Letras

Comienzo de Hablaré cuando esté muerto

por Anna Jansson

4 junio, 2010 02:00

Grijalbo

Anna Jansson es otra de las autoras de la armada nórdica que ha desembarcado en la Feria del Libro. Bajo el brazo trae la novela aclamada en su país Hablaré cuando esté muerto, con un millón y medio de ejemplares vendidos. La trama arranca con misterio, como debe ser en el género negro: en un pequeño barrio de la isla sueca de Gotland, la anciana Frida Norrby acaba de quedar viuda. Poco a poco la mujer irá descubriendo secretos del difunto, como el cadáver de un niño enterrado en su jardín y unos documentos entre los que hay unos mapas antiguos, que solo podían ser leídos tras su muerte.

Desde que el ataúd de Helge recibió sepultura en la tierra negra del cementerio de Roma, Frida Norrby ha cargado sola con la incertidumbre. Cada día que pasa se aleja un poco más de la realidad en la que viven el resto de las personas. Se murmura que está trastornada. Sí, ya ha oído cómo murmuran a su espalda.A veces con medias palabras o en conversaciones interrumpidas que se reanudan cuando ella se ha alejado. ¡Tonterías! No se ha vuelto majareta, en absoluto.Tiene la cabeza en otro lado, eso es todo.

¿Hacía bien no diciendo nada? La promesa que le hizo a Signe junto al lecho de muerte de Helge era sagrada, tan sagrada como una promesa de matrimonio. El momento estuvo cargado de seriedad. La promesa que se hace junto a un lecho de muerte no se puede romper sin exponerse a un castigo. Pero ¿qué castigo? Algo tan abismal que no puedes ni imaginártelo. La propia incertidumbre ya es un castigo.Y la justicia entonces… ¿Acaso la justicia y la verdad no tienen valor?, se preguntaba Frida. Lo pasado, pasado está; antes o después se descubrirá la historia. Estaba convencida de ello. Si no es pronto, será el día del juicio final, cuando todos tengamos que responder de nuestra vida y enfrentarnos a nuestros propios actos.Todo vuelve, como las olas del mar. ¿Cuánto pesa una traición? ¿Sería faltar a una promesa el que ella ayudara un poco a que se descubriera la verdad? Tenía que saber si era tan horrible como Signe le había contado.


Por eso se veía obligada a deslizarse en la oscuridad de la noche, cuando los demás dormían. La luz de la luna se derramaba sobre la hierba húmeda y las gotas de rocío brillaban como perlas de plata. Frida contempló sus arrugadas manos. ¿Tendrían la fuerza necesaria? Aferró el mango de la pala, apoyó bien los pies en el suelo y luego dejó que la hoja cayera sobre la tierra húmeda. La tierra estaba apelmazada.Tenía que verlo, contemplar con sus propios ojos lo que Signe le había contado. No porque desconfiara de aquella bruja. No era eso, sino que tal vez se había equivocado. Nada podía ser tan horrible como lo que le había contado. Frida sentiría un gran alivio si Signe no estuviera en lo cierto. Dejaría de darle vueltas y de cavilar, podría dedicar sus últimos días a otras cosas. Por ejemplo, a sus rosas, a las maravillosas variedades de rosas antiguas, esas que no han sido seleccionadas genéticamente hasta quedar convertidas en flores de plástico sin fragancia alguna. Sacaría esquejes, los repartiría entre familiares y amigos, y así conservaría aquellos rosales para la posteridad. Eso daría algún sentido a su vida, incluso ahora que Helge ya no estaba. Pero en la vida las cosas no siempre salen como uno desea. A veces, una mano invisible guía nuestros pasos en contra de nuestra voluntad. Y nos lleva a hacer cosas que nos perjudican, solo porque necesitamos saber la verdad.

