, Merche Esmeralda, Lola Greco, Maribel Gallardo o, en esta ocasión, Eva Yerbabuena. Todas únicas y diferentes, como él quería, pero respetuosas con su coreografía y su legado.

Tras formarse en Argentina, Granero viajó a Nueva York a los 17 años y se empapó de artistas que vertebraban el legado de Les Ballets Russes de Diáguilev con la Modern Dance o el postexpresionismo.

José Granero (Buenos Aires, 1936-Madrid, 2006). Foto: Antonio de Benito

José Granero (Buenos Aires, 1936-Madrid, 2006). Foto: Antonio de Benito

Martha Graham o Hanya Holm le impulsarían hacia una nueva estética mientras los musicales le mostraron los trucos teatrales que triunfaban en Broadway y que él incorporaría con solvencia en sus ballets.

Como otros artistas de su generación, Granero se chocó de frente con la fuerza del baile español y dio un brusco cambio de timón para aprender y actuar con los artistas españoles de gira por EE. UU.

En 1961 se trasladó a nuestro país, donde sus conocimientos en los distintos tipos de danza le sirvieron para convertirse en maestro de baile de las compañías de Luisillo, Pilar López, Mariemma o el Ballet Antología, y, poco a poco, a destilar su propio estilo.

Fundó, junto a José Antonio y Luisa Aranda, la histórica GIAD (Grupo Independiente de Artistas de la Danza) para quienes creó un buen número de obras, al igual que para el BNE, el Ballet Español de Madrid que fundó en 1981, el Centro Andaluz de Danza –que dirigió entre 2004 y 2006– y varias compañías privadas que supieron aprovechar su talento.

Manuel Coves dirige ahora a la orquesta titular del Teatro Real en un programa que incluye dos obras que muestran las incursiones de Granero en la danza estilizada y sus aportaciones en la evolución del género.

Tanto Leyenda (Historia de un amor no consumado) de 1994, con música de Albéniz e incorporaciones de José Luis Greco, como Bolero de 1987, sobre la partitura de Maurice Ravel, están creadas para una pareja de solistas que se enfrenta a un buen número de intervenciones arriesgadas.

Los movimientos de grupo ofrecen un auténtico despliegue del oficio coreográfico del que hace gala Granero. Las filas que avanzan, las evoluciones laterales, las formaciones en triángulo o sus famosas ‘carras’ de espejo que giran en Bolero, nos recuerdan su juventud inmersa en los efectivos espectáculos americanos.

El propio coreógrafo firma los figurines y la iluminación de ambas obras en una muestra clara de su impronta estética sobre la escena. El paso a dos de Cuentos del Guadalquivir, de 1994 sobre la Sinfonía sevillana de Joaquín Turina, ofrece la danza narrativa, otro de sus puntos fuertes, en un ambiente que nos traslada a los años veinte del pasado siglo y recuerda al espectador la camaleónica personalidad de Granero.

El coreógrafo que no solo amplió el rumbo de la danza española, sino que influyó notablemente a las generaciones siguientes: José Antonio, en su enfoque intelectual y aperturista, ha sido el más prolífico de sus pupilos pero también, entre los más jóvenes, se encuentran Antonio Najarro y algunos de sus coetáneos.

Tres solos completan el programa: Arriero (Eduardo Martínez sobre música popular, de Moreno Torroba y Nin Culmell), En algún lugar (Marco Flores, música de Martínez Palacios) y Solos (Miguel Ángel Corbacho, música de Scarlatti), se alternan y nos recuerdan la evolución constante del baile español.