Antes de dirigirnos a una persona desconocida, no la sometemos a un test de Turing para saber si se trata de un ser inteligente. Damos por supuesto que así es y, precisamente por ello, podemos eventualmente considerarla estúpida, inmoral o de dudoso gusto estético. Hasta hace muy poco había acuerdo en que esta condición era exclusiva del ser humano.

Sin embargo, en nuestros días, una entidad que es resultado de la técnica (LaMDA de nombre) protesta ante el ingeniero que contribuyó a forjarla, considerando que este no la está tratando con el respeto que merece su condición de ser plenamente racional. Otra entidad (denominada AlphaFold2) hace previsiones de gran trascendencia científica y clínica, que humano alguno ha sido capaz de realizar.

El entusiasmo que estos hechos despiertan tiene contrapunto en una inquietud de orden social, pues personas especializadas en múltiples tareas podrían ser consideradas reemplazables.

A ello se añade una reserva científico-filosófica. Se ha objetado que AlphaFold2 guarda silencio en relación a si conoce la causa de sus prodigiosas previsiones, pues cabe recordar que la ciencia exige no solo descripción y previsión, sino también explicación (de ahí que la misteriosa acción a distancia newtoniana fuera sustituida por la teoría del campo gravitatorio).

Pero, aunque las redes neuronales explicaran lo que describen y prevén en el registro de la objetividad científica, no por ello cubrirían el espectro de nuestra inteligencia. Pues en modalidades de inteligencia como la deliberación moral, aun sopesando probables consecuencias objetivas, no se subordina el comportamiento a la legislación de la objetividad. Así, el desgarro de un confesor que, advertido de los propósitos de un déspota, juzga que ha de mantenerse fiel a su palabra, pese al mal objetivo que ello acarrea.

Si desaparece en un tiempo próximo, el hombre habría ocupado tan solo una fracción diminuta en el devenir del cosmos

Y una tercera manifestación de inteligencia. Sea la escena trágica en la que la Medea de Eurípides da muerte a sus hijos. Tratándose de un acto abyecto, la emoción que los espectadores sienten al unísono pasa sin duda por el juicio moral, pero desde luego la variable fundamental no es esta, como tampoco lo es la pericia técnica de los intérpretes.

Hay aquí una sorprendente trasmutación del juicio moral en juicio estético, que convierte al primero en mera ocasión para la emergencia del segundo. Sin duda, para ser considerada inteligente, una entidad maquinal tendría que ser susceptible de vivir esta trasmutación.

Dado lo reciente de su emergencia, en la hipótesis de su desaparición en un tiempo próximo, el hombre habría ocupado tan solo una fracción diminuta en el devenir del cosmos. ¿Fracción insignificante? Piénsese que en ella habría tenido cabida la técnica, la ciencia, la narración, la poesía, la filosofía y… el cúmulo de interrogaciones y respuestas sobre lo que tiene significativo peso y lo que es in-significante.

Y un último apunte: hemos logrado entender una fórmula matemática; disponemos de la misma con vista a su integración en otras fórmulas o a su utilización fuera del ámbito de las matemáticas; es parte de nuestro bagaje… un tiempo, solo un tiempo.

Pues, quizás cuando más la necesitamos, al abrir ese bagaje de lo que está a mano, vemos que ha desaparecido: "Esa desazón que embarga a las personas cuando no logran acordarse de algo pese a un esfuerzo de reflexión intenso", escribe al respecto Aristóteles. Pues bien, ¿hay en alguna otra entidad, artificial o viva, eco de esta fragilidad dolorosamente constitutiva de nuestra inteligencia?