
Paco Morgado, en camino con su rebaño de ovejas.
Paco Morgado, uno de los últimos pastores trashumantes: "Hago 1.200 kilómetros todos los años. Esto no lo valora nadie"
España es de los pocos países del mundo donde se sigue trashumando. Este pastor extremeño preserva este oficio en peligro de extinción, rumbo al norte con sus 1.450 ovejas.
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Son las 10:30 h de la mañana y Paco Morgado responde al teléfono: "acabamos de cruzar el Puerto del Pico". Él es uno de los últimos pastores ganaderos que, con sus ovejas, preservan el territorio y un oficio en riesgo de desaparecer como es la trashumancia en España.
Cuando el calor empieza a apretar en la dehesa extremeña y los campos comienzan a agostarse, Morgado carga sus mochilas, prepara a sus perros y su rebaño de ovejas merinas, y se lanza, una vez más, al camino. Pero no solo camina por él, "camina por todos nosotros".
A sus 64 años, este pastor de Trujillo (Cáceres) representa mucho más que una figura entrañable del paisaje rural: es uno de los últimos guardianes vivos de la trashumancia, una tradición milenaria que conecta historia, gastronomía, sostenibilidad y cultura.

Paco Morgado, más de 25 años practicando la trashumancia.
"Hago 1.200 kilómetros todos los años. En otoño vuelvo a bajar a mi pueblo. Tengo alquilado un terreno con una casa, una cama y mi cocina de butano y ahí estoy pastoreando durante dos meses y medio" cuenta el extremeño.
Durante unos 40 días, recorrerá aproximadamente 600 kilómetros hasta Picos de Europa a pie por la Cañada Leonesa Occidental, atravesando tierras de Toledo, Ávila, Valladolid y León.
Una vida al paso del rebaño
Paco es la quinta generación de pastores trashumantes de su familia. Con 18 años ya cargaba con responsabilidades que muchos no asumirían ni en la madurez. Desde 1994 tiene su propio rebaño y ha hecho esta ruta a pie más de 25 veces.
Este año no será la excepción: partió el 22 de mayo desde los Llanos de Cáceres y la Sierra de Fuentes, guiando a sus 1.450 ovejas por veredas históricas que atraviesan media España, hacia los puertos de montaña en los Picos de Europa, donde pasarán el verano.
Lo hace acompañado por ocho perros mastines, tres carros, y un puñado de personas que buscan sumergirse en la experiencia única de vivir —y trabajar— como trashumantes.
"Vienen dos chavales, una enfermera de 34 años que ha pedido excedencia y va encantada. Yo pago la comida y el transporte y les doy un dinerillo".

Los voluntarios que acompañan a Paco y el rebaño en su travesía.
"Nos estamos levantando a las 06:30 h. Desayunamos café, con leche o Cola Cao, con lo que haya por ahí. A las 07:30 h estamos andando hasta las 12:30 h, dependiendo del calor que haga" relata sobre sus jornadas.
"Hacemos comida, a las 16:30 h recogemos las cosas y entre las 20:30 y 21:00 paramos, hacemos un corral de malla eléctrica para las ovejas, que es muy rápida" cuenta Morgado, que duerme a "la intemperie. Donde nos pille, hay que dormir al lado del ganado"
Trashumancia: gastronomía que camina
Las ovejas merinas no solo producen una de las mejores lanas del mundo, sino también carne de calidad —como la del cordero lechal o pascual—, cuyo sabor y textura están directamente influenciados por la alimentación natural, el ejercicio constante y la biodiversidad que encuentran en su travesía.
Este tipo de ganadería extensiva, hoy apoyada por organizaciones como INTEROVIC, es un modelo resiliente de producción alimentaria: natural, sostenible, respetuoso con el medioambiente y con beneficios reales para el ecosistema.
El paso del rebaño fertiliza la tierra, dispersa semillas, previene incendios al consumir vegetación seca y, sobre todo, mantiene viva la economía y la cultura rural. Sin embargo, el panorama actual es desolador.
"Ha cambiado muchísimo de como yo lo veía a como está ahora. Antes veníamos 20 rebaños como este mío, manteniendo las cañadas limpias, ahora se van ensuciando de maleza. Están sirviendo para echar basura de los pueblos. Esto nadie lo valora. El pastoreo es fundamental".
"En España quedan alrededor de 500 cañadas trashumantes que cubren unos 125.000 kilómetros, las principales se mantienen en Andaluciía", explica el presidente de la Asociación nacional de ganaderos y ganaderos en extensivo, Felipe Molina.

Un rebaño de ovejas atravesando Córdoba.
Él es la 6ª generación de una familia de ganaderos, además de biólogo, que practica la trashumancia en Córdoba. "Pasamos por la Mezquita y por el Arco de triunfo, hasta la campiña cordobesa", comparte Felipe recayendo en la importancia de la ganadera extensiva y sus productos, "porque si no hay consumo no hay oficio"
También lamenta el descenso de rebaños en su zona, campando a sus anchas por parques de la ciudad: "Antes había 50, ahora solo quedan cuatro", comparte este ganadero trashumante, de los pocos que van quedando y si es "a pie, como hace Paco, es muy poca gente".

Felipe Molina con su rebaño.
Revertir la situación, dice, está en manos del Gobierno. "Si dieran una buena ayuda a gente joven que se incorporara antes de que los que somos mayores no podamos ayudarlos" expone; también "ayudaría si hubiera una pequeña subvención para los gastos del camino”.
"Por la trashumancia no tengo ningún beneficio. Cobro la paga de la Comunidad Europea como todos los ganaderos. Los corderos han estado muy bien de precio y hemos ganado bien.
Ha sido un año bueno de agua y hemos ahorrado en pienso. Pero tengo que echar la cuenta: si subo el camión me gasto tanto dinero, si voy andando tanto" se detiene para pegar un silbido fuerte a las ovejas.
Económicamente, a veces resulta conveniente, "porque en Extremadura los años de poca comida hay que echar mucho pienso y eso es muy costoso. Llevándote las ovejas a otros sitios, están alimentadas. Te ahorras dinero en cereales, es rentable en ese sentido".
Pero sabe que la trashumancia no es para todos. Hay que amar la soledad, el silencio del campo, el compromiso diario con los animales y con uno mismo. Su sueño es ver otra vez las cañadas llenas de rebaños, como antaño, cuando viajaba junto a seis o siete más.
Tiene dos hijos ya mayores y dos nietos de siete y dos años que durante estos años de trashumancia los ha tenido que dejar solos durante mucho tiempo: “yo he hecho más o menos mi vida”.
Vienen a ayudarme los fines de semana, tenemos buena comunicación. Entienden el oficio pero no tienen la vocación".
"La parte mía ya la he hecho", dice Paco, que camina entre 12 y 14 kilómetros al día, duerme en tienda de campaña, cuida del rebaño, de los perros, se cocina, limpia, y se enfrenta a los imprevistos del camino.
Entre tanto: ovejas cojas, cañadas abandonadas, o un clima cada vez más extremo. Pero él no se queja: «Yo lo hago por pasión, porque lo he hecho siempre y no quiero que se pierda».