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Banksy, ¿obra maestra del marketing o burla al mercado?

¿Estamos anestesiados ante el todo vale para vender? El comisario de arte público Georg Zolchow y el galerista Nacho Ruiz analizan la operación Banksy

26 octubre, 2018 09:00
Nacho Ruiz
Galerista

El nene ha sido malo

Se suelen considerar las subastas como un baremo que da su justo valor a las obras de arte en base a su importancia, belleza o trascendencia. Es un error común que obvia el hecho de que sus cifras corresponden a estímulos que suelen tener poco que ver con la lógica del mercado o con la historia del arte y mucho con el capricho y las modas. Eso lo sabe bien Banksy, por eso dio un paso más allá en el juego y decidió aportar un aliciente mediático a una transacción comercial, generando una obra maestra del marketing sobre una obra mediocre de decoración para hogares altoburgueses.

Su destrucción en directo representa retomar la revolucionaria idea de épater le bourgeois con 130 años de retraso para “monetizar” la denuncia de injusticias sociales. Frecuentemente los grandes beneficios van unidos a pequeños escrúpulos y este es el caso de este artista clandestino/superstar mediático, un ilustrador ingenioso que cabalga a lomos del capitalismo rampante empuñando la bandera del anticapitalismo, un tipo que entiende que una obra tan superficial como la suya necesita del impacto oportunista de la comunicación masiva. La niña con el globo semi-triturada en Sotheby’s será estudiada en marketing bajo la vieja premisa de que lo importante no es lo que se hace sino cómo se vende. Magistral.

"Este artista clandestino/superstar mediático es un ilustrador ingenioso que cabalga a lomos del capitalismo rampante empuñando la bandera del anticapitalismo"

Las razones para destruir una obra de arte suelen ser políticas, como Courbet ordenando derribar la columna Vendôme; religiosas, como miles de fanáticos destrozando las efigies del herético Akenatón o anímicas, como Saura quemando sus cuadros de juventud. En esta lista Banksy es un caso aparte: ha roto su cuadro por que es un niño muy malo y, como suele pasar con los niños malos, muy listo, tanto que la obra no solo no ha quedado inservible sino que es estéticamente más interesante. El mercado es muy rápido y en este caso ha actuado supersónicamente, tanto que Alex Branczik, director de contemporáneo europeo para Europa de Sotheby’s, anunciaba hace unos días que el misterioso grafitero no había destruido la pieza, había creado una nueva, lista para ser revendida. Lograr plusvalías mediante la destrucción del producto. Tan perverso como genial, tan brillante que ya han encontrado un nuevo título que sirve tanto para la obra semidestruida como para una comedia barata protagonizada por Hugh Grant, Love is in the Bin.

La polvareda ha sido tal que ha ocultado un hecho bastante más extraño: Jenny Saville se convertía en la artista viva más cara. No es la mejor, ni la más conocida de los Young British Artists, su obra no ha cambiado apenas nada en el arte, su trabajo no tiene un gran calado social, la pieza en concreto no era la más conocida dentro de su trayectoria pero el mercado de las subastas es tan caprichoso que endiosa a una (buena) artista mediana con la misma facilidad que destruye una pieza para venderla mejor. Hay quien opina que el pensador decisivo del arte contemporáneo fue Danto, otros son fans de Hal Foster, algunos de Greenberg. Para Banksy el pensador decisivo es Keynes con su máxima imprescindible popularizada en la campaña Clinton vs Bush: es “la economía, estúpido”.

Georg Zolchow
Comisario de arte

Autotrituración o el suicidio burocrático

Para que una broma siga siendo graciosa, hay que evitar contarla una y otra vez. Banksy es un gran humorista y la ‘autotrituración’ de su obra en la subasta de Sotheby’s es un giro tan sorprendente que consigue recodificar la obra y al mismo tiempo la acción misma de la venta. Una burla con permiso del mercado.

Lo que hace Banksy en su trabajo es un continuo juego ácido y provocativo que vive de la construcción de contrastes. Algo que realiza desde los inicios con sus plantillas de niñas abrazando bombas o con el Cristo en la cruz sujetando bolsas de regalos. Pero desde que medio mundo en el arte urbano reprodujera este tipo de provocaciones, la sonrisa que arranca lo ingenioso se ha esfumado.

Banksy lo entendió hace tiempo y, si de verdad preparó Girl with Balloon para su destrucción hace años, fue algo profético, porque ese acto se asemeja a los proyectos de ‘escenografías sociales’ que realiza hoy en día. Ya sea su hotel Walled Off en una zona de Belén con ‘preciosas’ vistas al alto muro de la separación, ya sea la sonrisa distorsionada de su parque de no-diversión Dismaland, estas obras son creaciones de situaciones extendidas en el tiempo que se activan solo cuando las personas se acercan a ellas. Narrativas donde la escenificación se vuelve clave.

"Ser burlón es lo último que le queda de la calle a Banksy. Es lo que le hace especial y, por eso, casi está obligado a seguir siéndolo. De él se espera que le ponga un crítico espejo al mercado del arte"

En mi opinión, Girl with Balloon es una de las obras de Banksy que menos interés merece –ni crítico contraste, ni acidez–. Qué coincidencia que sea justo este trabajo el que se ‘autotriture’ con una herramienta que recuerda a la más profana de la oficina. Banksy idea un suicidio burocrático de la obra que le da una nueva vida.

Y con esto vuelvo a la subasta y a la escenificación: un grupo de personas en un escenario que en el breve y sorprendente momento de movimiento de la obra no pueden escapar de su participación activa en el ‘espectáculo’ (incluyendo a los que quizá estaban prevenidos y que interpretan su papel con énfasis y abren los ojos aún más para ser creíbles).

En el centro de la escena, el marco. Esa madera dorada que difícilmente puede ser más gorda y más pesada, excesiva indicación de valor para una sencilla plantilla (volvemos a los contrastes). Este marco que limita y custodia lo que en la calle nunca estaría protegido, “expulsa” el lienzo a tiras y lo empuja hacia la intemperie de la que procede. Es en este instante en el que Sotheby’s Londres se convierte en un teatro –y en el que Banksy le quita en dos segundos años de casposidad –. Esto de por sí es un acierto crítico y considerablemente poderoso.

Ser burlón es lo último que le queda de la calle a Banksy. Es lo que le hace especial y, por eso, casi está obligado a seguir siéndolo. De él se espera que le ponga un crítico espejo al mercado del arte, que ridiculice esa atracción por las obras fetiche, incluyendo las suyas. Y lo hace, como en sus plantillas iniciales, construyendo contrastes, es decir, consiguiendo que con la destrucción de una obra fetiche se cree otro fetiche. Esa es la segunda parte de la broma