Image: Galileo en nuestra memoria

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Galileo en nuestra memoria

22 enero, 2016 01:00

Detalle de una acuarela pintada por Galileo en 1619

¿Dijo Galileo Galilei "Y sin embargo se mueve"? José Manuel Sánchez Ron vuelve a la vida del científico italiano con motivo del estreno de la obra de teatro de Brecht en el CDN. "Lo que vio a través del telescopio cambió para siempre nuestra manera de entender el universo".

Podría haber sido músico: se dijo de él que era capaz de competir con los mejores laudistas de la Toscana. También filósofo (los escritos de Aristóteles no tenían secretos para él), y en buena medida lo fue, como también fue inventor; incluso artista de la pluma o del pincel, habilidades de las que no careció. Pero terminó siendo científico: físico, matemático y astrónomo. Me refiero a Galileo Galilei (1564-1642).

No fue él quien nos enseñó que es la Tierra la que gira alrededor del Sol; semejante honor recayó sobre Nicolás Copérnico y su libro de 1543, De revolutionibus orbium coelestium, pero si la visión heliocéntrica triunfó fue sobre todo gracias a Galileo. No llegó a las alturas en las que se instaló Isaac Newton, pero con algunas de sus investigaciones preparó el camino para la obra de éste. Nos legó, además, algo especialmente valioso: el método científico moderno, en el que la experimentación, la cuantificación de las medidas, y la teorización se conjugan en una forma tan delicada como profunda.

Pero en la ciencia los métodos necesitan encarnarse en aportaciones concretas. Y Galileo lo logró, y ascendió por primera vez a esa peligrosa cima que es la notoriedad pública al analizar con sagacidad interpretativa las observaciones que realizó con un instrumento del que, a comienzos del verano de 1609, escuchó que habían ideado unos ópticos holandeses: el telescopio. Construyó uno manipulando diversas lentes, y regaló otro al gobierno veneciano, del que dependía como profesor en la Universidad de Padua. No sé si pensó inmediatamente en apuntar con su nuevo instrumento a los cielos, pero lo que sí es un hecho es que el 24 de agosto de ese mismo año escribía al Dux de Venecia ofreciéndole "un nuevo artificio consistente en un anteojo extraído de las más recónditas especulaciones de perspectiva, el cual pone los objetos visibles tan próximos al ojo, presentándolos tan grandes y claros, que lo que se encuentra a una distancia de, por ejemplo, nueve millas, se nos muestra como si distase tan sólo una milla, lo que puede resultar de inestimable provecho para todo negocio y empresa marítima".

Está claro, Galilei necesitaba ganar más dinero y vio en el telescopio un magnífico medio para atraer la atención de sus patronos. Pero era un científico de pura cepa y también dirigió su telescopio hacia el cielo. Y lo que vio allí cambió para siempre nuestra manera de entender el universo. Observó que la superficie de la Luna era accidentada, y no lisa como se suponía en el modelo geocéntrico. Y que cuatro lunas orbitaban en torno a Júpiter y no alrededor de la Tierra. Presentó sus observaciones en un breve libro -que escribió en latín-, su primera obra importante, Sidereus nuncius (1610).

