Martí Mascaró sosteniendo un panal.

Martí Mascaró sosteniendo un panal.

Reportajes gastronómicos

Martí Mascaró, uno de los últimos guardianes de la miel de Mallorca: "Es un riesgo que te llena"

Con 14 medallas de oro, Mel Caramel es el premiado resultado del trabajo de este mallorquín que apuesta por la apicultura respetuosa y artesana.

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Son poco más de las 9 de la mañana cuando Martí Mascaró se acerca decidido a una de las colmenas y saca uno de los panales repleto de abejas ocupadas fabricando miel. Lo hace sin guantes, pero también sin miedo.

Ya está acostumbrado a las picaduras."Es un riesgo que me llena", argumenta con orgullo mientras estos insectos recorren su mano. Se han convertido en una parte de su trabajo, uno que corre más peligro del que le causan las abejas.

"Cuando me pican duermo muy bien. El veneno tiene muchas propiedades, antiinflamatorias, antidepresivas" asegura este hombre de muchas inquietudes y lleno de sorpresas.

Martí Mascaró trabajando en una de sus colmenas.

Martí Mascaró trabajando en una de sus colmenas.

Así es como arranca la visita que conduce en el apicuario de Son Bunyola, uno de los 24 que resisten en Mallorca, en la finca donde se encuentra este hotel de cinco estrellas del grupo Virgin a los pies de la Tramuntana y que ofrece experiencias como la de conocer a estas pequeñas obreras que jamás descansan.

Mascaró es uno de los últimos seis apicultores que quedan en la isla y se niega a rendirse ante la prisa. Desde su pequeña empresa, Mel Caramel, este artesano de la miel preserva un legado ecológico, una forma de entender la isla desde el zumbido invisible de sus abejas.

Uno de los paisajes que captura en tarros de cristal con miel.

Uno de los paisajes que captura en tarros de cristal con miel.

Los apiarios de Mel Caramel se encuentran repartidos por parajes naturales de la isla, alejados de herbicidas y plaguicidas, en un equilibrio que roza lo poético. Las colmenas, instaladas entre lentiscos, romeros y almendros, aprovechan la elevada diversidad de flora melífera que caracteriza a Mallorca.

De esas flores nace una miel con matices únicos. Dorada, con reflejos ambarinos y un perfume que recuerda al tomillo, la lavanda y la sal, es una de las mejores que se pueden probar en el Mediterráneo.

El milagro de un kilo de miel

La producción, sin embargo, es tan valiosa como limitada. Las lluvias irregulares y los veranos cada vez más secos marcan los ritmos de la colmena. En años favorables, apenas se recogen unos pocos decenas de kilos por temporada, fruto de una recolección artesanal donde prima la calidad sobre la cantidad.

“En Mallorca puede llover hoy y no ver otra gota hasta dentro de tres meses”, explica el apicultor sobre uno de los problemas que pone en riesgo la supervivencia de las abejas. "Si no llueve demasiado las plantas pueden crecer, pero lo hacen sin néctar, porque las raíces están secas".

Martí Mascaró, uno de los seis últimos apicultores de Mallorca.

Martí Mascaró, uno de los seis últimos apicultores de Mallorca.

Además de la falta de lluvia, que es evidente en la isla "a finales de agosto solíamos tener tormentas de verano, que han desaparecido", otro problema al que se enfrentan, "más allá de los incendios", es a la avispa asiática.

"El año pasado encontramos 20 nidos y probablemente este también. De momento las autoridades se hacen cargo del problema, en un futuro no lo sé. Es muy difícil deshacerse de ella, las abejas se asustan y acobardan y prefieren morirse de hambre dentro de la colmena que salir y ser atrapadas" explica Mascaró.

De las colmenas de Son Bunyola cada primavera obtienen alrededor de 60 kg a partir de unas 720.000 abejas de la especie autóctona Apis Mellifera Iberiensis, 60.000 por colmena. No es su producción más abundante, "el paisaje es muy bonito para los humanos, pero algo seco para las abejas".

Martí Mascaró sacando un panal de una de las colmenas de Son Bunyola.

Martí Mascaró sacando un panal de una de las colmenas de Son Bunyola.

"La finca no es mía, pero los apiarios sí. Ellos me dejan tener las abejas y yo les cedo parte de la producción" explica Mascaró, que también trabaja con fincas públicas, aunque no se quedan con su miel, con la polinización de la flora del lugar les es suficiente.

"Al principio yo buscaba terrenos, pero ahora me llaman. Aunque ha llegado el momento que salga lo que salga, no quiero trabajar más. El tiempo libre también es importante" cuenta Mascaró, que estudió empresariales pero "tuve un momento de crisis y me largué".

