Image: José Luis Alonso de Santos

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Escenarios

José Luis Alonso de Santos

“Los dirigentes no tienen la culpa de todo: un sapo elige a otro sapo”

14 septiembre, 2012 02:00

José Luis Alonso de Santos, en su casa de Madrid ante un mapa de Cádiz y con la Constitución de 1812. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.

El dramaturgo José Luis Alonso de Santos vuelve el miércoles al Centro Dramático Nacional, después de 16 años, con Los conserjes de San Felipe, un musical en el que aborda con rigor histórico y altas dosis de humor los acontecimientos que tuvieron lugar en Cádiz durante la proclamación de la Constitución de 1812.

En una tarde de septiembre el dramaturgo José Luis Alonso de Santos (Valladolid, 1942) nos cita en su casa. Vive cerca del parque madrileño del Retiro, en un barrio tranquilo, de pequeños comercios, que a estas horas se reanima de la siesta. Su piso es amplio, confortable y ordenado, de suelos de madera y techos altos, decorado con muebles antiguos en los que, medio escondidos, se ven trofeos y premios (Nacional de Teatro, Mayte, Max...). El fotógrafo opta por retratarlo en su estudio y desvelar así un espacio más presumiblemente íntimo. Da a una terraza a mediodía y en las paredes hay estanterías con libros, muchos casetes de los que ya no se usan, y fotos de algunas de sus obras de mayor éxito (Bajarse al moro, Pares y Nines, El álbum familiar, La sombra del Tenorio, Yonquis y Yanquis).

El dramaturgo pasa la mayor parte del año en esta casa, con su mujer y sus hijos, pero ahora que está jubilado, que ya ha dejado las clases de dramaturgia en la Real Escuela de Arte Dramático, se refugia largas temporadas en el Puerto de Santa María, patria chica del comediógrafo Muñoz Seca, y donde Alonso tiene un grupo de teatro para el que escribe y que también dirige. De hecho, estaba previsto que la obra musical Los conserjes de San Felipe se estrenara en Cádiz. Al final, el título abrirá la temporada del Centro Dramático Nacional, al que vuelve después de 16 años. Debido a una inesperada avería en la maquinaria escénica del Teatro María Guerrero, la obra se presentará, el miércoles, en el Teatro Español. La dirigirá el hispano-argentino Hernán Gené, quien, según nos cuenta, le ha dado un aire muy distinto al que imaginó.

-¿Qué le ha animado a escribir una obra sobre Cádiz?
-Lo que me gustó del encargo es que me permitía introducirme en el tema del cante. No soy de los que van a a esos bares de Cádiz donde la gente canta y toca la guitarra, pero los he visitado alguna vez, como los carnavales. Se me ofreció la oportunidad de meterme en ese mundo del duende, el del quejío, y vi la posibilidad de expresarme en canciones, en soleás, en martinetes, en chirigotas.

-La obra iba a estrenarse para el Bicentenario de La Pepa...
-Sí, por la compañía gaditana Olvido Producciones y por gente de los carnavales de Cádiz. Pero desgraciadamente el teatro necesita no sólo presupuesto, también un apoyo decidido. Teóricamente nos apoyaron al principio, pero luego llegó la hora de la verdad y... Todo esto estaba gobernado por la Junta de Andalucía, y claro, lo que hiciera yo le traía sin cuidado, cosa que también es normal. A las autoridades culturales a veces les interesan unos creadores y, a otros, pues no les prestan atención [se ríe].

-¿Es un musical?
- Es un musical sobre Cádiz. Para mí el teatro es comprobar cómo resuenan los personajes cuando les aprietas, cuando les haces vivir un momento para el cual no están preparados. Y lloramos o cantamos o hacemos poesía. Es bonito que la gente cante cuando no sabe qué hacer. Hay dolor mezclado con fiesta, porque yo no quería renunciar a mi faceta de autor que siempre está cerca del humor.

-Hacer un musical a partir de un texto como es la Constitución de 1812 le debió de resultar complejísimo...
-Me perdí. Tenía un problema de localismos, de tradición, de cambio de siglo, de costumbres, el neoclasicismo cambiando al prerrenacimiento, España rota, Cádiz que es Nueva York en el sentido de ser una ciudad que aglutina diferentes culturas y modas, y luego, el nacimiento del liberalismo y claro... Cada libro remitía a más libros. Si tocas la Constitución de 1812 se te abre un abismo, porque ahí están todas las contradicciones que nos han llevado hasta el momento actual, todo lo que da origen a la Guerra Civil española y a tantas cosas. Para una obra de teatro todo eso lo tienes que dejar a un lado y contar una historia sencilla, entrañable, con acción, y no dar una lección histórica.

-En la obra sintetiza la Constitución en tres principios: libertad, igualdad y propiedad privada. ¿Por qué?
-Porque son los principios del liberalismo, los que abren la caja de los truenos. Pero también defiendo en la abro algo tan importante como la felicidad del individuo. Todo lo que hagan los gobernantes no vale para nada si el individuo no es feliz. Eso que ha dicho Clint Eastwood está muy bien: ¿Para qué están los políticos? Son nuestros empleados para hacernos más felices, para ayudarnos a vivir. Si nos hacen la vida más difícil, pues la hemos jodido. Entonces algo no va bien. Todo eso se entrevé en esa Constitución.

