A la izquierda, la máquina Enigma empleada para el cifrado de mensajes del régimen nazi. A la derecha, la aplicación ChatGPT en un dispositivo móvil. Diseño: Rubén Vique

A la izquierda, la máquina Enigma empleada para el cifrado de mensajes del régimen nazi. A la derecha, la aplicación ChatGPT en un dispositivo móvil. Diseño: Rubén Vique

Historia

La inteligencia artificial, impotente ante la máquina Enigma de los nazis: aún no logra descifrar sus mensajes

Ni ChatGPT, ni Gemini, ni ninguna otra de las principales aplicaciones de IA consiguen romper su encriptación. Tampoco Turing podría haberlo hecho sin los libros de código incautados al enemigo.

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Hace unos cuantos años, cuando aún existían editores suicidas que apostaban por obras que intentaban salirse del guion, publiqué una novela sobre las minas de oro romanas de las Médulas, ese paraje leonés Patrimonio de la Humanidad castigado por los incendios de este verano. La novela se titulaba Llara, la maldición de las águilas, y por razones que no vienen ahora a cuento, la obra concluía con un mensaje codificado con un emulador de la máquina Enigma nazi. Era este, concretamente:

CAJM HIOJ TCTX TFXX JTRL IWVS DJEQ VGYK IUUR SAFL EBXN COGD XCFR VSJG NDFE WJUZ XHKJ COEB JAVY ASVB WCMH IIHR LHNI ZUMF GQPB IRLI LQVW NOQB DHMH JVZI LVSH JVWB SVYF TUFD XUEN HLMI OJWK YMGX BPQS WSE MPNV IFHA YRAD XGLD QBGV YUHZ BUIK HGQD VUQW HIVS URGC QQTZ YNAX VRJG KKVK ZEJB YMUP IHYE GQMJ DROX HMAF YLEF XDYA EPDW BRXL GQKA WCYR TMKE CDXV JDFL UCNJ QOFA DCEF GIML YATN MUFM QQZM VHTC UUYU HLPN REVH JLQT NTOC TDJR JVFT DCDP

La cuestión es que, pasado el tiempo, y como los archivos informáticos se borran y se corrompen mucho más deprisa que la piedra y el papel, ya no conservo la configuración de Enigma con que lo compuse, y no tengo ni idea de lo que decía. Probablemente alguna pequeña broma o algún guiño al lector.

Tampoco es que tuviese mucho cuidado a la hora de guardar las claves, porque creí que sería fácil de recuperar, ya que siempre se dijo que Alan Turing y su equipo habían conseguido romper el cifrado de Enigma con sus primeros prototipos electrónicos, y que esto había ayudado enormemente al esfuerzo de guerra aliado.

Sin embargo, hace cuatro o cinco años intenté descifrarlo, ayudándome de programas especializados en criptografía, y tuve que darme por vencido después de perder mucho tiempo y no conseguir absolutamente nada.

Los museos británicos aún piden ayuda para descifrar miles de mensajes interceptados que no han conseguido ser leídos y que podrían tener valor histórico

Ahora, con la llegada de la inteligencia artificial, se me ocurrió que era un buen momento para intentarlo de nuevo, pero los resultados no son mejores.

Sin conocer los rotores que se utilizaron, la clave inicial y las equivalencias de pares de letras, todos los modelos de inteligencia artificial que he utilizado producen solo basura tan incomprensible como el mensaje reproducido más arriba.

He probado, por este orden, ChatGPT, Copilot, Gemini, DeepSeek, Claude y Meta AI. Nada. Ninguna de ellas se aproxima siquiera.

¿Pero qué clase de artefacto infernal era entonces la máquina Enigma?

Máquina Enigma. Foto: William Warb/Wikimedia Commons

Máquina Enigma. Foto: William Warb/Wikimedia Commons

La máquina Enigma era un aparato que combinaba componentes mecánicos con eléctricos. Lo que hoy llamaríamos interfaz estaba formado por un teclado similar al de las máquinas de escribir, un engranaje mecánico, varios conectores de clavijas y un panel de luces que iluminaba las letras del alfabeto.

