CENSURA. En 1975 y 1976 se estrenaron seis películas españolas que marcaron el tono cinematográfico y político del tardofranquismo y del inicio de la Transición, así como las necesidades y demandas del mercado y de la España de entonces. Fueron estas: en el primer año, Furtivos (José Luis Borau) y Pim, pam, pum… ¡fuego! (Pedro Olea); en el segundo, Canciones para después de una guerra (Basilio Martín Patino, prohibida desde 1971), Cría cuervos (Carlos Saura), Pascual Duarte (Ricardo Franco) y El desencanto (Jaime Chávarri).

Todas fueron hostigadas en su proceso de creación y difusión por los estertores de la censura, fueron en su conjunto bien acogidas por el público, la crítica y los festivales y a todas se les otorgó una cualidad de posicionamiento antifranquista superior –cosa de las restricciones a la libertad en aquellos tiempos– a la que en su literalidad podían tener.

De todas ellas destaca –y todas son sobresalientes– la potencia y vigencia de Furtivos (1975). Costó unos once millones de pesetas, recaudó unos cuatrocientos y fue vista por 3.581.914 espectadores.

BOSQUE. En el cincuenta aniversario de su estreno (Cine Amaya, 8 de septiembre de 1975) y de la Concha de Oro que obtuvo, tras superar mil acechos e incidencias, en el Festival de Cine de San Sebastián, Furtivos, en versión restaurada en 4K, ha sido homenajeada en el Festival de Málaga y lo será de nuevo en el certamen donostiarra, ha sido proyectada en Filmoteca Española y lo será otra vez este miércoles en el Ateneo de Madrid, al tiempo que está accesible en Movistar y FlixOlé.

Coescrita por Manuel Gutiérrez Aragón y Borau, Furtivos transcurre en un bosque en el que viven Martina (Lola Gaos), una despótica y ruda ventera, y su apocado hijo Ángel (Ovidi Montllor), alimañero y cazador furtivo. Cuando Ángel trae a la casa, para convivir con ella, a Milagros (Alicia Sánchez), una chica fugada de un reformatorio y de sexualidad a flor de piel, se desatan los celos y las furias saturnales de la incestuosa, devoradora y voraz Martina.

Carlos F. Heredero ha buceado en una ingente cantidad de fuentes y materiales para escribir un libro categórico y exhaustivo

Se va tejiendo así la terrible y violenta tragedia final, con la presencia recurrente del tontiloco gobernador civil de la provincia (José Luis Borau) –hermano de leche de Ángel–, que tiene en la venta el campamento de sus incursiones cinegéticas, y con la llegada de El Cuqui (Felipe Solano), un delincuente ennoviado con la muchacha.

Seca, áspera, milimétrica, cruda y sórdida, Furtivos acoge "las herencias de Buñuel y de Goya, de la Castilla sombría y fiera de Gutiérrez Solana y del tremendismo de Cela", como recuerda Carlos F. Heredero en la introducción de su categórico y exhaustivo libro Furtivos 50 años.

APABULLANTE. En 305 páginas y con decenas de fotogramas y de imágenes –muy bien elegidas y puestas en relación–, el crítico e historiador Carlos F. Heredero, experto en el director –recuérdense sus libros José Luis Borau. Teoría y práctica de un cineasta (1990) e Iceberg Borau. La voz oculta de un cineasta (2024)–, ha buceado en una ingente cantidad de fuentes y materiales, muchos inaccesibles hasta ahora, y desplegado una apabullante relación de datos, fechas, cifras, suculentas anécdotas y testimonios públicos y privados.

La primera mitad del libro –completada con un minucioso y definitivo estudio crítico y con una larga entrevista inédita con Borau–, dedicada a narrar y documentar la accidentadísima y agónica historia de la gestación y conclusión de la película, desde la idea inicial hasta las reacciones a su estreno, está escrita y se lee –siento recurrir al tópico– como un thriller o como un épico relato de aventuras y percances inauditos.

Como contexto, la paroxística agonía de la dictadura; en el centro, el retrato personal de un creador e intelectual tan notable como lleno de aristas, rincones, contradicciones y pulsiones bipolares, explosivas e incontrolables.