Image: La mujer de Rapallo

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Novela

La mujer de Rapallo

Sònia Hernández

18 febrero, 2011 01:00

Sònia Hernández. Foto: Santi Cogolludo

Alfabia. Barcelona, 2010. 259 páginas, 19 euros


En una residencia de Rapallo, ciudad cercana a Génova, se encuentra, acogida y como secuestrada, una persona que hace años renunció al mundo. Sònia Hernández (Terrassa, 1976) condensa esa mínima anécdota en el sugeridor título de su primera novela, La mujer de Rapallo. Flavia y Paolo Monzoni, nombres imaginarios que responden a un papel simbólico, viven también recluidos, voluntariamente, en una laberíntica casa española y sufren el influjo dramático que ejerce sobre ellos la mujer enclaustrada en la costa ligur. Pocos personajes más completan el censo humano de la obra y dos alcanzan un papel protagonista: Elisa, hermana de Flavia, y su hijo veinteañero Gonzalo. A pesar de tan escueto repertorio de elementos, resulta dificilísimo sintetizar la peripecia del libro. Y es que se trata de una novela de ideación digresiva a partir de un escueto meollo anecdótico. Flavia emprende la escritura de un cuaderno con el fin de constatar el comportamiento autodestructivo de Paolo. El propio Paolo accede al cuaderno y puntualiza o rectifica las observaciones vertidas sobre su personalidad. Acción casi no hay. Salidas al exterior tampoco. Un ambiente claustrofóbico sirve de marco a la presentación y desarrollo de un relato intimista hasta la asfixia donde salen a flote, antes que nada, dos mentes enfermas.

El primer objetivo de la autora se centra en la psicología de Flavia y Paolo. Con minuciosidad desnuda esas dos almas retorcidas, una desvalida y otra prepotente, y establece entre ambas un trato muy denso y complicado. Las relaciones de dependencia afloran a primer plano, mientras en un trasfondo se trenza el bucle de conflictos que define la personalidad del hombre: culpa, traición, venganza, violencia o integridad. Al tratarse de espíritus ociosos, sin más cuidado que analizarse, vuelven una y otra vez a los mismos asuntos hasta ofrecer la radiografía de unos seres agónicos. El carácter culto de la pareja, su tendencia a la especulación y el planteamiento elusivo del relato, producen un texto enigmático y espeso. La exposición en primera persona (acompañada de diálogos que la animan, aunque resultan poco convincente, pues debería aclararse cómo es posible reproducirlos al pie de la letra dentro de un diario) añade un notable efecto de veracidad confesional.

Junto a la vertiente intimista, La mujer de Rapallo aborda en paralelo una también grave reflexión sobre la esencia del arte, en especial sobre las artes plásticas, y la poesía a través de referencias a Ezra Pound. La autora plantea el carácter trascendente de la creación que, según Paolo, pintor frustrado, constituye el camino para saldar nuestras deudas con el mundo, aportando un poco de belleza.

Indagación psicológica y desiderata estética se dan la mano en una historia de amor nada corriente. Esta historia de fidelidades y enajenaciones es el factor que proporciona valor comunicativo e interés anecdótico a la exigente novela de una autora en la que hay que destacar su escritura desde una independencia absoluta respecto de los códigos dominantes en la narrativa castellana actual.