
Dos y pingada, plato zamorano infalible para la Semana Santa.
El plato típico de Zamora en Semana Santa: con proteínas y listo en cinco minutos
'Dos y pingada' es un plato típico del Domingo de Resurrección y emblema de la recuperación tras la penitencia (gastronómica).
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En las tierras recias de Castilla y León, donde la tradición se hila con el calendario litúrgico, la gastronomía ha sido siempre algo más que alimento: es rito, es memoria, es identidad. Y en ese tapiz de sabores que marcan el tránsito de la abstinencia cuaresmal al júbilo pascual, pocos platos resumen con tanta contundencia y sencillez este cambio como el humilde y venerado ‘Dos y pingada’.
El resurgir del cuerpo y del alma
No hay gloria sin sacrificio, ni celebración sin contraste. Durante la Cuaresma, las mesas castellanas se llenan de platos humildes como el potaje de vigilia —garbanzos, espinacas, bacalao y huevo cocido—, símbolo de la penitencia y la contención. Pero basta que se rompa el silencio del Sábado Santo para que, al amanecer del Domingo de Resurrección, irrumpa con energía este plato que es casi un manifiesto de vida: dos huevos fritos, dos lonchas de magro de cerdo pasadas por la sartén y una rebanada generosa de pan. Simple, rápido, poderoso.
Originario de Zamora, el ‘Dos y pingada’ fue durante décadas el desayuno de los cofrades tras las procesiones de Semana Santa. Hoy, aunque conserva ese halo litúrgico, se ha convertido en una de esas joyas de la cocina de aprovechamiento, perfecta para quienes buscan proteínas de calidad en apenas cinco minutos.
No hay lugar para florituras ni fuegos de artificio en el ‘Dos y pingada’. Su esencia está en la honestidad del producto: huevos, a poder ser de corral, carne magra de cerdo (normalmente se recurre al lomo o jamón fresco) y pan del día anterior, tostado o recién cortado. Se fríen los huevos dejando la yema temblorosa, se dora el magro vuelta y vuelta, y se sirve todo en un plato que alimenta el cuerpo con casi 500 calorías y al alma con el sabor de lo auténtico.
Un bocado con historia
El nombre del plato tiene algo de humor popular y un mucho de cariño. “Dos” por los huevos, “pingada” por el trozo de magro que se fríe —pingar, en castellano antiguo, hacía referencia a chisporrotear en grasa caliente—. En origen, esta combinación funcionaba como una especie de comunión laica entre los hermanos de las cofradías zamoranas, especialmente tras el esfuerzo físico de cargar los pasos procesionales durante horas.
Con los años, la receta cruzó provincias, y en Zamora se quedó para siempre, convertida en plato típico del Domingo de Resurrección y emblema de la recuperación tras la penitencia. Hoy se encuentra incluso en bares y casas de comidas tradicionales, donde la nostalgia se sirve en plato llano y sin artificios.
Para acompañar esta bomba energética, nada mejor que la ancestral limonada castellana, mezcla de vino rebajado con agua, azúcar y cítricos —una tradición que nació, precisamente, para evitar los excesos etílicos durante la Cuaresma y que se convirtió en un refresco casi ceremonial—. Y si hay hueco para el dulce, que lo llene una torrija o unas almendras garrapiñadas, dulces con historia que aún cuentan la escasez con sabor.
El ‘Dos y pingada’ es mucho más que un desayuno o una cena exprés. Es símbolo de una transición: del recogimiento al gozo, de la espera al encuentro. Y en una época donde la cocina rápida tiende a lo artificial, este plato recuerda que la sencillez, cuando está bien hecha, puede ser sublime. Zamora lo sabe. Castilla lo celebra.
La penitencia da paso al placer
Durante las semanas previas a la Pascua, la tradición católica impone una dieta sin carnes rojas. Castilla y León respondió históricamente a esta norma con ingenio culinario: el potaje de vigilia, con bacalao, garbanzos y espinacas, o las míticas sopas de ajo, reconfortantes y austeras, son prueba de ello.

Hornazos elaborados en una pastelería de Salamanca.
Pero al sonar la campana del Domingo de Resurrección, todo cambia. Es entonces cuando entran en juego platos más contundentes, como el hornazo en Salamanca y Ávila, o este 'Dos y pingada' que, aunque más sencillo en ingredientes, tiene un significado profundo: es símbolo de regreso al placer, al cuerpo, a la celebración.