
La historia de los panes tradicionales de Paragauay que mantiene unidas a las familia en Semana Santa
La historia de los panes tradicionales de Paraguay que mantiene unidas a las familias en Semana Santa
La chipa es un símbolo de identidad, de resistencia cultural, y sobre todo, de unidad familiar, en el 'Corazón de América del Sur'.
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Mientras el aroma inconfundible de queso derretido y almidón de yuca se escapa entre las callejuelas de la Chacarita, un barrio humilde a orillas del río Paraguay, el calor del horno de barro —el tradicional tatakua— no solo cuece panes: cuece memorias, afectos y una cultura viva que se resiste al paso del tiempo.
En Paraguay, Semana Santa no se concibe sin chipa. Este pan semicírculo, firme por fuera y suave por dentro, trasciende lo culinario. Es símbolo de identidad, de resistencia cultural, y sobre todo, de unidad familiar. Cada año, especialmente desde el Martes Santo, cientos de familias se reúnen en torno a la mesa de la cocina para una liturgia que no está escrita en los evangelios, pero que se vive con la misma devoción: el chipa apo, que en guaraní significa “hacer chipa”.
Este año, el mirador de Punta Karapá, en el corazón de la Chacarita, es escenario de una producción comunitaria que da forma a 1.000 chipas de distintas variedades. En el evento, que ya es una cita ineludible para los vecinos, se amasaron 700 chipas tradicionales —las más conocidas, hechas de almidón de mandioca y harina de maíz—, 150 chipas kandoi con miel y maní, y otras 150 arapaho, una variedad pensada para durar más allá del Domingo de Resurrección.
“La chipa es el pan nuestro de cada día”, afirma Clemente Cáceres, promotor cultural de la Municipalidad de Asunción y uno de los organizadores de la actividad, en una entrevista con EFE. Su voz se mezcla con el crepitar de la leña y el murmullo de niños corriendo con chipas aún tibias en la mano. Para él, y para muchos, este pan representa una fusión de culturas: el saber ancestral guaraní y los aportes coloniales, como el queso, la leche y los huevos, que enriquecieron la receta.
Pero la chipa es mucho más que una receta. Es el acto mismo de hacerla, de compartir la masa, de ver cómo abuelas enseñan a nietos el secreto del punto justo. “Lo hacemos juntos, es como una comida comunitaria”, dice Marcela Bacigalupo, directora general de Cultura y Turismo de la Municipalidad. “No es solamente comerla, es el prepararla en familia”.

Chipas a punto de pasar por el horno.
En Punta Karapá, un horno comunitario de barro —erigido hace más de una década— se convierte en templo. Allí, cada Semana Santa, se hornean las chipas que se reparten entre las familias, manteniendo viva una tradición que ha sobrevivido al olvido, al ruido de la ciudad y a los cambios de generación.
La chipa, en sus más de 20 formas y sabores, es más que un pan. Es un lazo familiar, una herencia viva. En un mundo que corre, donde el tiempo parece escaso, Paraguay detiene sus días santos para celebrar en torno al fuego y la harina, y recordar que hay cosas que solo se conservan cuando se comparten.
Porque en Paraguay, la chipa no solo se come. Se vive.