Image: Sabotaje

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Novela negra

Sabotaje

Arturo Pérez-Reverte

19 octubre, 2018 02:00

Arturo Pérez-Reverte. Foto: Jeosm

Alfaguara. Madrid, 2018. 376 páginas, 20,90 €. Ebook 10,44 €

París no se acaba nunca. Ni el Guernica. Ni Picasso. Y esperemos que tampoco las aventuras de Lorenzo Falcó, que llega a su tercera entrega con una historia trepidante desde la primera acción en Biarritz. No era fácil el desafío de situar a Falcó -espía descreído, chulo, canalla, cruel, amoral, pero con trasfondo humano, que fue un antiguo agente de la República y ahora trabaja para los franquistas- en un París que es (o casi) una representación de lugares, peripecias y personajes míticos. El París de los años treinta, repleto de artistas e intelectuales que se implicaban a su manera en la vida político-social, es el escenario por el que se desenvuelve Falcó. Un París en efervescencia, sacudido, convulso, previo a la Segunda Guerra Mundial, que el autor de La tabla de Flandes retrata con minuciosidad, lo que aporta detalles que contribuyen a recrear esa atmósfera de fiestas e hipocresías en la que mentir era un arte y la desconfianza un principio existencial. Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) no solo es un espléndido narrador, también maneja con pericia diferentes géneros. Y en Sabotaje lo hace de un modo orgánico entre paisaje y paisanaje. La doble misión de Falcó en la ciudad del Sena será infiltrarse en el círculo íntimo de Leo Bayard -nítido trasunto de André Malraux- y destruir el Guernica, el gran cuadro que Picasso pintaba para el pabellón español en la Exposición Universal de 1937. “Un monumento a la desilusión, a la desesperación, a la destrucción. Un aldabonazo en la conciencia de la humanidad”.

'Sabotaje' cuestiona la moral de la época con un relato ágil, personajes bien definidos y notable nervio narrativo

El eterno dolor de cabeza de Falcó, que combate con cafiaspirinas, representa el dolor de la España rota entre rojos y falangistas. Porque la ficción, al igual que el cuerpo, tiene memoria. De ahí que Pérez-Reverte mida el sustrato histórico modificado en beneficio de la aventura, pero analizando quizá el pasado con parámetros del presente. “¿Se puede matar demasiado?”, pregunta Malena a Falcó. “Se puede”, responde éste. “¿Y deja recuerdos incómodos?”, insiste la mujer. “A veces”, zanja el espía. O “No hay ignorancia que no quede a salvo tras un talonario de cheques”. Sabotaje cuestiona la moral de la época y despliega comentarios políticos y sociales mediante una narración ágil, un suspense medido, personajes bien definidos y diálogos que suenan con el ritmo y el tono de la poética del Saint Louis Blues. Más allá de la certeza de que cualquier objeto al que alude el autor -desde la pistola Browning FN de 9 mm. a los cigarrillos Player's-- esté documentado, lo reseñable de esta novela de aventuras es el nervio narrativo y la relación que se establece entre los personajes. Si Lorenzo Falcó es fiel a su propio interés, un héroe misterioso y solitario, con un fondo sentimental, que no se levanta cuando el Caudillo habla por la radio, el trato con su jefe, el Almirante, está plagado de momentos inspirados. Al igual que los encuentros del héroe con las mujeres. O los juegos que el autor se permite al representar a Ernest Hemingway como Gatewood, un escritor y periodista aficionado al coñac y a dar lecciones de patriotismo. Estas citas, guiños, homenajes y resonancias a la literatura y al cine que se dispersan implícita o explícitamente por la novela funcionan como memoria sentimental e ideológica. El mundo por el que se mueve Falcó es un mundo hostil, resbaladizo, de “ambientes turbios, citas clandestinas y sombras peligrosas”. Una representación con ecos de película del Hollywood clásico, que absorbe desde la maestría quijotesca a la tradición de novelas de espionaje de Somerset Maugham, John Le Carré, Graham Greene, Eric Ambler o Joseph Conrad. Porque si bien Falcó es único, tiene inmejorables modelos en los que empaparse con el arrebato de un adolescente subyugado por la lectura. @M_A_OESTE