Los mexicanos tienen razón: si hay muerte es porque hubo vida, así que ¿por qué enfocarse en la amargura de la ausencia que deja quien fallece en vez de rememorar la vida que compartisteis juntos?

Siempre que llega el Día de Todos los Santos pienso en la mirada de los mexicanos al celebrar el Día de Muertos. Cuando veo los altares preciosos que montan con flores y ofrendas de la comida y la bebida favorita del difunto, caigo en la cuenta del poder que tiene la gastronomía para acercarte a aquello que añoras.

Pan de muerto. Foto cedida por Restaurante Iztac

Pan de muerto. Foto cedida por Restaurante Iztac

En las imágenes de esos altares, además de flores y fotos de los honrados, nunca faltan unos panecillos con azúcar espolvoreada. Es el tradicional pan de muerto. Un dulce sin relleno, de sabor muy similar a nuestro roscón de reyes, que se come únicamente cuando se acerca el Día de Muertos. Este dulce es puro emblema para los mexicanos.

Hace unos días, charlé con Jorge Vázquez, propietario del restaurante mexicano Iztac (Madrid). Vázquez es un defensor absoluto de la cocina y producto mexicano y, por esto, va a celebrar el Día de Muertos con tres fuera de carta, uno de ellos, el pan de muerto con chocolate de metate.

Le pregunté a Vázquez por la tradición del pan de muerto y qué significa la cruz de masa que lleva como adorno el pan. “Los aztecas lo comían con masa de maíz y pulque, que es una bebida del maguey”, me contó el cocinero mexicano. “Las clarisas cambiaron la receta por la receta del roscón y esa cruz con la que se adorna el pan de muerto simboliza unos huesitos. Este dulce es una mimetización de las deidades locales de los indígenas con las nuevas tradiciones religiosas cristianas”.

Otra cosa que me llamó la atención fue que no sirven el chocolate tan espeso como estamos acostumbrados en España y que, además, tiene espumita porque casi te lo escancian. El sabor de este chocolate es especiado, “lleva piloncillo (en España le llamamos panela) y canela”, me dice Jorge Vázquez.

Mientras Jorge me contaba todo esto, mojábamos pan de muerto en chocolate. Para mí era un sabor nuevo, algo que sólo me recordaba de lejos a algo conocido, roscón de reyes. En él había emoción. La que le estaba produciendo cada bocado, una conexión que, supongo, estaba haciendo con momentos de su México y sus Días de Muerto rodeado de seres queridos.

Le pregunté si dejará ese dulce siempre en carta. “Ni hablar”, me dijo. Entonces entendí la tontada de mi pregunta. Sólo quien ve ese dulce desde la glotonería y no desde su significado lo quiere todo el año. Yo tampoco quiero comer roscón de reyes en abril.