Image: La leyenda negra

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Ensayo

La leyenda negra

Joseph Pérez

22 enero, 2010 01:00

Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid (1680)

Traducción de C. Manzano. Gadir. Madrid, 2009. 256 páginas, 22 euros


A comienzos del siglo XX, Julián Juderías publicó el libro clásico sobre la leyenda negra, una expresión que habría de tener un enorme eco en la cultura hispana, siendo utilizada desde sectores políticos e ideológicos muy distintos y, obviamente, con objetivos diferentes. En su opinión, dicha leyenda estaba constituida por relatos fantásticos y falsos, escritos por extranjeros y dedicados a denigrar la historia de España y el carácter de los españoles. Ambos serían el epígono del fanatismo, la intolerancia, la crueldad y la ignorancia, frente al espíritu libre, el pragmatismo y las innovaciones de otros pueblos.

Hace unos años, Ricardo García Cárcel (La leyenda negra. Historia y opinión) desmitificó la visión tradicional en un libro cuya principal virtud es la normalización de la historia de España. Ni España ni los españoles somos diferentes, ni nuestra historia es sustancialmente distinta a otras. En todas hay elementos positivos y negativos y nadie puede tirar la primera piedra.

El reconocido historiador francés Joseph Pérez (Ariège, 1931) aborda ahora la cuestión con la sensatez, la mesura y los enormes conocimientos que le da su dilatada trayectoria profesional. No es el primer hispanista que lo hace -recordemos por ejemplo a Chaunu o Maltby-, pero su análisis es más completo y llega cronológicamente hasta nuestros días. Su tesis principal -admitida hoy de forma general- es que la leyenda negra fue una reacción contra la hegemonía y el enorme poder de España en el siglo XVI, no muy distinta a la que han suscitado históricamente otros imperios o a la fuerza actual del antiamericanismo. El propio autor aporta el ejemplo de las reacciones en la Italia de la Baja Edad Media frente al expansionismo de la corona de Aragón.

Pero la leyenda negra antiespañola tiene una segunda parte, posterior a la supremacía hispana, en la que, para los países protestantes del norte de Europa, España pasó a ser sinónimo del atraso, la decadencia, la incultura, el fanatismo religioso y la incapacidad de progreso. Pérez lo explica como una reacción contra el mundo latino y católico, bien representado por España a causa de la enorme importancia cultural y lingüística del mundo hispano. Hay también un tercer elemento, tal vez el más característico, consistente en que una parte de los españoles -todavía hoy- han interiorizado los sentimientos de inferioridad y de culpa procedentes de la leyenda negra, con el consiguiente rechazo e incapacidad para asimilar la propia historia.

El libro de Joseph Pérez es un ensayo sobre la historia de España desde los comienzos de la Edad Moderna, en el que aborda uno a uno los distintos elementos de la leyenda negra y estudia, en una segunda parte, la actitud de los españoles hacia su propia historia, siendo especialmente interesantes los análisis que hace desde el liberalismo hasta la actualidad. En todo momento trata de contrastar las afirmaciones de la leyenda (Felipe II el demonio del sur, la Inquisición, la matanza de Indios en América...) con sus propias contradicciones; como por ejemplo la de una Europa ampliamente antisemita -incluidos Erasmo de Rotterdam y Martin Lutero-, que exaltó a España por la expulsión de los judíos, previamente expulsados de otros muchos lugares; o la de un Felipe II, no menos intolerante que otros soberanos de su época, o que su propio padre, Carlos V, y más preocupado por cuestiones políticas que religiosas, hasta el punto de que se opuso, durante mucho tiempo, a la excomunión de la reina de Inglaterra. Algunos tópicos, como los vinculados al príncipe don Carlos, deben más a la genialidad de Verdi que a elementos objetivos. Pérez señala el hecho curioso de que, aunque la mayoría de los historiadores -españoles y extranjeros- rechazan actualmente las interpretaciones de la leyenda negra, no hayan logrado convencer a una parte de los periodistas, cineastas, artistas y gentes del gran público. Claro que, como concluye el propio autor, esta actitud un tanto masoquista tampoco tiene nada de excepcional; es decir, también hay ejemplos de ella fuera de nuestras fronteras.