En su interior, la máquina combinaba una serie de rotores mecánicos con distintos conectores eléctricos para cada letra, de manera que cada rotor, pues había hasta cinco posibles, estaba cableado de un modo distinto para producir diferentes combinaciones, y estas podían ser modificadas por las clavijas, de manera que los resultados se alterasen.

En la mayoría de los casos, se utilizaban tres de los cinco rotores posibles, encajados para que contactasen entre sí, y el último se conectaba a un reflector que vinculaba el contacto de salida de este tercer rotor con otro contacto del mismo rotor, de manera que realizase el mismo proceso pero en sentido contrario y por una ruta diferente.

Cuando se pulsaba una tecla en el teclado, por ejemplo la letra O, la corriente eléctrica fluía hasta el contacto correspondiente a la letra O del primer rotor. Desde ahí, y por el cableado interno del primer rotor, se situaba por ejemplo en el contacto correspondiente a la letra T en el lado contrario.

En ese momento, por decir algo, este contacto del primer rotor estaba alineado con el contacto correspondiente a la letra R del segundo rotor, donde seguía el mismo procedimiento que en el primer rotor, y otra vez en el tercero, desde donde llegaba al reflector y seguía igual proceso en el camino de vuelta.

Al final del trayecto, la salida del primer rotor se conectaba a la lámpara correspondiente a una letra, la que fuese, en el panel de luces. Y esta era la que había que escribir.

Alan Turing, el hombre que consiguió descifrar la máquina Enigma. Foto: Elliott & Fry, 1951

Alan Turing, el hombre que consiguió descifrar la máquina Enigma. Foto: Elliott & Fry, 1951

Cada vez que se pulsaba una tecla, los rotores giraban, por lo que introducir la misma letra producía resultados diferentes.

El número de posiciones que avanzaba cada rotor al pulsar una tecla era también configurable, y si no lo sabes no hay nada que hacer.

También hay que insistir en que el cableado interno de cada rotor era distinto, y la posición inicial en que se colocaban era absolutamente determinante. Esta configuración inicial era lo que llevaban a bordo los operadores de comunicaciones, y se cambiaba, como mínimo, mensualmente.

La máquina Enigma tenía, además, un funcionamiento simétrico, de modo que al introducir el mensaje cifrado, con la configuración correcta, descifraba el mensaje, lo que la hacía muy cómoda y rápida. Eso sí: un solo error al pulsar una tecla hace necesario empezar el proceso de nuevo.

Si se intenta romper su cifrado mediante fuerza bruta, el número de combinaciones posibles asciende a 1.252.962.387.456. Un billón, doscientos cincuenta y tres mil millones. Una de esas cifras que escribimos sin saber lo que realmente significan.

Hablar ahora sobre los trabajos aliados para descifrarla llevaría más espacio y paciencia de la que disponemos. El caso es que, primero los polacos, y luego los ingleses, a través del ya mencionado equipo de Alan Turing, consiguieron algunos resultados, basándose sobre todo en máquinas capturadas y libros de código incautados al enemigo. Pero descifrar mensajes contando con la clave no es lo que yo entiendo por romper un método de cifrado.

No obstante, hay que recordar que los alemanes cambiaban sus claves al menos una vez al mes, y que a día de hoy los museos británicos aún piden ayuda para descifrar miles de mensajes interceptados que no han conseguido ser leídos y que podrían tener valor histórico para, por ejemplo, poder localizar restos de barcos hundidos por los submarinos del Reich.

Otros muchos miles fueron descifrados al final de la guerra cuando Alemania entregó todo lo que había en sus archivos respecto a las claves y configuraciones utilizadas en determinados barcos durante determinados meses.

A día de hoy, como decía al principio, si tienes un mensaje codificado por la máquina Enigma, y no conservas la clave y la configuración, de nada sirve encomendarse a la inteligencia artificial, que se ve completamente impotente para abordar el producto de ese viejísimo artilugio.

Puede que en unos años, o incluso meses, el resultado sea otro y consiga averiguar con qué pequeña broma terminé aquella novela, pero actualmente el joven no puede ganarle el pulso al abuelo. No a ese abuelo.