Image: Paul Preston y la guerra incivil

Image: Paul Preston y la guerra incivil

Primera palabra

Paul Preston y la guerra incivil

22 abril, 2011 00:00

Javier Tusell, aquel historiador menor y picajoso, prematuramente desaparecido, deslizaba incesantes insidias contra Paul Preston. Le obsesionaban los éxitos del escritor británico. La experiencia me ha enseñado que, entre los historiadores, las diatribas alcanzan cotas de máxima agresividad. Claudio Sánchez-Albornoz y Américo Castro podrían servir de botón de muestra. Ni siquiera en la muerte se produjo el respeto entre ellos. “Américo -me escribió de su puño y letra Claudio- leyó mis declaraciones contra él en Gaceta y del berrinche se murió”.

Los ataques de Tusell contra Paul Preston me hicieron comprender la importancia del historiador británico. Empecé a leerle con creciente atención. No me había equivocado. La musculatura intelectual de Paul Preston se manifestaba en cuanto escribía. En Franco, caudillo de España y en El gran manipulador está el dictador tal y como yo creo que era. No se trata solo de un retrato histórico y político. Es una radiografía.

Después de largos, muy largos años de investigación, Paul Preston acaba de publicar El holocausto español. Es un libro manantial en el que el historiador británico afila su bisturí de investigador para exponer ante el lector las cifras reales y la significación profunda del odio y el exterminio durante la guerra incivil española y la terrible posguerra. Las purgas en Andalucía desfilan en El holocausto español. También el terror de Mola, en Navarra, León, Castilla la Vieja y Galicia. Y sobre todo la devastación de la Columna de la Muerte alentada por Francisco Franco. “Cuando el general Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926, todo un batallón de la Legión aguardaba la inspección con cabezas clavadas en las bayonetas -escribe Preston-. Durante la Guerra Civil, el terror del Ejército africano se desplegó en la Península como instrumento de un plan fríamente urdido para respaldar un futuro régimen autoritario”. Franco fue un caudillo extremadamente cruel. Frente a él, la represión en la zona republicana resultó igualmente salvaje porque las guerras son todas, sin excepción, una atrocidad.

Preston expone con frialdad lo que ocurrió en cada una de las Españas que helaron el corazón a un pueblo sobrecogido. Aporta cifras y hechos reales sin exageraciones ni adjetivaciones. La realidad de lo que ocurrió. Y, claro, no podía faltar Paracuellos, réplica de la Columna de la Muerte franquista. Con una documentación irrebatible, Preston demuestra que Santiago Carrillo conoció y participó en las matanzas, en contra de las afirmaciones del político comunista. Ya lo sabíamos. Lo que ocurre es que Carrillo ha tenido una actuación admirable durante la Transición. Ha respetado la bandera bicolor, ha trabajado por la concordia y la conciliación y lo ha hecho junto al Rey Juan Carlos, ganándose el respeto del Monarca. Por eso, somos muchos los que hemos pasado la página de Paracuellos. Sobre los errores pasados de juventud, Santiago Carrillo se ha convertido en una figura política a favor de la moderación y del equilibrio político.

No quisiera yo, por otra parte, que la anécdota Carrillo deformara el libro que tengo entre las manos. Sería lamentable reducirlo a la polémica menor que ha originado. Paul Preston ha levantado en casi mil páginas, cimentadas sobre un arsenal de datos, el más objetivo, el más incitante, el más definitivo estudio que se ha hecho sobre la represión y el extremismo que ensangrentó a España durante la guerra incivil y la posguerra atroz.

En 1936, la II República Española galopaba hacia la gran fascinación intelectual y política de la época: el comunismo soviético, es decir, la dictadura del proletariado. La clase media zarandeada se refugió en el Ejército para tratar de imponer su propia dictadura, es decir, el fascismo. La guerra incivil fue el resultado de la lucha entre dos extremismos. Si ganaba el bando republicano, se impondría la dictadura comunista; si vencía el bando nacional, tendríamos fascismo. La moderación, el 80% de la vida nacional, quedó postergada durante cuarenta años. El resultado de aquella situación extrema a la que nos condujo la II República, fue, entre otros muchos desastres, el holocausto español al que se refiere tan certeramente Paul Preston.