Fotograma del filme 'Sangre en los labios'.

Fotograma del filme 'Sangre en los labios'.

Cine

'Sangre en los labios' apunta a filme de culto: romance lésbico aderezado con ira, sangre y anabolizantes

El filme de Rose Glass destaca por su inteligencia, su ritmo, sus desvíos caricaturescos y Kristen Stewart, que aporta una energía inusual.

12 abril, 2024 02:09

Los tropos de los géneros cinematográficos tienen sus riesgos. Son cómodos y prácticos para poner en marcha un relato eficaz y entretenido, pero sus fronteras suelen neutralizar todo atisbo de originalidad.

La directora británica Rose Glass (Londres, 1990) lo debe de saber bien. Ya su primer trabajo, Saint Maud (2019), en la que una joven enfermera llevaba su fe hasta el delirio, contenía la promesa de un relato incómodo, extraño y profundo sobre los efectos del fanatismo, pero la historia descarriló en cuanto se aferraba a las convenciones del horror movie.

Aun con todo, había una personalidad, una atmósfera, perfectamente estimulante. Algo similar ocurre con Sangre en los labios, presentada en la Berlinale. Las convenciones del neonoir hiperviolento parten de una premisa interesante que busca aniquilar el patriarcado depredador de un pequeño pueblo, pero Glass termina por restar profundidad y desarrollo a los interesantes personajes en favor de un espectáculo de sangre y sensualidad, de giros dramáticos y escenas impactantes que, no en vano, se ciñen a los pactos con el género.

El filme confía en la vertiente salvajemente desatada de Kristen Stewart, quien en la piel de Lou brinda una de sus interpretaciones más carismáticas. Atrapada en un pueblo de Nuevo México, encargada en un gimnasio propiedad de su padre Lou (Ed Harris), el maligno patriarca de la comunidad, nos la presenta desatascando un retrete. Es solo el anticipo de un sórdido drama criminal en el que estará casi a tiempo completo desfaciendo entuertos y limpiando cadáveres.

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La culpa será en gran parte de Jackie (Katy O’Brien), una atractiva y musculosa autoestopista que para en el pueblo camino de Las Vegas con el objetivo de participar en un torneo de culturismo. La misma noche en la que se conocen, el deseo sexual parece unirlas de por vida.

Por los itinerarios de la intrincada crónica negra que se desata también transita Beth (Jena Malone), hermana de Lou, que vive atrapada en un abusivo matrimonio. Una vez repartidas todas las cartas, con personajes que a veces parecen salidos de una película de los hermanos Coen, se pone en marcha un frenético romance de testosterona congraciado con un sangriento relato de venganza con el maltrato de género como catalizador.

Hay acidez y dramatismo en las imágenes, también explosiones narrativas difíciles de anticipar, si bien en determinado momento sentimos que Glass ha terminado por abandonar a sus personajes a la suerte de un espectáculo que, como Jackie, se suministra anabolizantes en cada secuencia para hinchar su musculatura hasta límites fantasiosos.

La tensión se acumula en los personajes pero no así en el espectador. El filme desarrolla una ira sin cordura. Es entonces cuando el relato pierde la oportunidad de distinguirse por sus personajes, o las relaciones que establecen entre ellos, suscrito a los clichés y fagocitado por salpicaduras gore, efectos de luces que quieren medirse con las atmósferas de Nicolas Winding Refn y una suerte de puesta en escena ruidosa y enfebrecida, finalmente vacía.

Le salva al filme su inteligencia, su ritmo, sus desvíos caricaturescos y… Kristen Stewart, que aporta una energía inusual, incluso inesperada al fluir del relato.

A pesar de sus esfuerzos por cruzar los confines de su propia naturaleza, Sangre en los labios no puede ocultar sus referentes ni tampoco su agenda para inscribirse en las omnipresentes crónicas de sororidad. En definitiva, todo lo que une a las protagonistas es el deseo. No hay más pistas para desvelar nada profundo en su relación.

La extrañeza de Más grande que la vida (1956), de Nicholas Ray, asoma en la gradual conversión de Jackie transformada por los efectos secundarios de los anabolizantes. Allí donde el profesor, interpretado por James Mason, experimentaba delirios de grandeza y ataques violentos en su tratamiento experimental con cortisona, la “milagrosa drog” con que Lou suministra el entrenamiento de Jackie para ganar el torneo encuentra su sentido romántico en una fantasiosa erupción de gigantismo de naturaleza metafórica.

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Donde Ray forzaba la perspectiva del plano para que su personaje pareciera más alto que un edificio, Glass hace que Jackie adquiera las proporciones de King Kong. No es tanto una exploración psicológica como un gag hiperbólico.

Estética vintage

En la hipérbole se instala la película sin complejos. Algunos contados flashbacks nos informan del pasado criminal de Lou bajo la tutela de su padre en el universo del crimen. La caracterización de Ed Harris, pura caricatura, mantiene a su personaje en la cuerda floja de la villanía, y lo que podría haber dado juego para un estimulante relato paterno-filial se ciñe a una serie de conductas en las que el espectador debe rellenar sus motivaciones.

Es algo propio del cine de nuestros días, que no solo pide al espectador que interprete lo que ocurre, sino que caracterice a los personajes. Una película puede ser en verdad lo que uno quiera que sea. Nunca queda claro en todo caso por qué la historia se sitúa en 1989 (con noticias de la caída del muro de Berlín al fondo), más allá de la estética vintage y la conveniencia dramática de un mundo sin móviles ni corrección política.

Sangre en los labios

Dirección: Rose Glass.

Guion: Rose Glass y Weonika Tofilska.

Intérpretes: Kristen Stewart, Katy O'Brian, Ed Harris, Jena Malone.

Estreno: 12 de abril.