Ensayo

Alfred Hitchcock. Una vida de luces y sombras

Patrick McGilligan

5 enero, 2006 01:00

Alfred Hitchcock

Trad. J. Escarré. T & B. Madrid, 2005. 703 páginas, 25’50 euros

No acaba uno de entender muy bien cuáles son esas "luces y sombras" aludidas en el título de este libro: caben pocas sombras en una vida volcada en el trabajo, hasta el punto de que sus grandes conflictos personales estuvieron íntimamente ligados a la trayectoria profesional del cineasta.

En ese sentido, parece pertinente que esta biografía dedique mucho más espacio a discutir los pormenores de la gestación de las películas de Hitchcock que a entrar en el resbaladizo terreno de las extrapolaciones (como hiciera Peter Conrad en Los asesinatos de Hitchcock) o las especulaciones sobre el carácter perverso del director (como hiciera Donald Scoto en su controvertida biografía del mismo). Por el contrario, McGilligan asume críticamente el trabajo de Spoto (para rebajar las conclusiones sensacionalistas de éste) e integra en su trabajo las confidencias artísticas y profesionales que el director vertió en el exhaustivo libro-entrevista que le dedicó Truffaut. Puede que el resultado no alcance a ser la biografía definitiva de Hitchcock, ni iguale, en su discreta minuciosidad, el impacto que tuvieron los libros citados. Pero este libro resulta el mejor resumen posible del estado de la cuestión.

En él se dedica considerablemente más espacio a la discusión de los proyectos creativos de Hitchcock que a la consideración de su vida íntima y familiar. Cierto que se menciona, por ejemplo, el único "desliz" conyugal atribuible a su esposa, Alma Reville. Pero incluso esta contrariedad íntima ocurre en un contexto de trabajo, mientras la esposa revisaba un guión con otro colaborador del director. El que algunas aportaciones posteriores de Alma a los guiones de las películas de su marido se resolvieran en personajes femeninos atrapados en conflictos de lealtades constituye, en todo caso, un buen ejemplo de cómo cualquier acontecimiento personal del entorno de Hitchcock repercutía en su obra y terminaba por enriquecerla.

Lo mismo puede decirse de sus relaciones profesionales. La briega con la precariedad de la industria cinematográfica británica, primero, y luego con las presiones de los grandes estudios norteamericanos, infundieron en el cineasta una mentalidad posibilista, que convirtió en filtro y piedra de toque de sus impulsos creativos: sin ese compromiso es posible que el cine de Hitchcock se hubiera entregado con más frecuencia de la deseable a la clase de extravagancias y vulgaridades con las que el director gustaba de escandalizar a sus colaboradores. Esta biografía explica bien la complicada serie de compromisos de la que derivan las decisiones estéticas de Hitchcock, así como del implacable control que éste ejercía sobre un proceso artístico complejo, en el que intervenían muchas manos.

De la ambición artística del cineasta británico da fe su atención a las vanguardias estéticas y modas comerciales que conoció a lo largo de su trayectoria: las técnicas de montaje del cine soviético, la iluminación y los movimientos de cámara del expresionismo alemán, las novedades que supusieron el "neorrealismo" italiano y la "nouvelle vague", los métodos de trabajo de la televisión, la estética agresiva del cine de género...: todos dejaron su huella en el cine de Hitchcock, o se convirtieron en motivos de reflexión e inspiración.

Cincuenta y tres largometrajes fueron el resultado de esta exigencia creativa. Mientras los hacía, Hitchcock administró inteligentemente sus ingresos, educó a su hija y mantuvo una vida personal en la que hubo poco espacio para las "sombras". Incluso la mera idea -insinuada en esta biografía- de que el cine de Hitchcock, con su "glamour"" su intensidad emocional y su gusto por el sexo soterrado, provenga de la sublimación de los sentimientos de un hombre feo, gordo y reprimido, resulta empobrecedora y trivial a
la luz de los datos.

Indirectamente, pues, este libro apoya la tesis que ya defendió Truffaut: Hitchcock es un verdadero "autor", que ejerce su control sobre las distintas fases de la creación cinematográfica y se "expresa" a través de ella. Que ésta recoja determinadas experiencias y obsesiones personales es lo de menos. Más importancia tiene, en fin, que el instinto artístico de Hitchcock le dictara que en esas anécdotas intransferibles, en esas obsesiones disimuladas, está el verdadero fondo común de la especie, y el sustrato que hace posible el milagro del arte.