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basharalassad_final2 Jon G. Balenciaga

La tribuna

El alto precio de la pesadilla siria

Este investigador de FRIDE, experto en Oriente Medio y profesor asociado en Saint Louis University de Madrid, sostiene que no hay otro remedio que incluir a Al Asad en el proceso de transición

30 octubre, 2015 10:22

El inicio de intervención militar en Siria por parte de Rusia ha desatado una avalancha de reacciones en todos los aspectos. Tanto a nivel de medios de comunicación y observadores internacionales como en el ámbito de lo diplomático y estratégico. Esta decisión tomada por los rusos es vista por parte de una mayoría de expertos como un renacimiento de la rivalidad perteneciente a la Guerra Fría.

Se considera pues, que tanto a través de Siria como de Ucrania, rusos y norteaméricanos estarían luchando por mantener – o recuperar – un liderazgo entendido como vital. Esta visión forma parte de la realidad. Pero también hay que relativizarla y leerla a la luz de otros elementos.

El apoyo ruso al régimen sirio no era un secreto para nadie. Moscú siempre ha favorecido la defensa de uno de los pocos países del mundo árabe que, además de su alianza pro-soviética, siempre ha rechazado construir acuerdos directos con EEUU. La Primavera Árabe confirmó dichas orientaciones. Rusia no quiere ni oír hablar de temas relacionados con la defensa de la democracia y los derechos humanos, ya que los ve vinculados de alguna manera con los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el Gobierno de Putin considera que la caída del régimen sirio sería una mala noticia porque el escenario siguiente llevaría a la instalación de un gobierno incondicionalmente pro-americano.

La reacción de EEUU y sus aliados tras el anuncio de Rusia respecto a una mayor participación en Siria ha sido cuanto menos sorprendente. Dicha reacción transmite la sensación de que el anuncio ruso pilló por sorpresa a norteamericanos y sus partidarios (especialmente Francia y Reino Unido), generando cierta confusión. La administración Obama juega al gato y al ratón en cuanto a una posible cooperación con Putin en materia de lucha antiterrorista: primero abre la puerta, se retracta a posteriori, y la vuelve a abrir. A ello, se añade el hecho de que sigue rechazando el mantenimiento del presidente Asad. Francia, que sigue apostando por excluirlo del poder, se ha sumado a los bombardeos que la coalición internacional está llevando a cabo en Siria, ampliando de esta manera su participación en la lucha contra el Daesh.

David Cameron, Primer Ministro británico, que siempre se opuso a la posibilidad de que Asad se quede en el poder, admitió tras el anuncio del Kremlin la opción de iniciar un proceso político que incluya al presidente sirio actual, por lo menos durante el periodo de transición. Estos cambios de retórica y posicionamiento por parte de las potencias occidentales destacan la importancia de Rusia en cuanto a la evolución del conflicto.

Ya sabemos que Rusia no centra sus políticas en la consolidación de la democracia y el respeto de los derechos humanos, pero sin embargo, debemos también preguntarnos por las intenciones occidentales respecto a Siria. Desde el inicio de la Primavera Árabe, ha prevalecido el discurso mediante el cual Asad reprimió las protestas pacíficas para permanecer en el poder. Pero resumir así los asuntos relativos a Siria resulta demasiado simplista, si bien es cierto que Asad tiene una parte importante de responsabilidad en la caótica situación. Sembró la semilla que inició la llamada revuelta siria con el uso de la fuerza y una excesiva represión contra la oposición, pero también tienen parte de culpa las interferencias externas en la política local.

Encontrar soluciones eficaces requiere tiempo, humildad y autocrítica

Tanto Rusia como Irán y el Hezbollah libanés, así como milicias iraquíes, han mostrado siempre su apoyo al régimen sirio, permitiéndole mantener zonas y posiciones estratégicas. Otros actores como EEUU, Francia, Reino Unido, Turquía, Arabia Saudí, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos e incluso Jordania, también han tomado parte, de manera directa o indirecta, en el conflicto. Se hace un análisis erróneo al identificar al Daesh como fruto exclusivo de las políticas represivas del régimen de Asad, no hay que olvidar que la aparición de grupos islamistas y radicales como El Frente al-Nusra, Jaish al-Islam o Ahrar al-Sham también son consecuencia de políticas desarrolladas por aquellos que apoyan y financian a estos movimientos.

A día de hoy, se ve claramente cómo estas formaciones también han contribuido a la fragmentación de Siria, sin que ninguna de ellas pueda constituir una opción razonable de futuro. Los medios de comunicación también tienen su parte de responsabilidad, pues tanto el Ejército Libre Sirio como la Coalición Nacional Siria, ambas víctimas de desacuerdos internos, con estructuras muy débiles y con nula capacidad de gestionar situación alguna, han surgido a raíz de la invención y la exageración mediática. 

Nadie puede sentirse ajeno a la situación que vive Siria desde hace más de cuatro años, pero encontrar soluciones eficaces requiere tiempo, humildad y autocrítica. Mientras tanto, la población civil sigue pagando a un altísimo precio las rivalidades y conflictos entre las diferentes facciones que luchan por el poder. La responsabilidad de cada uno de estos actores también incluye la de sus respectivos apoyos y proveedores, entre los cuales se encuentran países occidentales. Por otro lado, la entrada de Rusia en territorio sirio tiene objetivos claros y ya visibles. Más allá del caso del Daesh, Moscú y el Ejército sirio han incluido a los grupos islamistas en sus primeros ataques conjuntos, incluyendo aquellos que reciben apoyo por parte de los países que se oponen a Asad. El caso de Ucrania ya nos daba ciertos indicios sobre el cinismo y el maximalismo de Rusia; veremos esta misma estrategia en el caso sirio.

¿Cómo reaccionar? Las concesiones pueden venir únicamente por parte del bando occidental. Dichas licencias deben incluir, entre otros elementos, una renuncia – al menos temporal – de implantar la democracia por encima de todo. Los precedentes de Irak y Libia – así como Egipto y Yemen – son indicadores fiables en este sentido. Por desgracia, no todos los países árabes pueden pretender iniciar y conocer una experiencia tan positiva como la tunecina.

Una vez más, Occidente tiene que asumir responsabilidades que implican tomar decisiones que choquen con sus propios deseos. Siria no puede aguantar más muertes, desplazados y refugiados. El régimen de Asad deberá responder ante un tribunal por sus acciones. Mientras tanto, el mejor favor que le podemos hacer a sus ciudadanos pasa por una vuelta a la estabilidad, aunque el precio– la inclusión de Asad en el proceso de transición – parezca y sea muy alto. Como decía Henry Kissinger, "si bien es cierto que no debemos renunciar a nuestros principios, también debemos darnos cuenta que no podremos mantener nuestros principios a menos que sobrevivamos".

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