Ramón y Cajal

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Letras

Ocho fantasmas de la ciencia española

El historiador de la ciencia, Juan Pimentel, recuerda varios episodios en los que la aportación española fue clave para el conocimiento universal

3 febrero, 2020 04:35

Fantasmas de la ciencia española

Juan Pimentel
Marcial Pons. Madrid, 2020. 412 páginas. 28 €

Hace pocas semanas, el español Pablo Jarillo ganó el prestigioso premio Wolf de Física por encontrar el “ángulo mágico” del grafeno. Pocos días después, los medios informaban de que el científico español Joan Massagué había descifrado el origen de la metástasis, un avance con un potencial curativo inmenso de los cánceres de peor pronóstico. Además, la Organización Nacional de Trasplantes de España, que lleva 28 años en el primer puesto global, batió su récord al gestionar 19 trasplantes en 24 horas. Éxitos que resumen un diagnóstico general: científicos y médicos españoles están en la vanguardia de las fronteras de conocimiento.

En cambio, el diagnóstico asumido, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras, es el que sitúa a España como un país de sol y playa, incapaz de superar su secular atraso científico-técnico y subirse al carro de las economías más innovadoras y productivas. Un relato que confunde la política científica con la capacidad científica de un país, de sus universidades, de sus empresas. El cliché noventayochista y unamuniano de la decadencia y el “que inventen ellos” es nuestra Leyenda Negra más perniciosa, y no ha necesitado ni hugonotes ni calvinistas foráneos para extenderse, sino nuestra propia credulidad y nuestro secreto regocijo ante una mal entendida excepcionalidad. Spain is Different. Pues no, tampoco en ciencia.

Ni lo es ahora, ni lo fue durante todos los periodos de nuestra historia, aunque la política hacia la ciencia siempre haya sido un lastre. Pero, si como decía Stefan Zweig al analizar el pasado, la mejor manera de medir una fuerza es mirar la resistencia que vence, no podemos sino concluir que nuestro potencial está muy por encima de nuestra percepción. Y al rescate de esta ciencia que vaga como un alma en pena por nuestra historia ha dedicado el historiador de la ciencia Juan Pimentel (Madrid, 1962) Fantasmas de la ciencia española, donde recoge ocho episodios en los que la aportación española fue clave para el conocimiento universal. Lo hace de forma cronológica, desde el “descubrimiento” del Nuevo Mundo hasta el siglo XX, de modo que este ensayo puede leerse también como una historia de nuestra relación con la ciencia desde la modernidad hasta hoy, con dos particularidades interesantes.

'Fantasmas de la ciencia española' recoge ocho episodios en los que la aportación española fue clave para el conocimiento universal

Por un lado, su concepción de ciencia española es abierta, y en ella incluye la que se desarrolla en o desde los dominios de América Latina mientras estos formaron parte de nuestra Corona. Lo hace con un criterio generoso respecto a lo que en puridad podemos considerar como tal. ¿Hizo ciencia Núñez de Balboa al dar a conocer al Viejo Mundo ese otro Mar del Sur que amplió nuestros horizontes? Eso piensa el autor, aunque sólo sea porque ello obligó a reescribir los mapas cartográficos del mundo. Y razón no le falta si consideramos al prusiano Alexander von Humboldt un precursor e impulsor de la ciencia universal.

La Corona española envió a importantes personajes a sus nuevos territorios para que dieran cuenta de la nueva fauna, flora y lugares que habían pasado a su jurisdicción. En 1570, López de Velasco impulsó la redacción de las Relaciones geográficas, donde tuvo un protagonismo especial el médico, botánico y ornitólogo Francisco Hernández de Toledo, en la que fue considerada tradicionalmente la primera expedición científica americana. Como cuenta Pimentel, su inconclusa Historia Natural de la Nueva España “incluyó herborizar, interrogar a herbolarios y médicos locales, describir la flora y fauna, experimentar los simples medicinales, hacer pintar unos y otros”. Ese fatalismo editorial dio lugar al “mal de Hernández”, esa “imposibilidad de culminar o rematar un proyecto científico de envergadura con una publicación y difusión de sus resultados a la altura de las expectativas, los dineros, el tiempo y el esfuerzo invertidos”. Un lamento que hoy seguimos escuchando.

