Marta Martín Llaguno, segunda por la derecha, en la negociación.

Marta Martín Llaguno, segunda por la derecha, en la negociación. Efe

La tribuna

La negociación y los espejos deformantes

Lo que se ha calificado como “comedia de enredo” ha sido en realidad un proceso duro y serio de negociaciones, un trabajo de más de 12 horas diarias, incluyendo muchas noches, de seis personas y sus asesores por parte de cada uno de los partidos.

28 febrero, 2016 03:05
Este verano, aprovechando mi visita a Reino Unido en el marco de una estancia de investigación, estuve en uno de los lugares más curiosos que he conocido: la Cámara Oscura de Edimburgo, en Escocia. Si no la han visto, se la recomiendo encarecidamente.
Como explican las guías de viaje, en lo más alto de un torreón en medio de la ciudad, se encuentra un mecanismo del siglo XIX capaz de proyectar "la city a través de espejos reflectores sobre una superficie cóncava". El resultado es una imagen del centro de la urbe que parece un vídeo pero es la realidad. Imagino que hace siglos les parecía magia. Esta maravilla se ubica en una especie de "pequeño museo de los efectos ópticos", lleno de hologramas y figuras en 3D. Entre las distintas atracciones que se pueden encontrar, hay una sala con unos curiosos espejos deformantes donde uno observa, en tiempo real, cómo quedan transformados (mejor dicho, deformados grotescamente) su cuerpo y sus facciones. El resultado, por extremo y surrealista, produce hilaridad.
Esta semana, a medida que he ido leyendo la prensa y oyendo declaraciones sobre el acuerdo C's-PSOE confieso que no he podido borrar de mi memoria la pequeña sala de diversión-horror escocesa. 
En los últimos días he observado interesada declaraciones como las que han calificado todo un proceso negociación de simple “comedia de enredo”. También me han sorprendido asertos que han tachado de “pactejo” un documento para un Gobierno con más de 200 propuestas consensuadas. He visto como se tildaba de “teatrillo” la firma de documentación entre un candidato a la investidura y el representante de una fuerza política con tres millones y medio de votos. Se ha llamado “pichón”, “percha” y “correveidile” a quien ha tendido la mano al diálogo apostando por la política más allá de la aritmética.
Pero eso no es todo. También he asistido anonadada a una airada representación mediática en la que se ha alertado (curiosamente en paralelo desde la vieja derecha y la emergente izquierda) del “peligro” de la concentración y el acuerdo en este país. Asimismo he contemplado atónita, en una especie de función, a genios de la telepolítica subrayando lo accesorio de las "proposiciones expuestas” después de haber reivindicado en shows la "importancia” de las vicepresidencias y sillones. 
En fin, como las imágenes de los espejos deformantes, todas estas cuestiones resultarían jocosas o chocarreras de no ser por tres razones. La primera, porque no son inocuas sino que tienen espíritu de destrucción y buscan impedir que se forme un gobierno. La segunda, porque los españoles no somos niños a los que distraer, sino ciudadanos adultos que han votado hace dos meses a políticos con la obligación de trabajar para resolverles (y no crearles) problemas. La tercera, y más importante, porque esta vez, en la que yo he estado ahí y hablo con conocimiento de causa, puedo asegurarles que la mayoría de cosas que algunos están lanzando via medios o redes no son verdad.
Lo que se ha calificado como “comedia de enredo” ha sido en realidad un proceso duro y serio de negociaciones. Un trabajo de más de 12 horas diarias, incluyendo muchas noches, de seis personas y sus asesores por parte de cada uno de los partidos, que han estado codo con codo a veces (y frente a frente otras) para sacar un proyecto adelante, con técnicas y procesos que darían para varios casos de las mejores escuelas de negocios.
Lo que otros han tildado de "pactejo” es, en verdad, un compromiso de Gobierno, con dos centenares de medidas consensuadas sobre cuestiones básicas para el cambio en España, que animo a los lectores a revisar. Pueden gustar o no, pero lo cierto es que resulta el primer consenso en democracia para gestionar el Estado entre dos fuerzas políticas nacionales distintas y diversas. Y esto, en sí, ya tiene un gran valor.
El “teatrillo” apuntado por la emergente izquierda conservadora y la vieja derecha ha sido, en realidad, un acto que ha iniciado una nueva forma de hacer política (la que apuesta por el trabajo y por el consenso y no por la desunión) con toda la solemnidad que se merece. 
Y, finalmente, el señor a quienes algunos han llamado, quiero entender que cariñosamente, "pichón" es en realidad el líder político mejor valorado en estos momentos. Un líder que, por cierto, sin haber sido propuesto por el Rey (aceptando o no la invitación), ni haber sido “autopropuesto” (como otros) por sí mismo, es el único que ha invitado reiteradamente al entendimiento sin pedir (ni jugarse) ningún sillón.
Quiero terminar diciendo que coincido sin embargo con algunos críticos en una cuestión: es verdad que el ejercicio que C's y PSOE hemos llevado a cabo supone un peligro. Un peligro y una amenaza, pero no para el progreso, sino para el inmovilismo y la falta de miras de quienes no quieren perder su actual o su deseado sillón. Un peligro para quienes se quedan en la crítica sin hacer ni una proposición. En efecto, les guste o no, este movimiento (que se sale del guión) está obligando a todas las fuerzas políticas a retratarse (en sus objetivos especialmente, más allá de su ideología). El pacto C's-PSOE obliga a elegir entre  sumarse al reformismo en la nueva manera de hacer las cosas o entre seguir en el reproche, el histrionismo, la queja y la inacción, con la esperanza de que haya elecciones. Allá cada uno con sus votantes, su responsabilidad y su conciencia.
Felipe González durante el debate de investidura de 1986.

Otro Iglesias contra la investidura del líder del PSOE 30 años después

Anterior
Daniel Guerra es profesor en la Universidad de Sevilla

Daniel Guerra: "Que nuestros políticos no tengan formación histórica es grave"

Siguiente