Novela

El filósofo y otros relatos sin personajes

Estrella de Diego

24 enero, 2001 01:00

Siruela. Madrid, 2000. 127 páginas, 1.950 pesetas

Si el relato breve es, como afirma Andrés Neuman, el género que mejor saber guardar un secreto, estos cuentos con los que Estrella de Diego (Madrid, 1958) ha querido probar suerte en los géneros de ficción pueden resultar algo indiscretos. Desde luego, hay muchos secretos en estos quince cuentos protagonizados por mujeres. Muchos secretos y muchas oscuras intenciones. Sus protagonistas, casi sin excepción, están obsesionados con lo que no pueden ver ni saber, y siguen al pie de la letra el dictado de unas obsesiones que a menudo les llevan mucho más lejos de donde querían llegar.

Se podría afirmar que los personajes de Estrella de Diego no piensan, no razonan, sino que sólo sienten, a veces compulsivamente, hasta la aniquilación. Tal vez en ese comportamiento de los actores se justifique el enigmático título de la colección, esos "relatos sin personajes". O con personajes sin personalidad, que viene a ser lo mismo. Un problema que termina contagiando todo el libro.

Lo mejor del volumen son los argumentos: la mujer rica que acude a un casino en busca de sorpresas, y que tantos ecos tiene de Stephan Zweig; la casada aburrida que se enamora de un mariachi el día de su aniversario de bodas, la fría psiquiatra que se deja arrastrar de la cordura a la irracionalidad en un Nueva York woodialleniano… Los cuentos de De Diego arrancan bien y están poblados por enigmáticos personajes. Ambas cosas prometen al lector un cúmulo de sorpresas que no acaban de llegar: o bien los argumentos tienen un final abrupto y descorazonador o resultan demasiado previsibles. Y ambas son manifestaciones de un mismo mal: la falta de ritmo. Hay relatos dilatados hasta el aburrimiento y los hay resueltos a empellones. Y el lector, entre esas dos cadencias, no puede hacer otra cosa que perder fuelle.

A De Diego le faltan unas pocas horas de vuelo si quiere perseverar en la ficción literaria: una buena idea no implica un buen relato. Hacen falta algunos aditamentos imprescindibles: se precisa, por ejemplo, tempo narrativo, ese pulso que hace avanzar la acción. Y también -muy importante- un lenguaje a la altura de las circunstancias. La lengua es la materia prima del escritor y conviene no descuidarla. No le hubiera venido mal a este libro una rigurosa revisión sintáctica y léxica. Sólo después de pulir todas estas aristas podrán los cuentos de De Diego guardar el secreto al que se refiere Neuman. Un secreto que el lector necesite desentrañar con urgencia: esa es la cuestión.