Alberto, dueño de El As de las Carnes

Alberto, dueño de El As de las Carnes Alfredo Montes YouTube

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Alberto, dueño de una carnicería en Madrid: "El primer año facturé 137.000 €, el cuarto llegué a un millón"

El protagonista de esta historia empezó a trabajar con 15 años. Con 33 montó su negocio y, tras un camino de penurias, en solo 4 años ha llegado a facturar más de un millón de euros.

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Alberto Salto tenía solo 15 años cuando cogió su primer cuchillo. No fue por vocación, sino por necesidad. "A mi madre le costaba darme 2 euros para el desayuno en el instituto", recuerda sin dramatismos.

Hoy, a sus 33 años, es el fundador de El As de las Carnes, un proyecto que ha revolucionado el concepto tradicional de carnicería en España y que factura cifras que él mismo no imaginaba cuando lloraba al volver a casa tras jornadas en las que las ventas apenas alcanzaban los 100 euros.

Pionero en usar redes sociales para vender carne desde 2014, creó un modelo de negocio vertical que abarca desde la ganadería (Prado Alegre) hasta la venta final, pasando por su propia industria cárnica.

Una historia que inspira

Su historia la conocimos hace un par de años en el canal de YouTube de Alfredo Montes y es la de alguien que ha sabido convertir la adversidad en combustible, la de alguien que ha caído y se ha levantado todas las veces que la vida lo ha puesto en esa tesitura.

Alberto Salto

Empezó a trabajar en la pollería de su hermano mayor, ganando 10 euros por tarde. "Iba los lunes, miércoles y viernes, y los sábados me daba 20 euros", explica.

El oficio se le dio bien hasta el punto de que a los 18 años dio el salto más arriesgado de su vida. "Pedí dos préstamos, monté una tienda y me independicé". Era 2007. Un año después llegó la crisis financiera que arrasó España. "En febrero de 2008 tuve que cerrar, me quedé con una deuda bastante grande", recuerda.

Obligado por este primer fracaso, no tuvo más remedio que replantearse su camino. Durante años trabajó para otros, primero como pollero, después como carnicero. "En mi oficio nunca falta trabajo, pero por aquella época era complicado", reconoce.

Fue entonces cuando decidió cambiar el pollo por la carne roja. La carne le atraía, aunque suponía empezar de cero y rebajar su sueldo. Pero no tenía alternativa.

El progreso fue rápido. Su talento y dedicación lo llevaron a ser encargado en Morata de Tajuña y después en Colmenar de Oreja. Pero el joven Alberto no se conformaba con trabajar para otros.

La deuda de su juventud lo perseguía y necesitaba saldarla antes de volver a emprender. "Volví a casa de mi madre durante un año para pagar todas las deudas", cuenta. Fue un sacrificio duro, pero necesario para conseguir financiación bancaria.

Un nuevo comienzo

En 2016 llegó la oportunidad. Un antiguo jefe le ofreció una carnicería en San Fernando de Henares por 18.000 euros. La tienda apenas facturaba 8.000 euros mensuales, una cifra ruinosa. Pero Salto vio potencial.

Lo que vino después fue una combinación de trabajo brutal, innovación y una visión clara de lo que quería construir. Salto tenía ideas poco convencionales para el sector. La primera gran apuesta: transparencia absoluta.

"Lo más importante es la transparencia", afirma convencido. "Cuando te enseñan el oficio de carnicero, te enseñan antes los truquitos de cómo sacar más dinero, cómo engañar a cada cliente. La competición entre compañeros dentro de una carnicería es a ver quién engaña a más clientes".

Esa filosofía lo llevó a tomar decisiones que sus colegas consideraban excéntricas. "Yo no utilizo mandil porque cuando llevas mandil eres más guarro, inconscientemente. Te lavas menos las manos, te preocupas menos de mancharte".

Tampoco usa guantes, algo que le ha valido críticas en redes sociales, pero que defiende por razones de higiene: "Cuando tú te manchas las manos, inconscientemente te las lavas. Con guantes, tocas una cosa, tocas otra, porque no sientes la mano sucia".

Las redes sociales

La segunda gran apuesta fue aprovechar las redes sociales. En 2014, cuando Instagram era considerado "cosa de niños", Alberto ya estaba subiendo contenido en Facebook.

