Image: Las rosas de piedra

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Ensayo

Las rosas de piedra

Julio Llamazares

18 septiembre, 2008 02:00

Alfaguara. 598 páginas, 16 euros

Desde la primera línea de este más que digno nuevo libro de viajes de Julio Llamazares (León, 1955) el autor se encarga de dejar muy claro que, de entre las intenciones que le han llevado a hacer esta trayectoria por todas la catedrales de nuestro país -y de cuyo proyecto éste es tan solo el primer volumen-, no está en absoluto la de dar ninguna lección de historia, ni de arte, ni mucho menos de espiritualidad, sino más bien la inclinación, la preferencia que siente por esos mundos que han quedado a desmano de la historia o de la realidad. Un libro, en fin sobre la catedral "como espejismo", y sobre las relaciones, personas y paisajes que se entretejen a su alrededor.

Quienes hayan leído algunas de las anteriores entregas, como aquel fantástico El río del olvido en el que recorría el curso del río Curueño en León, o el viaje portugués de Tras-os-montes podrán hacerse una idea muy cabal de lo que van a encontrarse aquí. Llamazares repite fórmula, pero una fórmula acertada, convincente y siempre amena. Leer los libros de viajes de Llamazares es la cosa más parecida a hacer un tranquilo viaje con un amigo más bien callado y curioso que produce un extraño efecto imán sobre los parroquianos de las localidades en las que uno se detiene. Llamazares siempre escribe igual cuando viaja, habría que añadir también que siempre escribe bien, sin arrogancia, desprejuiciadamente, con sentido del humor y con cariñosa indulgencia cuando retrata. Y tal vez sea ésa la clave, la verdadera piedra de toque que hace que sus viajes siempre resulten convincentes; el autor está enamorado de lo que describe y de lo que descubre. De ese sustrato, que es su verdadero acierto, van surgiendo los otros, esa lentitud descriptiva que hace que el lector se impregne de la morosidad del viaje, su peculiar capacidad para reproducir brevísimos diálogos que son auténticos retratos de carácter, la aparente neutralidad de ese viajero que mide sus juicios personales con cuentagotas sabiendo que todo el texto está ya filtrado por su subjetividad.

Llamazares parece regido por una obsesión cuando viaja, la de hacer que el viaje sea no sólo lo más parecido posible a la vida, sino una reproducción misma de la vida, de ahí esa procesión sin fin de curas o funcionarios que estipulan horarios absurdos de entrada o salida de los claustros, de comentarios sanamente anticlericales de los parroquianos, de guías showman, de "diga que va de mi parte", el costumbrismo de Llamazares es de la buena especie de Larra, ni estereotipado, ni falaz, ni reduccionista, sino una especie de reflejo concentrado de la variedad de ese zoológico que visita las catedrales, que entra en ellas por fervor, por curiosidad o por obligación.

Esta primera entrega del proyecto catedralicio de Llamazares -y que por sus dimensiones, 600 páginas, promete ser catedralicio él mismo-, comienza en Santiago, a los pies de su catedral y prosigue en las de Oviedo, Astorga, Salamanca, Burgos, ávila, Segovia, Vitoria y Huesca, entre otras . Conmueven quizá más las menos conocidas, las más desamparadas, de esta zona norte que abarca de Galicia a Cataluña. "Poco a poco la noche ha caído sobre la catedral. A las seis y media, en diciembre, Tortosa es ya un montón de luces. El viajero no lo ve, pero lo sabe, como sabe que a esta hora las calles se animan ligeramente, aunque haga frío, como hace hoy. En la catedral ocurre lo mismo. Y no es extraño que eso suceda".