El nuevo secretario general del sindicato UGT, Josep Maria Álvarez, nacido en Asturias, ha debutado con una frase abyecta, qué le vamos a hacer. Abyecta y mentirosa: “UGT es la primera organización estatal donde la catalanofobia no funciona”. Mentira cochina, como las que van adosadas al nacionalismo.

La semana iba bien. La lectura de Montaigne la combino ahora con la biografía de Goethe escrita por Safranski y se me estaba contagiando un deseo de elevación. El jueves estuvo en Málaga el filósofo José Luis Villacañas, en el Aula de Pensamiento Político que dirige Manuel Arias Maldonado, e hizo reflexiones hondas sobre los problemas que le provoca a España el hecho de ser una “nación tardía”, como él la llama. Su documentado repaso de nuestra historia, de las angustias existenciales de nuestra historia, nos hizo comprender las pulsiones de nuestros nacionalismos periféricos. Para Villacañas no hay otro arreglo que una reforma de la Constitución que haga de España un estado federal. Nos resultó convincente.

Y entonces llegó este Álvarez a recordarnos lo que es el nacionalismo, empalmando con el espectáculo que dieron Rufián y los otros en el Congreso, y con los agasajos a Otegi. Tener nacionalismo es como tener almorranas: lo máximo que nos podemos permitir son unos días de alivio, por desdicha siempre escasos.

Lo que podrían ser reivindicaciones legítimas o aspiraciones justas, como nos mostró Villacañas, aparecen embadurnadas en falacias, de un modo tan unánime y automático que hace sospechar de la legitimidad o justicia de lo otro.

Como siempre, está el abuso, el impresentable abuso. La contumacia del chantaje. ¿Catalanofobia por qué? Si hay razones para las reivindicaciones nacionalistas, ¿por qué las razones contrarias tendrían que ser fruto del odio? ¿No conciben otro motivo para oponerse? Se trata de un intento retórico tan barato que da pistas contra sí mismo. ¿No será que las razones nacionalistas son falsas, en la medida en que han de apoyarse en esa falacia fundacional? ¿No son pseudorrazones, pues, pringadas de trampa irracional desde el principio? ¿Acaso no hay otra manera de ejercerse sino recurriendo a la mentira?

Y está también el abuso nacionalista, al que me he referido otras veces, de arrogarse el todo desde una parte, por la cara. La apropiación de la Cataluña plural por solo una porción de los catalanes, o decir “los catalanes” cuando deberían decir solo “los nacionalistas”.

En fin, con este Álvarez que se fue a Cataluña con veinte años estamos ante otro fracaso charnego: la prueba de que un catalán más nacido fuera no ha encontrado otra manera de prosperar que haciendo suyo el discurso de los que se inventaron esa palabra, charnego, para utilizarla contra él y contra los que eran como él. Otro Montilla.