"Vi a un tío que vendía chuletones por Facebook. Yo dije: ¿estás loco?". Pero decidió probarlo. Los resultados fueron inmediatos. "En dos o tres meses empezaba a venir la gente de todos los pueblos de alrededor".

Cuando llegó a San Fernando, replicó la estrategia con El As de las Carnes, un nombre que tiene un significado especial para él, pues son sus iniciales, Alberto Salto, combinadas con la simbología del trébol de cuatro hojas del libro 'La Buena Suerte', que su madre le regaló a los 18 años.

Pero el verdadero boom llegó con los cachopos. Una palabra en el rótulo exterior de la tienda desató una demanda inesperada.

Alberto se atrevió con rellenos poco habituales: morcilla con manzana, queso de cabra con cebolla caramelizada, paté con mermelada. "Hacíamos 600, 700 cachopos a la semana. El récord es 1200 en un día", recuerda. Las jornadas empezaban a las tres de la mañana.

La crisis tras la pandemia

El crecimiento parecía imparable. Abrió una segunda tienda en Rivas, después una tercera en el barrio madrileño de Chamberí. Pero la pandemia lo cambió todo. La tienda de Chamberí, en la que había invertido 50.000 euros, tuvo que cerrar a los 50 días. "El último viernes que abrimos se vendieron 300 euros. En la tienda de San Fernando vendimos 9.000 y pico".

La crisis sanitaria trajo un efecto inesperado y devastador. Las industrias cárnicas empezaron a vender directamente al consumidor final. "Mi proveedor empezó a vender el mismo chuletón 1,50€ más barato que yo", explica. La situación se volvió insostenible.

Su respuesta fue radical. "Decidimos dejar de comprar a proveedores y empezar a comprar directamente en mataderos". Alberto y su socio Cristian, su mejor amigo al que había vendido la mitad de la empresa, se convirtieron en industria. Alquilaron una nave, empezaron a comprar canales enteras, a madurar la carne.

Crearon el "movimiento AS", un proyecto para ayudar a otras carnicerías a comprar al mismo precio. Fue un intento noble que acabó en fracaso económico. "Hemos estado un año y medio perdiendo todos los meses entre 10 y 20 mil euros", reconoce.

La salvación

La guerra de Ucrania, la inflación y una plantilla sobredimensionada agravaron la situación. Alberto se vio obligado a tomar decisiones dolorosas para mantenerse a flote.

En un año tuvo que despedir a más de la mitad de la plantilla, pero consiguió aumentar la facturación en un 50 %. La lección fue dura pero clara: no se puede salvar a todo el mundo si eso implica hundirse uno mismo.

La salvación llegó con Prado Alegre, una ganadería con la que se asoció para controlar el ciclo completo, desde la cría del animal hasta la venta final.

"Tenemos todo el proceso controlado. Sabemos dónde nace, qué come, dónde se cría, cómo se cría, dónde se sacrifica". Ese control total le permite ofrecer calidad superior a precios competitivos.

La fórmula del éxito

Alberto lleva tatuada en el brazo la fórmula que considera clave de su éxito: V = (C + H) x A. "Tu valor personal es igual a la suma de tus conocimientos y habilidades, multiplicados por la actitud".

Es una fórmula del empresario Víctor Küppers que él ha hecho suya. "Lo importante es la actitud. Cuando tienes una actitud de menos 10, porque estás amargado, da igual que tengas conocimientos. El resultado es negativo".

Con esta filosofía, del chaval que lloraba en su coche tras vender solo 100 euros al empresario que factura más de un millón de euros anuales, Alberto ha recorrido un camino de caídas y resurrecciones.

"Yo me iba muchos días con una venta de 100 euros llorando a mi casa, llorando literalmente. El primer año facturé 137.000 euros. El cuarto año facturé un millón". Las cifras hablan, pero lo que realmente define a Alberto Salto no son los números, sino su capacidad de levantarse cada vez que cae.

"La clave es decidir tener alegría. Decidir vivir con alegría. Y eso lo decides cada mañana que te levantas", sentencia. Es una filosofía simple, casi ingenua, pero que en su caso ha demostrado ser efectiva.