Soy bastante reacia a comer torrijas fuera de casa. Me refiero a comerlas en restaurantes o comprarlas hechas. A pagar por una torrija, vaya. No porque sea de la cofradía del puño cerrao, —aunque 3 € por una torrija me parece un poco atraquito, todo sea dicho—, sino porque me da pereza agotar el comodín del capricho en algo que puedo hacer en casa tan bueno o mejor que lo que voy a comprar.

Con las torrijas pasa como con la tortilla. La receta no varía mucho de un sitio a otro, pero en el resultado puede haber un abismo según quién las haga. Así que otra razón por la que no me gusta pedir torrijas en los restaurantes es porque si es demasiado seca, o empapada, o tiene mucha canela, o le meten alguna fantasía con la que no cuento, me cabreo. Me cabreo conmigo por no haber elegido otro dulce y estar metiéndole calorías al cuerpo en algo que ni fu ni fa y que en mi casa está más rico. En cambio, qué cosas, sí que me pido tortilla fuera de casa.

Volviendo a las torrijas, me sorprende especialmente que se vendan ya hechas para comerlas en casa, básicamente porque ni es difícil prepararlas, ni tienen ingredientes raros, ni caros, ni tardas mucho y no es frecuente que te salgan mal. De hecho, siempre que las veo a la venta, pienso que si se me hubiese ocurrido a mí vender torrijas, yo misma me hubiese boicoteado la idea: “¿Quién va a querer comprar una cosa tan sencilla y tan barata de hacer? Nada, dedícate a otra cosa. Haz magdalenas”.

Si todo el mundo fuese como yo, tampoco hubiese existido La Casa de las Torrijas en Madrid. Esta taberna fundada en 1907, antes de tener este nombre se llamó “Los Ancianos” y más tarde “As de los vinos”. El caso es que, aunque esta casa preciosa no es exclusiva de este dulce, la gente va, sobre todo, por sus míticas torrijas. Y mira que me sigue costando la idea de que alguien ponga una taberna destacando precisamente eso, las torrijas. Y no por ningún doble sentido.

Si le preguntas a cualquiera qué le sugieren las torrijas (las que te comes, no las que te agarras), casi todo el mundo coincide en que son Semana Santa y la casa de mamá. Pero esto no siempre es así: en el País Vasco, por ejemplo, se llaman tostadas de carnaval porque se toman, precisamente, en carnaval. Y cada vez en más sitios están en la carta de postres todo el año.

Lo de relacionar las torrijas con las madres, en cambio, viene de más lejos, aunque no por la misma razón que hoy. Durante muchos siglos, las torrijas eran el alimento que tomaban las mujeres que acababan de dar a luz para recuperarse en el postparto, especialmente cuando el alumbramiento había sido difícil.

Se hacía así porque el pan, la leche, la miel (o el azúcar) son alimentos energéticos y de digestión ligera, así que se pensaba que además de ser ideales para recuperarse, favorecían la subida de leche.

Como este dulce estaba ligado a los nacimientos y no a la muerte de Cristo, hay villancicos donde se hace alusión a las torrejas, que es como se llamaban las torrijas hasta el s.XVI.  

En cantares nuevos / gocen sus orejas, / miel y muchos huevos / para hacer torrejas: / aunque sin dolor / parió al Redentor.

Juan del Enzina. Cancionero (1496) —Cantar pastoril de Navidad—

De hecho, por este motivo, en algunos lugares se llaman torradas de parida (algunas zonas de Galicia), sopes de partera (Menorca), fatias de parida en Portugal, donde se toman en Navidad, y en el recetario sefardí aparecen como revanadas de parida, lo que indica que lo de atribuirles propiedades para el postparto viene de mucho antes de 1492.

Pero volvamos a 2021. Las torrijas, emblema nuestro de la Semana Santa, ya están aquí. En las panaderías anuncian que hay pan de torrijas, y torrijas ya hechas. Todos los bares tienen sus vitrinas con torrijas. Instagram ha cambiado el aguacate por las torrijas y, aunque no te gusten las torrijas, acabas haciendo torrijas, comiendo torrijas, o metiéndole un táper en el bolsillo a tu vecina porque ya no te cabe una torrija más ni en tu casa ni en ese cuerpo serrano que tienes.  

Y ésta es mi penitencia particular de cada Semana Santa: las torrijas. Estoy deseando que resucite Jesucristo para no volver a oír hablar de torrijas hasta el año que viene. Así que no, no me ofrezcas una torrija de postre en el mes de junio, te lo pido por favor.