Letras

Las cosas del campo

José Antonio Muñoz Rojas

30 mayo, 1999 02:00

Pre-Textos. Valencia, 1999. 125 páginas, 1.750 pesetas

Vale la pena releer este canto conmovido a la vida sencilla y a los placeres del sosegado mundo rural. El enloquecido "progreso" que padecemos puede dejar muy pronto estas experiencias reducidas a puro arcaísmo

Escritor minoritario, autor de una breve y refinada obra poética y de algunas obras en prosa -entre ellas unos deliciosos Cuentos surrealistas-, José Antonio Muñoz Rojas (Antequera-Málaga-,1909) compuso las estampas que forman Las cosas del campo entre 1946 y 1947. El propio autor caracteriza así estas páginas: "Más que un diario de sucesos campesinos son apuntes esquemáticos que podrían haber servido para textos más extensos" (pág.123). Una primera edición (1950) de doscientos ejemplares, seguida de otra ampliada (1953) de mil, no lograron que la obra traspasara los límites de un círculo reducido de lectores. La tercera edición (1975, reproducida en 1985) incorporó a Las cosas del campo otras dos series de estampas, independientes pero de análogos caracteres formales: "Las musarañas" y "Las sombras".
En este volumen se recobran los 49 "apuntes" de Las cosas del campo y se añade uno más, titulado "La risa de Dolores". Hay cambios en algunas divisiones de párrafos y, sobre todo, en la ordenación de muchas estampas, lo que delata una revisión del conjunto por parte del autor e indica que nos hallamos ante la versión definitiva de una obra que no ha perdido la frescura con que nació, a pesar de haber cumplido ya medio siglo de existencia.
El mundo rural, el paisaje, las tareas agrícolas, los cambios térmicos, las percepciones cromáticas y olfativas encuentran en estas estampas un finísimo resonador. Se trata a veces de auténticos poemas en prosa: los elementos narrativos y descriptivos pasan a un lugar secundario, desplazados por el copioso caudal de sensaciones que el observador anota. Los modelos literarios más evidentes de estas breves composiciones se hallan en Platero y yo, en muchas páginas de Azorín -en menor medida, de Miró- y acaso de la Oceanografía del Tedio, de Eugenio d’Ors.
El carácter marcadamente lírico llega hasta los artificios retóricos, como los paralelismos, las estructuras binarias y trimembres: "Tiembla la espiga y la aceituna, el nido y la azuzena, el hombre y la cabaña. Lo traen san Juan, la Virgen del Carmen, la de Agosto. Y nunca traen pan, nunca vino, nunca aceite" (pág. 66). No es difícil, incluso, tropezar con algunos metricismos. Obsérvese, por ejemplo, esta fortuita secuencia de dos endecasílabos donde ni siquiera falta la asonancia: "Sólo este poco de belleza queda de cuanto trajinaron en la tierra" (pág. 106). O este otro fragmento, que me permito segmentar como si estuviera escrito en verso para que se perciba mejor la afinidad: "Y arriba, velocísimo,/parado, fino,/entre verde y amari llo,/las alas y el pico agudos,/con la primera abeja,/el primer abejaruco" (pág.19). Lírico es también el frecuente tono exclamativo y el deleite de nombrar: "¡Oh, jaramagos, lenguazas, zapaticos, nazarenos, ignoradas, yerbas del campo!" (pág. 26). O el recuerdo oculto de un memorable poema machadiano en la estampa "Los álamos blancos". Y lírica es también la expresión imaginativa: la nubes se alzan como "apresuradas amantes, cuyo besar nunca es largo" (pág. 41), el lirio azul y blanco es "casi ángel de las flores" (pág. 27), el calor estival "tiene las horas empapadas" (pág. 57) y el dios del verano llega "coronado de espigas" (pág. 59).
Hay un continuo placer idiomático, un saboreo constante de voces de ámbito rural, muchas de ellas andaluzas ("nerdo", "recachita", "bielgo", "martaguilla", "barcina", "cauchín", "bujeo", etc.) que dan a la prosa una desusada sonoridad. Vale la pena releer este canto conmovido a la vida sencilla y a los placeres del sosegado mundo rural. El enloquecido "progreso" que padecemos puede dejar muy pronto estas experiencias reducidas a puro arcaísmo.