Ludwig Wittgenstein, autor del  'Tractatus logico-philosophicus'

Ludwig Wittgenstein, autor del 'Tractatus logico-philosophicus'

ENTRE DOS AGUAS

Ciencia, la cuadratura del Círculo de Viena

El grupo científico y filosófico liderado por Moritz Schlick se esforzó, en las primeras décadas del siglo XX, por encontrar la verdad de proposiciones y teorías.

8 septiembre, 2023 02:39

“En la práctica la inteligibilidad trasciende a su léxico, y debemos recordarnos que Shakespeare, que desconfiaba de la filosofía, es mucho más importante para la cultura occidental que Platón y Aristóteles, Kant y Hegel, Heidegger y Wittgenstein”. El autor de estas frases fue Harold Bloom (1930-2019), el afamado crítico, durante algún tiempo sumo pontífice, o casi, de gustos, y canonizador de autores literarios. Se encuentran en un libro titulado El canon occidental (Anagrama, 1995).

Entiendo bien lo que decía Bloom. Aprecio el lugar en que situaba a Shakespeare frente a luminarias del pasado, pero pienso que su visión era partidista, esclava de aquello a lo que había dedicado su vida, y, por decirlo de alguna manera, algo tramposa, con la seguridad de que encontraría una audiencia favorable. Hamlet, y la célebre frase de “Ser o no ser, esa es la cuestión”, forman parte, indudablemente, de la cultura popular, aunque una gran parte de quienes la conocen probablemente nunca hayan leído alguna de las obras del escritor de Strafford-upon-Avon.

Pero no se puede decir lo mismo de, por ejemplo, Platón, aunque su nombre no sea desconocido. ¿Cuántos recuerdan o conocen que en ese fresco maravilloso que alberga el Vaticano, La Escuela de Atenas, Rafael situó en el centro a Platón, llevando bajo el brazo uno de sus libros, el Timeo? Timeo, un nombre, un título, unos contenidos desconocidos, me temo, para una mayoría. Y, ¿cuántos se habrán sumergido en los alambicados discursos de la Física, Sobre los cielos o el Órganon de Aristóteles, o saben de la extensísima obra de biología que compuso, y que hace de él uno de los nombres imperecederos en el campo de la historia natural?

La cultura occidental abarca la actividad más exclusiva de nuestra especie, la ciencia, con los Galileo, Newton, Darwin, Einstein...

A pesar de ser más cercano en el tiempo, los escritos de Kant tampoco pueden competir en “popularidad” con los de Shakespeare. Y, sin embargo, nos dejó un legado en el fondo más importante que el de este, porque quiso desvelar un mundo mucho más profundo que el de las pasiones y los dramas. Se esforzó por conocer, y transmitirnos –en textos, ciertamente, más complejos que los del inglés– lo que hace que los humanos sean mucho más que meros animales-seres “sintientes”: los mundos de la razón, de la ética, de la historia, de la ciencia, del derecho. Como también se esforzaron, aunque mi respeto por ellos sea menor, Hegel o Heidegger.

Decir que Shakespeare es “más importante para la cultura occidental que Platón, Aristóteles o Kant” es pensar que la cultura se limita sólo a los sentimientos y pasiones. Ciertamente, son estos atributos esenciales, sin los cuales mal se podría hablar de “humanidad” en su sentido más noble, pero la cultura, occidental o no, es mucho más que eso, abarca también la obra de personas que se dedicaron a la actividad más exclusiva de nuestra especie, la ciencia, como los Euclides, Galileo, Newton, Leibniz, Lavoisier, Darwin o Einstein, sin los cuales ni la cultura ni nuestra percepción de la realidad y del cosmos serían igual.

También debería Bloom haber sido más cuidadoso al citar al ciertamente complejo Ludwig Wittgenstein (1889-1951), habida cuenta de la frase que encabezaba la cita que escribí al inicio: “La inteligibilidad trasciende a su léxico”. Porque una de las grandes preocupaciones de Wittgenstein fue, precisamente, la filosofía del lenguaje, conocer cuál es el significado real de proposiciones lingüísticas. Al igual que la célebre frase del Hamlet shakespeariano, de Wittgenstein se cita a menudo una de su obtuso libro de 1921, Tractatus logico-philosophicus: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Mucho menos, evidentemente, fácil de entender que “ser o no ser.”

Wittgenstein formó parte de un grupo que se esforzó durante las primeras décadas del siglo XX por encontrar criterios que asegurasen la verdad de proposiciones y teorías. Me estoy refiriendo al Círculo de Viena, que lideró Moritz Schlick y en el que participaron, entre otros, el economista y activista social Otto Neurath, los matemáticos Kurt Gödel y Hans Hahn y el filósofo Rudolf Carnap, con asociados temporales como Karl Popper y Hans Reichenbach.

La historia de este Círculo es fascinante, y a ella hace honor un espléndido libro: El sueño del Círculo de Viena (Shackleton, 2023) de Karl Sigmund. Califico de fascinante a esa historia porque, además de exponer un destacado capítulo de la historia de la filosofía, une en una gran síntesis diversas historias, cada una significativa por sí misma. Historias como la de la propia ciudad de Viena, a partir de 1918 ya no la capital de un extenso imperio, el austrohúngaro, pero aun así enclave en el que coexistieron la filosofía, la ciencia de Mach y Boltzmann, el arte de Gustav Klimt, Egon Schiele y Oskar Kokoschka, la música de Arnold Schönberg, y la arquitectura de Adolf Loos. Y también reúne historias personales cautivadoras, como la de Schlick, asesinado por un crítico de su filosofía.

[Wittgenstein y Popper: historia de un atizador de chimeneas]

Una de las grandes preocupaciones del Círculo fue el tratar de hacer que la filosofía fuese tan segura como la ciencia, lo que se denomina “positivismo lógico”. No sorprende ese interés en un momento en que la teoría de la relatividad estaba revolucionando la ciencia, y con la física cuántica apuntando en la misma dirección, como se concretó en 1925-26 a manos del alemán Werner Heisenberg y del vienés Erwin Schrödinger. No es irrelevante recordar que, antes de centrarse en la filosofía, Schlick se había doctorado con Max Planck, el iniciador de la revolución cuántica, y que la tesis doctoral de Carnap, Der raum, estaba dedicada al espacio, a cuya naturaleza había dado Einstein un profundo vuelco.

Con el tiempo, el positivismo lógico derivó en la “metodología de la ciencia”, cuyo núcleo central era el determinar qué distingue a la ciencia de otras disciplinas, para encontrar así la clave hacia una filosofía segura, “científica”. Conocida es la solución de Popper: “Una teoría es científica, si es posible diseñar experimentos que puedan, en principio, refutarla”. Sin embargo, después de él, otros como Imre Lakatos, su sucesor en la cátedra de la London School of Economics, o Thomas Kuhn, demostraron que era una solución demasiado sencilla, errónea a la postre. Y ahí sigue el problema: no existe una receta segura para definir cuál es la esencia única de la ciencia, que no obstante funciona.

Mila Borràs y Marc Cartnyà en el filme 'Creatura'.

'Creatura': tabúes y malentendidos del despertar sexual femenino

Anterior
La cineasta Elena Martín Gimeno / Foto: @polrebaque.

Elena Martín Gimeno ('Creatura'): "El sexo se ha explotado mucho en el cine, pero no desde la intimidad"

Siguiente