Aquellas observaciones dieron a Galileo notoriedad en el pequeño mundo de los astrónomos y filósofos de la naturaleza. Pero la fama es una navaja de dos filos. Poco después de la aparición de Sidereus nuncius fue denunciado por manifestarse en contra de las Sagradas Escrituras. Que la Tierra se moviese planteaba graves problemas teológicos; en la Biblia, recordemos, se puede leer: "Y el sol se detuvo, y se paró la luna". Y ¿cómo podría detenerse el Sol si no se movía? El 26 de febrero de 1616, el cardenal Bellarmino amonestó a Galileo y fue informado de "que se abstuviera de enseñar, defender o incluso discutir el copernicanismo". Y Galileo se comportó como se le exigía... hasta casi tres lustros después, cuando creyó que la situación político-religiosa le favorecía (el acceso al Pontificado, como Urbano VIII, del cardenal Barberini, que había sido uno de sus defensores) y podía expresarse más libremente. Consecuencia de aquel, a la postre error de juicio, fue un libro que vio la luz en febrero de 1632: Dialogo sopre i due massimi sistemi del mondo Tolemaico e Copernicano, una obra maestra de la literatura científica, escrita en lengua vernácula, el italiano. Los tres personajes creados por Galileo para protagonizar ese diálogo, Salviati (copernicano), Sagredo (neutral) y Simplicio (aristotélico), han pasado a formar parte de la cultura universal, de la misma manera que lo han hecho otros personajes de la literatura universal.

En el Dialogo no están resueltos todos los problemas científicos que planteaba la nueva forma, copernicana, de mirar y entender la naturaleza, pero se sentaban las bases para hacerlo. No es extraño, por consiguiente, que los enemigos de Galileo recordaran el edicto de 1616 y lograran que se pusiera en marcha un proceso en su contra. El resultado es bien conocido: atemorizado ante el tormento físico que la Inquisición terminaba aplicando a los que se resistían, Galileo abjuró, negó que creyese en el copernicanismo. Las palabras que pronunció entonces, el 22 de junio de 1633, resuenan y resonarán, dolorosas, mientras los humanos valoren el recuerdo del pasado: "Yo, Galileo Galilei... de setenta años de edad... juro que siempre he creído, creo ahora y que, con la ayuda de Dios, creeré en el futuro todo lo que la Santa Iglesia Católica y Apostólica mantiene, predica y enseña...".

Dicen que tras su retractación, manifestó: Eppur si muove ("Sin embargo, se mueve"). No lo creo. Pero aun suponiendo que fuese así, y recordando que fue mucho mejor tratado que otros procesados (se le permitió instalarse en una villa que poseía en Arcetri, no lejos de Florencia), lo único cierto es que fue humillado, que la verdad científica fue escarnecida, y que permaneció confinado hasta su muerte. Pese a todo, en Arcetri consiguió finalizar su otro gran libro, Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno à due nuove scienze attenenti alla mecanica & i movimienti locali, que vio la luz en 1638 en Ámsterdam. Mientras que el Dialogo fue, en cierto sentido, el producto explosivo de una circunstancia inesperada, una serie de observaciones propiciadas por la invención del telescopio, los Discorsi fueron el fruto maduro de toda una vida de estudios sobre el movimiento, que incluye esa joya que es la ley de la caída de los cuerpos. Le debemos a la Inquisición y al papa Urbano este regalo inapreciable, uno de los pilares sobre los que se asentaría la física de Newton.

sin embargo, no faltaron, en su tiempo al igual que después, los que pensaron, los que piensan, que con su abjuración Galileo les había traicionado. En su conmovedora obra de teatro, Vida de Galileo, que volveremos a tener la oportunidad de ver en Madrid a partir del día 29 de la mano de Ernesto Caballero, Bertolt Brecht se detuvo en este punto. Uno de los protagonistas, Andrea, el hijo de su casera y uno de sus discípulos, dice: "Lo mismo que el hombre de la calle, nosotros nos dijimos: Morirá, pero no se retractará... Usted volvió y dijo: me he retractado pero viviré... Tiene las manos sucias, dijimos nosotros... Usted dijo: más vale manos sucias que vacías". Y poco después, Andrea manifiesta, esperanzado: "Ganó tiempo para escribir una obra científica que sólo usted podía escribir. Si hubiese acabado en la hoguera con una aureola de fuego, los otros habrían sido los vencedores". No pensaba lo mismo el Galileo de Brecht, quien confiesa: "Me retracté porque temía el dolor físico". "Entonces, ¿no fue un plan?", pregunta Andrea. "No lo fue", responde Galileo.

¡Qué triste!