Image: El cine, la frustración de Dalí

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Arte

El cine, la frustración de Dalí

6 mayo, 2004 02:00

Dalí trabajó con Walt Disney durante ocho meses en 1945

Salvador Dalí tuvo desde niño una intensa afición al cine y la conservó hasta el fin de sus días. Entusiasta del cine norteamericano, aceptaba la mayor simplicidad de las películas cómicas, al tiempo que detestaba los argumentos pretenciosamente elaborados desde el predominio de la historia y la psicología.

Salvador Dalí tuvo desde niño una intensa afición al cine y la conservó hasta el fin de sus días. El joven Dalí participó muy activamente de las efervescentes polémicas en torno al cine que protagonizaron sus compañeros de la Residencia de Estudiantes y, en general, los miembros de la Generación del 27.

En febrero de 1928, en un artículo publicado en la revista "Gallo", que dirigía Federico García Lorca, Dalí proclamó su teoría de la Santa Objetividad, que no era sino un elogio del documental frente a la "putrefacción" del cine narrativo de base literaria y pictórica. Dalí recusaba el enfermizo romanticismo del cine de argumento y venía a proponer la libre actuación de la máquina, de la cámara, que debía captar la realidad sin premeditación. En este artículo, Dalí elogiaba los noticiarios de la Fox -a los que dedicó un cuadro-, la personalidad de Buster Keaton y del actor Adolphe Menjou, y el uso del ralentí.

Este discurso lo prolongó poco después, en marzo, en un texto titulado "Guía sinóptica", en el que aseguraba que el cine debía ser una industria y no una de las bellas artes. En un artículo para "La Gaceta Literaria" había establecido la oposición entre el "film-arte" y el "film-antiartístico", patrocinando este último concepto que, a su juicio, se encarnaba en las películas cómicas de Harry Langdon, Keaton y Chaplin. Más tarde, Dalí consideraría que Chaplin se había vuelto un sentimental y renegaría de él.

Frente a estos cómicos, ejercitados en el puro movimiento e indiferentes, según Dalí, al pringoso logro de lo artístico, las películas de grandes cineastas del momento -Murnau, Lang, Gance- caían dentro de lo putrefacto.

La exaltación del movimiento y del maquinismo por los futuristas y las creaciones documentales de las vanguardias soviéticas no eran ajenas al origen de estos planteamientos dalinianos. Dalí escribió que los cineastas debían filmar "obedeciendo sólo a las necesidades técnicas de su aparato y al instinto infantil y alegrísimo de su fisiología deportiva". Le encantaban, por entonces, los documentales científicos en los que se veía crecer las plantas o la vegetación submarina.

Entusiasta del cine norteamericano por su estandarización industrial, aceptaba la mayor simplicidad argumental de las películas cómicas y de ciertas comedias convencionales, al tiempo que detestaba los argumentos pretenciosamente elaborados desde el predominio de la historia y de la psicología, o sea, y como se ha dicho, el cine de raíz literaria. Sentenció: "El cine es la manera más irreal de expresar la realidad".

Sus opiniones evolucionaron, y en el prólogo a su guión de Babaouo, Dalí ensalzaba los tremendos melodramas históricos del cine italiano -a los que sin duda veía dotados de una pulsión hacia la desmesura y el trastorno-, que muy poco antes rechazaba.

En Babaouo, editado en julio de 1932, ya se contaba una historia, la de un hombre enamorado que viaja por un país en guerra en pos de su amada Matilde. En su periplo se topa con personajes diversos, queda ciego y su enamorada pierde la vida. En esta trama pseudoquijotesca, aparecen emblemas dalinianos como los ciclistas con panes, las hormigas, el "reloj blando" y muchos otros. Dalí diseñó un cartel para el futuro film -"C,est un film surrealiste!", decía-, pero nunca llegó a dirigirlo. En 1997, el director catalán Manuel Cussó-Ferrer hizo una versión, escasamente difundida, de Babaouo. En 1978, Editorial Labor había publicado el guión -que no tiene formato de guión- en la colección Maldoror de sus Ediciones Liberales.

Entusiasta del cine norteamericano, Dalí aceptaba la mayor simplicidad de las películas cómicas

En la introducción, en un texto muy interesante titulado "Compendio de una historia crítica del cine", Dalí da noticia de su entusiasmo por los hermanos Marx y, en concreto, por Animal Crackers (El conflicto de los Marx, 1930). En 1936, Dalí mantendría contactos en Los ángeles con Harpo Marx -quien, por cierto, pintaba óleos- con la intención de hacer un filme conjuntamente. Dalí le regaló un arpa surrealista a Harpo -con alambre de espino en vez de cuerdas- y le hizo un retrato. El proyecto nunca se llevó a cabo, pero queda un asomo de guión titulado Jirafas en ensalada de lomos de caballo.

En 1945, trabajó ocho meses con Walt Disney para una película titulada Destino, que había de ser un musical tipo Fantasía, pero al modo de Dalí. El artista tuvo a su lado a John Hench -fallecido el pasado 5 de febrero-, mano derecha de Disney, pero sólo se montaron entre 15 ó 18 segundos útiles. Como es sabido, los estudios Disney acaban de prolongar aquel trabajo en un corto de poco más de cinco minutos que ha aspirado al Oscar 2004 al Mejor Corto de Animación.

El trabajo de Dalí para Alfred Hitchcock en Recuerda (1945), aunque mítico, tampoco salió bien librado. Llegaron a filmarse cerca de 20 minutos de la célebre secuencia onírica, pero poco más de un minuto quedó contenido en el montaje final. Selznick, el productor, eliminó personalmente el material de la versión definitiva. Desde el comienzo, receló de Dalí y pensó que las intenciones de Hitchcock eran puramente publicitarias, cosa que el director desmintió: buscaba en Dalí un mundo y unas formas similares a las de De Chirico. Selznick siempre tuvo miedo de que las asociaciones de psiquiatras criticaran las imágenes por poco pertinentes desde la ortodoxia psicoanalítica, de que el público las rechazara por incomprensibles y de que la ultraderecha montara un número por sus formas eróticas y fálicas.

La prodigiosa aventura de la encajera y el rinoceronte (1954-1961) o Impresiones de la Alta Mongolia (1974) fueron proyectos marginales que salieron adelante, pero en el camino, frustración tras frustración -y Buñuel aparte-, se quedaron muchos otros, como La carretilla de carne.