Image: Wislawa Szymborska: Yo también empecé con poemas malos

Image: Wislawa Szymborska: "Yo también empecé con poemas malos"

Letras

Wislawa Szymborska: "Yo también empecé con poemas malos"

12 marzo, 2018 01:00

Wislawa Szymborska

"Es fundamental cambiar de bolígrafo. El que usa comete muchas faltas". Con esta ironía respondía Wislawa Szymborska a los espontáneos que enviaban sus originales al "Correo literario" del semanario Zycie literackie (Vida Literaria). Nórdica Libros reúne las cartas de la nobel polaca en Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor, donde también incluye esta entrevista que la editora original del libro realizó a la escritora sobre aquella labor que realizó durante tres décadas antes de conquistar el Nobel en 1996.

Teresa Walas: ¿De quién fue la idea del «Correo» en Vida Literaria?
Wislawa Szymborska: No fue necesario inventar nada. Es una vieja tradición de las revistas literarias. Siempre ha sido necesario responder a algunos autores, sobre todo principiantes, sin escribirles cartas directamente a ellos. Por regla general, se resolvía la cuestión con un breve «no se contempla» o «recomendamos trabajar un poco más el texto». Consideramos que igual valía la pena en algunos casos justificar la decisión.

TW: ¿Nosotros? ¿Es decir, quién?
WS: Wlodzimierz Maciag y yo. Los dos nos turnábamos para llevar «Correo literario». Nuestros textos son fáciles de diferenciar. Wlodek escribía con las formas masculinas del verbo en pasado «leí», «pensé», y yo utilizaba la primera persona del plural. Como era la única mujer en el equipo, si hubiera escrito con las formas femeninas, habría sido identificada inmediatamente.

TW: Los verdugos también prefieren ser anónimos y llevan una capucha negra.
WS: Suena fuerte. Pero creo que no se trataba de ejecuciones irreversibles. El condenado podía seguir escribiendo como había venido haciéndolo hasta el momento y mandar los textos a otras revistas. O empezar a escribir de repente algo mejor y de manera diferente. Nuestros corresponsales solían ser jóvenes, y en la juventud todavía todo es posible. Incluso que uno de ellos llegara a convertirse en un verdadero escritor.

TW: ¿Y cuando tenías ante tus ojos la obra de un indefenso y tembloroso candidato a debutante, no te sentías un ser despiadado?
WS: ¿Despiadada? Yo también empecé con poemas y con relatos malos. Y sé que eso de que te echen un jarro de agua fría en la cabeza tiene efectos terapéuticos. Cuando fui realmente despiadada fue cuando alguien que decía ser maestro de escuela escribió en su carta «adición» con s.

TW: Bueno, eso es una simple cuestión de ignorancia, no una cuestión artística.
WS: En el nivel del «Correo» todavía era demasiado prematuro hablar de arte. Yo intentaba que entendieran cosas elementales, les animaba a que reflexionaran sobre el texto recién escrito, a que fueran mínimamente críticos consigo mismos. Y, lo más importante, los animaba a leer libros. Igual soy una ilusa, pero espero que algunos de ellos hayan conservado esa maravillosa costumbre toda la vida.

TW: ¿Se presentó personalmente alguno de tus corresponsales?
WS: No. Además, nadie tenía esa obligación. Los primeros textos, torpes, se suelen superar e incluso se olvida que en una ocasión se enviaron a algún lugar.

TW: ¿Siempre estabas segura de tus criterios de valoración?
WS: Siempre no, pero en los casos de grafomanía extrema, siempre.

TW: Oh, pasemos a otra cuestión. Acabas de utilizar la palabra grafomanía, una palabra que estigmatiza sin piedad. No sé si te has fijado en que en otros campos de la actividad humana, el trabajo mal hecho no comporta epítetos tan emocionalmente marcados. Chapucero, por ejemplo, tampoco es agradable, pero está muy lejos de la palabra grafómano. Un mal carpintero, un mal fontanero, un relojero inexperto viven tan tranquilos y nadie se dedica a insultarlos. Se ataca sobre todo a los creadores mediocres: un grafómano, un pintamonas, un musicastro. Y a los desafortunados amantes, porque impotente es un insulto del mismo calibre que grafómano.

WS: Solo que un grafómano en su disciplina puede hacer cosas. Puede mucho, demasiado. Por otra parte, si mal no recuerdo, no llamé a nadie grafómano en el «Correo». Intenté más bien reconducir esa sobreexcitación escritora en otras direcciones. Por ejemplo, hacia la escritura de cartas, de un diario, de pequeñas rimas para las personas del círculo más cercano.