Maruja Mallo y Josefina Carabias, posando junto a Antro de fósiles

El segundo aspecto es el más novedoso respecto a otros libros que reivindican y explican nuestro legado científico-técnico, y el que lo hace más original y atractivo. Pimentel insiste en maridar ciencia e imagen, y no por casualidad. El mismo prejuicio que nos condena como un país atrasado en ciencia, nos otorga una suerte de don en las artes. Pimentel habla del reconocido “triunfo de la pintura”. Y concluye que a “la sombra de este triunfo yace el cuerpo exhausto de la ciencia española”, e insiste: “Si no es un cadáver, es un ser agonizante, un alma en pena, en efecto, un fantasma. Atrás quedan los logros en medicina o cartografía renacentista, las historias naturales americanas. La península languidece”.

Pimentel defiende que fue determinante en el éxito de Ramón y Cajal su capacidad para dibujar y su sensibilidad hacia la fotografía

Por eso, al hablar de Balboa incluye un mapa, o al detenerse en el médico gaditano José Celestino Mutis, autor de la en vida inconclusa e inédita Flora de Bogotá, muestra dibujos e ilustraciones de un tesoro fruto de su expedición botánica por el Nuevo Reino de Granada entre 1783 y 1808. Especialmente llamativas son las láminas del Atlas anatómico de Crisóstomo Martínez, cuyos grabados y láminas durante el siglo XVII “son documentos visuales de primer orden que nos hablan de la conexión entre la melancolía barroca, la anatomía moralizada y el irremediable ascenso de la tecnología y el materialismo”.

En 1889 se publicó el Mapa Geológico de España, resultado de años de trabajo y cartas provinciales hechas por dos generaciones de ingenieros de minas, de los que se da cuenta en este libro, con texto e imágenes. Pero no hay duda de que la ciencia española alcanza su cumbre con el médico Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), otro de nuestros grandes “artistas” con sus dibujos de las células nerviosas, a las que llamaba “mariposas del alma”. Como otros de sus glosadores y biógrafos, Pimentel defiende que fue determinante en su éxito científico su capacidad para dibujar y su sensibilidad hacia la fotografía. Cajal sería “el Galileo o el Newton del que carecía España”, quien “preside con Leonardo el panteón de la religión sincrética de la ciencia y el arte”. Aunque, por desgracia y en resumen de nuestras carencias en política científica a lo largo de la historia, el legado de Cajal aún aguarda un verdadero museo o al menos que sea considerado Bien de Interés Cultural. Un reto que el ministro de Ciencia, Pedro Duque, debería asumir con ímpetu y como oportunidad, entre otras cosas por el consenso de fondo que suscitaría poner al genio aragonés a la altura de su legado.

Los dos últimos capítulos nos hablan del olvido injusto de las mujeres españolas en la ciencia y de nuestro particular y borgiano Aleph científico-artístico: el Museo del Prado. Aunque son capítulos que quedan algo descolgados y que ameritarían monografías específicas, complementan un ensayo pedagógico, erudito y entretenido, a la altura de nuestra mejor divulgación científica. Aunque aún estamos por detrás del mundo editorial anglosajón –algunos de cuyos autores son auténticos best-sellers–, damos pasos importantes cada día, con escritores-científicos como el compañero de estas páginas José Manuel Sánchez Ron, entre otros.

Los capítulos de Fantasmas de la ciencia española son estancos en exceso, y no es fácil seguir el relato cronológico de nuestros avances a lo largo de la historia moderna y contemporánea, pero su lectura proporciona un conocimiento veraz y grato, capaz de conjurar prejuicios y de insuflar nuevos bríos respecto al papel de nuestro país en el mundo que viene.