La luz de la luna era fuerte y clara, pero los colores habían desaparecido. Pertenecían al día, por la noche solo quedaban los tonos grises. Las brazadas de tulipanes silvestres de color amarillo que crecían a los lados de la zanja se habían vuelto de color gris claro, y la tierra del hoyo que había cavado era negra como una boca abierta que conducía a las entrañas de la tierra. Con cuidado ahora. Frida se puso de rodillas y escarbó con los dedos. Se le rompieron las uñas, pero en su empeño ni lo notó. Toda la horrenda verdad estaba allí, e hincó sus manos agrietadas. Se le rompieron las cutículas y empezaron a sangrar. Se limpió el sudor de la frente con una manga de la chaqueta de punto y al hacerlo se ensució la cara con unas rayas oscuras. Un ruido la paralizó en mitad del proceso. Se acercaba un coche por la carretera. No había contado con eso. Se apresuró a esconderse detrás de un enebro y ocultó su pálida cara tras las mangas de la chaqueta. Los faros del coche iluminaron por un momento la tierra que había delante de ella. Contuvo la respiración y cerró los ojos. ¿La habían descubierto? El corazón le golpeaba el pecho violentamente. En ese momento se arrepentía. Se arrepentía de su curiosidad. ¿No podía haberse conformado con las palabras de Signe y resignarse? Nadie debía enterarse, nadie tenía por qué saberlo... Pero el coche no se detuvo. Siguió hacia la iglesia y giró en el cruce en dirección a Visby. El ruido se alejó; lo sustituyeron los murmullos del campo, el paso del viento entre la hierba, el susurro de los animalillos y el rumor triste de los tilos. Eran las dos de la madrugada. La brisa que soplaba aún era cálida y llevaba consigo el olor de las primeras flores del verano, olor a tierra mojada y a hierba recién cortada. Se agachó, se retiró el cabello de la cara, largo y ondulado, y siguió cavando. Le dolían las manos debido a la falta de costumbre, pero no se rindió. Ya había llegado muy lejos. Continuó cavando sin descanso mientras los pensamientos volaban a su antojo a través del tiempo.


Durante la guerra, los militares tuvieron en ese campo un depósito de combustible. Después todo se declaró secreto, se silenció en un archivo reservado y se olvidó. Helge estaba tan guapo con el uniforme… Alto y delgado, con el bigote encerado… Ella empezó a temblar como un flan cuando él la miró. Qué enamorada y alegre estaba… Sesenta años después aún podía sentir aquella emoción, aquella felicidad vertiginosa del primer amo que hacía palidecer todo lo demás. Se habían intercambiado los anillos en la muralla, en Kärleksporten, la Puerta del Amor, junto al Jardín Botánico. Podía sentir el brazo de él por encima de sus hombros cuando la presentó como su novia. El orgullo.Mi marido. Mi amado. Recordaba cómo él, cansado y sucio tras las maniobras militares, la había levantado en brazos. Los maravillosos besos. La ternura que le inspiraba cuando estaba de permiso y se quedaba dormido en la manta, sobre la hierba. Pero no importa porque, en algún lugar de Suecia, él es mi soldado. Un sueco guarda silencio. Siempre pensó que él no tenía secretos para ella, que lo compartían todo. La infidelidad puede tener muchas caras. No está claro que la infidelidad puramente física sea la más dolorosa. La calentura y el desliz de un momento convertidos inmediatamente en remordimiento habrían sido más fáciles de sobrellevar que aquella añoranza paulatina y atormentada de algo que ella no podía darle. Lo que más le dolía era que él tuviera otro mundo aparte al que ella no tenía acceso. Un mundo que estaba dispuesto a ocultar aunque eso le obligara a mentirle a ella a la cara.

Signe le había contado aturdida la atrocidad que había visto y le había indicado el sitio. Al principio Frida no quiso creerla. Después llegaron las dudas, una tras otra. ¿No se había despertado Helge por las noches, sudoroso a causa de las pesadillas, y ella lo había tranquilizado en sus brazos? Le había acariciado la espalda con cariño, lo había mecido como a un niño. Cuéntamelo, cuéntame lo que has soñado... Quiera Dios que solo hayan sido sueños... Y entonces él le contaba una historia incoherente de espíritus malvados y seres decapitados pertenecientes a otro tiempo. Mentiras piadosas en vez de la verdad. Con Frida pegada a su espalda y mecido en sus brazos, conseguía finalmente aplacar su mente y volver a quedarse dormido. Él, pero ella no. Algo sombrío y terrible lo perturbó durante la última parte de su vida en común. Frida pensó que ella tenía la culpa. Se sentía torpe e inútil cuando él no era feliz. Las pesadillas lo torturaron durante años. Lo cierto era que ella no había querido admitir que podían tener su origen en la realidad.

A veces él desaparecía a media noche con una pala al hombro. Ella se quedaba esperándolo, inquieta, sin dejar de mirar por la ventana. Luego, cuando volvía a casa al amanecer, no quería hablar de ello. Le bastaba que ella estuviera allí, como un refugio seguro. Pasaron los años.Aquel secreto fue apartándolo poco a poco de la rutina diaria y de los amigos. Dejó de interesarse por la vida real. Cuando tenían visitas, su mirada se perdía a través de la ventana. Como si le estuvieran robando un tiempo precioso y deseara que se marcharan cuanto antes. Frida tenía que repetirle las cosas una y otra vez. «No me contestas, Helge, te he hecho una pregunta.» La gente pensaba que se había vuelto un poco huraño. Pero esa no era la verdad. La duda puede ser difíci de sobrellevar… se cobra su tributo. El cabello se le volvió blanco, se le encorvó la espalda y las arrugas de la frente eran cada día más profundas.