La magnitud del esfuerzo de las abejas es inmensurable. Para producir un solo kilo de miel, las obreras deben visitar cuatro millones de flores y recorrer 150.000 kilómetros. "Trabajan 24 horas al día, no duermen"

Un trabajo coral que se divide entre las guardianas que defienden el panal hasta las obreras que “se besan” para intercambiar el néctar, ese “vómito dorado” que más tarde se transformará en miel gracias al calor del enjambre.

En cada colmena reside una oligarquía perfecta donde una única abeja madre, la reina, que en primavera puede poner hasta 2.000 huevos al día creando un sólido regimiento que asegura la continuidad del enjambre. "Si ella muere, el resto de la colmena muere".

Las abejas de Son Bunyola a pleno rendimiento.

Las abejas de Son Bunyola a pleno rendimiento.

Con su producción de miel Mascaró protege un ecosistema. Sus colmenas contribuyen a la polinización de los cultivos de la Serra de Tramuntana, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En fincas como Son Bunyola, sus abejas ayudan a regenerar la vegetación autóctona.

“La apicultura me ha permitido recorrer la Mallorca auténtica: la de las posesiones señoriales, la de los campos abandonados y la de una biodiversidad que aún resiste”, explica Mascaró.

Esa conexión con la tierra se refleja también en su filosofía de trabajo. Mascaró sigue el Reglamento (UE) 2018/848 sobre producción ecológica, pero insiste en que, para él, no es solo una norma: es una forma de vida. En Mel Caramel, cada paso —desde la ubicación de los apiarios hasta la extracción del panal— se rige por el respeto al entorno y al bienestar de las abejas.

El catálogo de Mel Caramel

El resultado son mieles ecológicas de edición limitada, premiadas por su pureza y sus matices organolépticos. En 2018 ganó el premio de Mejor miel ecológica de Europa. No hay dos cosechas iguales: el clima, la floración y la ubicación de las colmenas moldean el sabor de cada temporada.

Panal y miel de Mel Caramel.

Panal y miel de Mel Caramel.

Su catálogo se extiende hasta 24 diferentes tipos de miel, de distintas variedades de flores y mezclas como la de cardo que obtiene en Campanet o el sabrosísimo mielato de algarrobo que se obtiene cuando las abejas no extraen el polen de la flor, sino de la fruta: "tiene más propiedades, pero la cantidad producida es menor".

Durante la cata también triunfa la de la finca de Moset, cerca de Lluc, delicada con un intenso sabor al final donde predomina el naranja, o la finca Ariant, en Pollença, desde donde se ven unos amaneceres de película.

Todas ellas se presentan en tarros de cristal con tapa de madera -"yo fui el primero en ponerlas, pero ahora hay alguna más", así como toda la imagen y detalle que acompaña al proyecto que dirige Mascaró, que "en el pasado tenía apoyo, pero soy más feliz solo".

Martí Mascaró con sus mieles de Mel Caramel.

Martí Mascaró con sus mieles de Mel Caramel.

Mel Caramel se ha convertido en un símbolo de resistencia artesanal frente a la homogeneización del mercado. En cada frasco se encierra una historia de resiliencia, una postal líquida de Mallorca.

En el hotel Son Bunyula no la vende, pero sí que se puede probar en sus desayunos. Además, esta apuesta por la calidad, la sostenibilidad y la emoción sensorial, ha hecho las delicias de algún que otro chef en la isla.

Al frente de Dins, ubicado en el corazón de Palma, Santi Taura recurre a su miel como el mejor edulcorante, no muy lejos de este, en el hotel San Francesc también se puede probar. Así como en la cocina del chef Víctor García, desde su restaurante La Fortaleza, en el hotel Cap Rocat.

Apiturismo en Mallorca

Tras un paseo por el campo, todo se idealiza pero, ¿se puede trabajar de esto? "Es cuestión de pasión, no importa si te llaman los amigos, el campo no entiende de horarios" cuenta, tras 40 años dedicándose a esto, a pesar del escepticismo inicial de sus padres.

"Es un trabajo muy bonito, pero arriesgado", explica Mascaró que ha tenido que ampliar el negocio con el turismo apícola, "para tener un poco más de seguridad económica".

Más allá de la visita de la que se puede formar parte si tienes la suerte en alojarte en el hotel Son Bunyola, propiedad de Sir Richard Branson, no se le podrá encontrar: "Como hago dos a la semana aquí y tengo 24 apiarios, no me da la vida".