Sospechosos habituales
-¿Cree que esa idea de ciudadanía ha calado finalmente en nuestra sociedad?
-No. La sociedad española es para echarle de comer aparte. Si lee a nuestros clásicos, nuestros grandes mitos son: uno que se tira a las chicas y mata a los chicos y no es responsable; una vieja loca que conjura al diablo y tiene una casa de putas; un pirao que confunde a los molinos, muy gracioso, sí, pero que no es un modelo de vida. Por no mencionar El Lazarillo, El Buscón y toda la picaresca. Tenemos pocos modelos positivos, son más bien caóticos, marginales, que vienen de las tradiciones españolas y de la religión. Pero también de unos ciudadanos que no se sienten responsables de nada. No echemos toda la culpa a los dirigentes: un sapo elige a otro sapo. La Historia de España ha sido un desastre.

-Algunos de sus personajes resultan muy contradictorios: lo que dicen defender no coincide con lo que hacen en sus vidas.
-Sí, y además la puesta en escena ha potenciado mucho esa dimensión. Para mí los políticos de la obra viven una situación compleja, tienen que resolver asuntos del pueblo, pero a la vez mantener el status quo y la propiedad privada, para que los pobres sigan siendo pobres. En mi obra los diputados están a mitad de camino: quieren mejorar el país, pero sobre todo mejorarse ellos. Y en el montaje salen como verdaderos fantoches.

Alonso de Santos ha escrito en los últimos cuarenta años medio centenar de obras, algunas de las más populares del teatro español contemporáneo. Se forjó desde la práctica escénica, en el teatro independiente, cuando creó en la década de los setenta el Teatro Libre de Madrid. Más tarde fundó Tábano y la productora Pentación, de modo que conoce el gremio desde varios ángulos, no sólo desde el lado creativo, también el empresarial. Tiene un olfato agudo para distinguir qué gustará al público, quizá porque la comedia ha sido y es su trinchera. Su influencia en generaciones de dramaturgos posteriores a la suya se ha hecho también patente. Profesor y teórico, ha condensado su sabiduría dramatúrgica en tratados de referencia, como La escritura dramática y Manual de Teoría y Práctica Teatral.

-Una vez me dijo que se había dedicado a la comedia porque sentía que era un terreno en el que había mucho por hacer.
-Hay una contradicción siempre en el arte y que se acentúa mucho más en el teatro. Uno ofrece conferencias y da cursos, y se inventa una teoría artística sobre el valor del teatro, pero luego debe enfrentarse al contacto con el público. Muchos autores creen que el público es tonto porque no comulga con sus obras y sus teorías, algo absurdo. El público va al teatro a lo que va, que no es a transformar su vida. Sería como decir que la gente va al restaurante para transformar la anatomía de sus órganos. Va a comer. Y la recepción en el teatro es muy importante. Cuando tienes contacto real con el público entonces te das cuenta de que el humor o la risa te permiten una comunicación más fluida, lo que llamamos teatro popular. Porque el gran problema del teatro, como el de todas las artes, tiene que ver con una palabra muy antigua: aburrimiento. El aburrimiento produce melancolía.

-¿Qué opina de esas obras experimentales en las que el público no se siente seguro de haber entendido lo que ha visto?
-En la historia del arte hay varios caminos, y uno de ellos consiste en indagar sobre el propio arte, en hacer experimentos. Pero el camino de hacer arte para mí, y tres amigos y cuatro críticos que van a decir lo listo que soy, no lleva a ningún lado. Podrá haber cien mil libros que diserten sobre lo bueno que es Artaud, pero es anecdótico, no tiene ningún interés para la Historia del Teatro. No se han visto sus obras y ni siquiera se tienen que ver, porque ni son obras. Es un globo cultural originado por todo lo que hay alrededor de la palabra cultura. La meta del arte debe ser su renovación constante, buscar un arte mejor y conectar con el público.

Comunismo en serio
-Aclarado el asunto, ¿por qué diría que es autor de teatro?
-He conseguido reunir un grupo de gente que me sigue, un público que va a mis obras y que me quiere. He conseguido que me quieran. Soy como Ronaldo [ríe]. Y yo escribo para darles mi cariño.

-¿Qué invierno le espera?
-He estrenado con Olvido Producciones Diez euros la copa, una obra minimalista, de relaciones íntimas. Luego, Los conserjes... Y he terminado Los jamones de Stalin, en la que hago un repaso de uno de los temas que, quizá por la cobardía o la costumbre de los intelectuales españoles, no ha sido tratado. Y es que el comunismo merece hablar seriamente de todo el daño que ha hecho sobre la tierra.

-Atacar a la izquierda ¿tiene su precio?
-Le confieso que lo único bueno de tener 70 años es que todo lo que digan de mí me importa un pito.