David González en el barrio del Coto (Gijón). Foto: Cesar Tamargo Maltrago

David González en el barrio del Coto (Gijón). Foto: Cesar Tamargo Maltrago

Letras

Muere David González, el poeta maldito que se hizo escritor en la cárcel gracias a Bukowski, a los 58 años

Condenado por un atraco a un banco cuando tenía 19 años, se convirtió en uno de los grandes exponentes del realismo sucio español

6 febrero, 2023 14:24

El escritor David González (San Andrés de los Tacones, Gijón, 1964) ha fallecido esta madrugada. El poeta maldito por excelencia —"a mucha honra", según dijo— creció en Cimadevilla, un barrio de pescadores gijonés. Sus padres lo ingresaron en un colegio de jesuitas con la intención de alejarlo de las malas compañías, pero a los 19 años participó en el atraco a mano armada de un banco. En la prisión del Coto (Gijón) y la antigua cárcel Modelo (Oviedo), "rodeado de psicópatas", la lectura de un libro de Bukowski alumbró la idea de ser poeta. Salió en 1987 y, desde entonces, escribió para "limpiarse por dentro", según él mismo confesó.

En 1993 autopublicó su primer libro, Ojo de buey, cuchillo y tijera. Gracias a un poeta que se interesó por su ópera prima, pudo publicar su segundo libro, Nebraska no sirve para nada, y Roger Wolfe, que quedó fascinado, le entrevistaría para El Mundo. En 1997 publicó en la editorial Crecida, de Ayamonte, el libro del que se sentía más satisfecho, El demonio te coma las orejas, donde relata su experiencia en la cárcel. El propio autor realizó dos revisiones en 2008 (Glayiu) y 2017 (Canalla Ediciones). 

Tras el éxito de El demonio..., abandonó la empresa del metal en la que había trabajado diez años, Ensidesa, para dedicarse a la literatura. Colaboró en revistas y dirigió la colección de poesía Zigurat del Ateneo obrero de Gijón en los 90 hasta que la mítica editorial DVD publicó en 1998 publicó Ley de vida. Más tarde, Sembrando hogueras (2001), Anda hombre, levántate de ti (2004) y Reza lo que sepas (2006) precedieron a Algo que declarar, publicado en la editorial Bartleby en 2007. Quizás fue el último momento en que las editoriales canónicas de poesía española prestaron atención a su obra, que ha sido traducida al portugués, al inglés, al alemán, al árabe y al húngaro.

[La poesía final de Bukowski: perdedores, violencia y vulgaridad]

No abandonó la escritura hasta su muerte, pero desde entonces su obra discurrió por circuitos menos influyentes. Comparado con Roger Wolfe y Karmelo C. Iribarren, principales valedores del realismo sucio en España, la poeta Isla Correyero escribió: “No puedo imaginar la última narrativa española, o la poesía joven, sin este autor ególatra, infantil y cínico que, como Jim Carroll, se quedó en los diecisiete años jugando a autodestruirse, autodestruyéndose”.

También el cantautor Nacho Vegas siempre fue afín a su escritura: “La poesía que ha ido publicando David González es cruda y tierna a un tiempo y está marcada por experiencias vitales de las que te obligan a vomitar las cosas si no quieres morir ahogado en ellas: su paso por la cárcel, la vida imposible en una ciudad deprimida y el desencanto vital”, escribió. Su compromiso no era con la literatura, sino con la realidad, vino a decir en otro momento el cantautor. Ciertamente, su actitud a lo largo de su vida estuvo marcada por una posición contra el sistema, el poder y las fuerzas de seguridad del estado.

El que en 2016 fuera juzgado por atacar con un paraguas a dos policías pasará a la historia como un autor de culto. Su poesía, desgarradoramente confesional, se ocupa de los hechos más anodinos, que fueron expresados con un lenguaje coloquial. La incorruptible línea clara que practicó, así como su arraigo en lo cotidiano, nos recuerda a la poesía de la experiencia. Él mismo aseguraba en una entrevista reciente que el poemario Blues castellano, de Antonio Gamoneda, "es el verdadero germen del realismo sucio en España".

No obstante, la filóloga Natalia Salmerón propuso para su obra la etiqueta de "Poesía de la Consciencia" en el estudio sobre su obra, Aquello que conservamos después del naufragio, un término que él aceptaba de buen grado. Admirador de Jack Kerouac, John Fante y Raymond Carver, entre otros, al propio González le gustaba decir que hacía poesía de no ficción. En todo caso, sublimó la experiencia personal hasta la enésima potencia, pues siempre estuvo en contra de la consideración de Fernando Pessoa, según la cual "el poeta es un fingidor".

[William S. Burroughs, el más sangriento de la generación 'beat']

Coherente con su personalidad, en su estilo poético destaca la renuncia a las mayúsculas y los signos de puntuación, al mismo tiempo que aislaba las conjunciones copulativas del cuerpo del poema. Desde el impacto por los atentados del 11-S, concibió la arquitectura de sus composiciones poéticas como un edificio en el que aquellas conjunciones representaban a la gente que caía de las torres gemelas. A la hora de recitar en público, su declamación fue pretendidamente agresiva y, por lo mismo, embaucadora.

A las referencias de los beats se suman las lecturas de Louise Glück, William Carlos Williams, Anne Sexton o Wisława Szymborska. Entre los españoles, confesó recientemente su predilección por libros como Hoz en la espalda, de la citada Correyero, La línea oscura, de Pedro Juan Gutiérrez, La maleta medio rota, de Julien John Higgins, Viga, de Gsús Bonilla, o Las sumas y los restos, de Ana Pérez Cañamares… A su muerte, algunos amigos han destacado que González era "un lector infatigable" y compartía con gusto sus lecturas.

Entre sus últimos libros, encontramos El amor ya no es contemporáneo. Poemas y relatos 1997-2004El lenguaje de los puños, una antología personal publicada en 2014, y el ciclo biográfico poético-narrativo titulado Los que viven conmigo, distribuido en cuatro cuadernos: Campanas de Etiopía (2015), De todo corazón (2015), Si te echan mano al cuello, encontrarán la soga (2016) y Siguiendo los pasos del hombre que se fue (2017). Hombre al agua (2020), Los equilibristas (2021) y Gentes del bronce (2021) serían sus últimas publicaciones.

En un mensaje de Facebook publicado en 2016, el poeta revelaba que después de "dos días sin dormir, uno sin comer" y "no sé cuántos gramos de speed y alcohol de todas las especies y en cantidades industriales", la vida le había "vencido". Y añadió: "Ahora voy a invertir mi tiempo y mi dinero (cuando lo tenga) en autodestruirme". Eso sí, "pasándolo lo mejor que pueda, es decir: drogas, mujeres, dobletes y tripletes y así hasta que el cuerpo ya no aguante". Hacia el final del post, deseaba que la muerte lo encontrase "lo más rápido posible".

Dos años después, el documental de de César Tamargo Álvarez centrado en su figura, Vocación de perdedor (2018), casi anunciaba un final temprano. Poco después anunció en un recital que le había diagnosticado “un tumor GIST esofágico de unos siete centímetros y medio”. El poeta maldito ha muerto esta noche, pero hace solo un año nada parecía indicar, como en 2016, que quisiera bajarse del barco. En una entrevista dijo que se encontraba experimentando con la prosa poética y, al mismo tiempo, estaba escribiendo una novela. Su último poemario, publicado en la editorial Páramo, llegó a las librerías el pasado 27 de enero, hace poco más de una semana. Lo tituló La luz de la luciérnaga