TW: Es decir, una especie de vía de escape en el terreno de la escritura no profesional.
WS: Eso es. El problema empieza cuando el autor de una de esas rimas ocasionales, correctas, oye que sus conocidos le dicen: «Es muy bueno, tío, tienes que publicarlo en algún sitio». Como consecuencia, lo que puede ser agradable y adecuado en un cierto contexto y que ha gustado a la muchacha elegida, de ojos grandes, azules, cae en manos de un redactor injusto que no comparte esa admiración.

TW: Quizá nos encontremos ante una manifestación del espíritu de la modernidad. Porque hubo un tiempo en el que era algo completamente natural que una persona con estudios mostrara cierta habilidad artística amateur. Se escribían poemas conmemorativos de la misma manera que se pintaban acuarelas o se tocaba el piano.
WS: Solo que entonces eran pocos a los que se les pasaba por la cabeza enviar inmediatamente el texto a alguna revista o a algún periódico. El ámbito privado era suficiente.

TW: Después la escritura se convirtió en una profesión y el romanticismo la situó en lo más alto (especialmente a los poetas) de la jerarquía social.
WS: Y en los poco románticos tiempos del «Correo», los poetas, en el imaginario colectivo, eran situados aún más alto. Recordemos que era una época gris, severa, austera. Perderse entre la masa anónima era algo que tenía que llenar de felicidad al individuo. Pero todo el mundo quiere destacar por algo, existir por méritos propios. No había demasiadas posibilidades de elección. La mejor parecía que era ver impreso el nombre de uno.

TW: Hoy para «existir», basta con aparecer en la televisión.
WS: Y responder, por ejemplo, a la pregunta: ¿quién es el autor de Trenos? a) Shakespeare, b) Michal Balucki, c) Jan Kochanowski, d) Winnie the Pooh. Y lo más curioso es que incluso el que elige la opción de Balucki regresa a su casa entre vítores. Y durante un tiempo la gente lo reconocerá cuando lo vea por la calle.

TW: Mientras leía el «Correo», me he dado cuenta de que eres una de las pocas personas que tiene el valor de decirle a un simpatizante de la literatura que un escritor ha de tener talento. Los críticos serios, en nuestros días, no se sienten a gusto utilizando esa palabra, forma parte más bien de las palabras silenciadas, por no decir desacreditadas.

WS: Y quizá sea justo que sea silenciada, porque el talento es un concepto difícil de definir científicamente. Pero eso todavía no significa que algo que cuesta definir no exista. La verdad es que yo, como no me dedico a la crítica literaria, puedo permitirme ciertas libertades. El talento… Algunos lo tienen, y otros no lo tendrán nunca. Y que conste que eso no significa que esos otros no tengan nada que hacer. Pueden llegar a ser excelentes bioquímicos o descubrir, por ejemplo, el polo norte.

TW: Si mi memoria no me engaña, ya hace mucho que se descubrió.
WS: Cierto, me he embalado un poco. Pero quería decir que el talento literario es uno entre muchos talentos. Se pueden tener otros.

TW: ¿Y tus corresponsales solían hacer referencia a los ejemplos de genios incomprendidos?
WS: De vez en cuando. Pero el auténtico calvario del «Correo» era Rimbaud. Los autores de dieciséis años, por regla general, sabían que a su edad había escrito poemas geniales, así que ¿por qué iban a ser peores los suyos?

TW: ¿Llegaban al «Correo» textos «inaceptables» desde el punto de vista político que por ese mismo motivo hubiera que ignorar?
WS: No recuerdo ningún texto de ese tipo. Textos «no en la línea oficial» sí, de esos sí llegaban algunos a la redacción, pero los enviaban personas que ya tenían un nombre, que ya eran alguien.

TW: ¿Quiere decir eso que lo primero no era la rebelión, sino el conformismo?
WS: No sé si entonces era algo tan extraño como ahora parece. Lo que pasaba, llana y simplemente, era que la primera idea era debutar. Así que en primer lugar había que saber sobre qué escribían los autores a los que se publicaba, y después intentar escribir algo parecido. Solo algo más tarde aparece en el autor algún pensamiento propio y una forma de expresión personal… Hay que añadir aquí que estamos hablando todo el tiempo de cuando no existía todavía un circuito clandestino de publicaciones que abrió una serie de posibilidades completamente diferentes no solo para los escritores maduros, sino también para los principiantes. Los jóvenes tuvieron entonces la posibilidad de empezar inmediatamente con temas inaceptables para la censura.

TW: Me alegro de que hayas aceptado publicar este «Correo». Dinos, ¿qué sensaciones has tenido ahora, cuando lo has vuelto a leer?
WS: Que en ese «Correo» había más diversión que valores didácticos. Y que la mayor parte de la responsabilidad de esa desproporción me corresponde a mí. Pero el resto te corresponde a ti, Tere, porque has sido tú la que ha recuperado de la memoria ese «Correo» y la que ha andado buscando los viejos números de la revista.

Octubre de 2000